La vida y obra de la Venerable Concepción Cabrera de Armida (18621937), inspiradora de las Obras de la Cruz, como laica y madre de familia, permite abordarla desde diferentes enfoques, facetas o acentos. De ahí la diversidad de obras centradas en su mensaje a cargo de autores como Fr. Marie Michel Philipon O.P., P. Juan Gutiérrez González M.Sp.S., P. Bernardo Olivera O.C.S.O., P. Carlos Castro Tello M.Sp.S., Pilar Sarabia, P. Carlos Vera Soto M.Sp.S. y un largo etcétera. Sin duda, se trata de una de esas figuras históricas que abarcó varios campos. Por ejemplo, en el caso de Sta. Teresa de Ávila, se le puede estudiar como mística, fundadora o escritora del Siglo de Oro español. Concepción Cabrera, por su parte, nos habla del vínculo entre fe, vida y presencia en la sociedad de su tiempo, en aquel México que comenzaba a superar el cambio de paradigma cultural, político, económico y social de los siglos XIX y XX. Se le puede abordar como joven, novia, esposa, madre, mística, fundadora, escritora y empresaria, pues ayudó a sentar las bases del negocio familiar; es decir, la “Casa Armida”. En este caso, lo que más nos interesa es que logró, aun antes de que se diera el Concilio Vaticano II, asumir un perfil de laica que sigue siendo actual, necesario para superar prejuicios y permitir que los seglares descubran su lugar en el mundo y en la Iglesia desde la originalidad de la propia vocación que no es una copia de lo que hace el sacerdote o la religiosa, sino algo auténtico que, junto con el resto de los estilos de vida que forman parte de la Iglesia, suman un todo.
Muchas personas piensan que el laico es aquel que se limita a colaborar con las lecturas durante la Misa o el que enciende las velas; sin embargo, aunque son aportes que todos podemos dar en algún momento, lo cierto es que la vocación seglar no puede reducirse a una participación de pocos minutