CARTAS A DAVID ACERCA DE LA HOMOSEXUALIDAD
Jutta Burggraf en un momento de su tarea profesional de profesora y escritora, decidió abandonar el ensayo y optar por el género epistolar. Publicó un excelente librito en el que recopila una colección de cartas dirigidas a una tal David para ayudarle en su orientación homosexual. En ellas despliega toda una doctrina expuesta con gran delicadeza para ayudar a estas personas. Es posible que a más de uno/a le haga pensar, o le oriente a la hora de ayudar a otros que estén en las mismas circunstancias. Publicamos hoy la primera carta:
«AYER ME LO CONTASTE ... »
Querido David:
Ayer, durante nuestra conversación tan larga, me confesaste que eres homosexual, y yo me callé. Me hablaste de tus experiencias, planes, fracasos e ilusiones, y yo no dije nada más que algunas frases convencionales. ¡Perdóname! Hablaste cada vez más rápido, más entonado. Al fin, ya no podías aguantar más mi reserva interior, y me pediste, con insistencia, que diga lo que pienso, sobre tu situación. Pero yo no pude responder. Tenía la cabeza y el corazón demasiado llenos de imágenes, sentimientos, dudas y convicciones ...
Hoy veo más claro, y quiero explicarte algunos de mis pensamientos. Espero que te sirvan para algo. Ya que tú me has ayudado tantas veces en los últimos años, me alegraría si yo pudiese hacer algo por ti ahora, aunque no sea más que darte una visión realista y positiva de tu vida. No creas que me he callado por sorpresa. Francamente, ya había presentido, desde algún tiempo, que te pasa algo por el estilo. No por el pendiente o la coleta del pelo (¡y te favorecen´), sino por el modo de comportarte, de contar las cosas, mirar, reaccionar. Además, la gente habla; pero esto no me interesa demasiado, como sabes muy bien.
Tampoco me he callado por escándalo. Nos conocemos desde los tiempos de la Universidad; te aprecio mucho, y te quiero como a un hermano, aunque no nos hayamos visto durante largos ratos. Ignoro las causas de la homosexualidad -¿genéticas?, ¿psíquicas? En todo caso, mirando las penas que causa, aquella tendencia me parece comparable a una enfermedad, o una deficiencia dolorosa-, ¿y quién podría escandalizarse, cuando un amigo cae enfermo?
Con esto he llegado a la razón de mi silencio. ¿Me permites que te diga las cosas con la misma sinceridad con la que tú me has hablado? La verdad es que tengo un profundo respeto al dolor ajeno, a una persona que sufre. Quiero animar, pero huyo de los consuelos baratos; quiero orientar, pero sin recetas fijas. Quiero ayudar sin herir. Estoy dispuesta a llevar la carga contigo, pero sin colaborar en la subcultura que se crea frecuentemente alrededor de la homosexualidad: el mundo de la droga, de la prostitución y pornografía, de la desesperación, en fin.
Sí, estoy convencida de que sufres, en el fondo de tu corazón, aunque digas que la tendencia homosexual sea normal. Pero ¿cómo puede ser normal que un hombre se acueste con otro hombre, una mujer con otra mujer? Aunque el noventa por ciento de la población quisieran hacer esto, nunca sería «normal»: porque contradice profundamente a nuestra naturaleza. Si realizamos los actos relacionados con la capacidad de engendrar una nueva vida, sin tener en cuenta nuestra situación existencial (o la del otro), destruimos algo en nosotros, que podríamos llamar la armonía interior, o la certeza radical de que nuestras actuaciones tienen algún sentido. Además, las cifras que difunde el movimiento gay están bastante exageradas. ¡No te dejes enrollar por los grupos de presión homosexuales!
Conozco tu gran sensibilidad y sé que, en principio, no quieres abusar de otras personas para tu propio placer. No quieres corromper, sobre todo, a los chicos jóvenes que, a veces, pueden sentir alguna tendencia parecida a la tuya, en una fase determinada de su desarrollo. Esto sí que es bastante normal, y si no le hacen caso, aquella tendencia desaparece después de algún tiempo sin más. Pero, desgraciadamente, muchos de tus colegas se aprovechan de esta confusión sentimental de los jóvenes. Por esto es comprensible la gran preocupación de los padres y maestros. Ciertamente, no deben trataros con prejuicios, ni marginaros. Pero, por otro lado, tenéis que esforzaros un poco para ganar su confianza.
No, tú no quieres abusar de los demás. Los ves como personas humanas (¡siempre has sido un filósofo!), no como meros instrumentos que pueden utilizarse para satisfacer los deseos más egoístas. Me dices que, realmente, estás enamorado de tu amigo Paul, y pretendes crear una «comunidad de vida y amor» con él. Tienes el deseo de contraer un matrimonio con él, aunque en Francia (donde queréis vivir) no se lo pueda llamar así; por eso hablas de un «pacto civil de solidaridad». Quieres incluso adoptar su pequeña hija natural y tener un hijo propio en el futuro, con la ayuda de la técnica. Y exiges el apoyo del Estado para esta empresa ... Comprendo tu inquietud, tu deseo sincero de compartir la vida con otra persona. Pero la sociedad no debe crear una nueva ley al respecto. No debe reconocer todas las asociaciones afectivas ligadas a la responsabilidad de cada persona, y que forman parte de la esfera privada. Una cosa es comprender, y otra muy distinta proponer «modelos» de unión, que a través de una ley se convierten en punto de referencia social. Esto significaría debilitar notablemente al matrimonio y a la familia y dañar con ello, directa o indirectamente, a todos los ciudadanos. Además, ¿podrías realmente pedir a una mujer que se preste para una cosa tan antinatural como la maternidad asistida? Cada niño tiene el derecho de ser el fruto del amor de sus padres, y no el efecto de un acto técnico, artificial.
¿Podrías negociar con una mujer para que dé a luz a un niño, al que luego no debería ver nunca más? ¡Imagínate los pobres hijos que tienen dos padres y ninguna madre visible! Sabes muy bien que, según los datos confirmados de la psicología del desarrollo, un niño necesita de un padre y de una madre. Encuentra junto a su madre otro tipo de seguridad, protección y refugio que junto a su padre. La inteligencia, la capacidad de amar y el comportamiento social del niño se ven influidos de distinta manera por el padre que por la madre. La cooperación de ambas partes es la mejor garantía para un desarrollo sano ...
Me contestas que, a lo mejor, permitirías a la madre visitar al niño con frecuencia. Pero, ¡en qué conflicto permanente debe encontrarse este, cuando tiene que elegir entre sus padres «biológicos» y los «escogidos»! Además, sabes muy bien que las relaciones homosexuales son muy poco estables. No hace falta recordar las cifras de las encuestas recientes. Tú mismo me contaste ayer de los grandes celos y susceptibilidades en vuestros grupos. Has tenido muchos amigos, y varias veces querías hacer un «pacto civil» con uno de ellos. Pero tu intento siempre fracasó, por infidelidad de una de las dos partes. ¿Cuántas veces quieres repetir la experiencia de Oscar Wilde?, que dijo en una ocasión: «Siempre he buscado amor, pero solo he encontrado a unos aficionados».
¿Te aconsejo que no ejerzas la sexualidad? Sí, esto es lo que quiero decir. Si sigues viviendo según tu tendencia, te vas a arruinar. Estás corriendo, desesperadamente, detrás de la felicidad, que nunca encontrarás en este camino. No puedes superar la soledad interior por el placer. Además, cuando realizamos actos contra nuestra propia naturaleza, perdemos poco a poco la autoestima, y el respeto de los demás. Puede ser que acabemos odiándonos a nosotros mismos, y más aún a nuestros cómplices. También hay el peligro real de SIDA: puedes contagiarte en cualquier momento, y contribuir notablemente a la difusión de esta enfermedad tan horrible.
¿Esto quiere decir que no debes ser feliz en esta vida? ¡Seguro que no! Como todo ser humano, tú también estás hecho para el amor y la felicidad. Pero los encontrarás en otro camino, mucho menos «popular», más angosto al principio, pero luego cada vez más ancho: consiste en una renuncia libre al ejercicio de la sexualidad. Este camino te abrirá nuevos horizontes; y es posible, también hoy en día, pese a todas las advertencias freudianas y en contraposición de la ola de sensualidad y egoísmo con que nos inundan los medios de comunicación.
Hay miles de personas que viven así, y no renuncian para nada al amor. Piensa, por ejemplo, en un marido, cuya esposa está en coma después de un accidente grave; no se «consolará» con otras mujeres, si quiere a su esposa. Piensa en tantas personas que, por la situación de vida en la que se encuentren, no pueden ejercer la sexualidad, al menos no pueden ejercerla de un modo digno. ¿Crees que todas ellas están condenadas a vivir sin alegría y amor? Claro que no. Debes renunciar al ejercicio de la sexualidad, justo para optar por el amor auténtico. Estoy convencida de que puedes aprovechar tu sensibilidad específica, tu delicadeza y generosidad para llegar a un amor muy grande, que no se dirige hacia algunos cómplices, sino hacia muchas personas de todas las condiciones. Como sabes lo que es el dolor y el sufrimiento, puedes comprender los problemas de los demás, ser solidario, ayudar y animar. Vosotros, los homosexuales (lo digo con todo respeto), no deberíais apropiaros de los vestidos, sino de las virtudes que tradicionalmente se atribuyen a las mujeres. Debéis emplear vuestra gran capacidad de amar para hacer el mundo más humano. Con esto vuelvo al principio de mi carta. Ser homosexual quiere decir: vivir en una situación dolorosa. Pero el dolor tiene sentido. ¿Recuerdas las cartas tan animantes que me escribiste hace algunos años desde América?
Entonces yo estaba enferma. No me dijiste que el diagnóstico de los médicos sea un error y que, en realidad, estaba sana. No me mentiste. Afirmaste, por el contrario, que cada situación, incluso la más dolorosa, tiene un valor por descubrir; cada sufrimiento nos hace crecer un poco más hacia la madurez. Nos da luz para ver lo que realmente es importante en la vida y, finalmente, nos confiere una gracia especial para acercamos a la fe cristiana: al misterio de Jesucristo que, siendo Dios, sufrió para hacemos felices y está con nosotros en cualquier dolor ... Gracias por estas palabras tuyas. Sé que entonces me comunicaste algunas de tus convicciones más profundas. Ahora estoy bien y te digo lo mismo. Tengo, además, la gran esperanza de que tú, pronto, también estarás curado: no de la tendencia homosexual -que no sé si será posible-, sino de tu actuación enfermiza. Si aceptas libre- mente tu situación dolorosa y te esfuerzas por dar el testimonio de un amor más grande, entonces llegarás a ser feliz. Puedes hacer mucho bien, y los demás te querrán de verdad.
¿Recuerdas que, hace algún tiempo, hablamos sobre el Catecismo de la Iglesia Católica? Me comentaste que este libro te parecía un desafío grandioso, para todos los que están dispuestos a ir contracorriente. Mira lo que dice este libro sobre tu situación: afirma que las personas homosexuales, «mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana» ´. ¿Sabes que el Papa ha besado, en varias ocasiones durante sus múltiples viajes, a los enfermos de SIDA?
Bueno, David, me gustaría hablar más detenidamente contigo sobre estas cosas. Ya sabes que, pase lo que pase, siempre puedes contar conmigo.
¡Hasta muy pronto!
tu amiga Mary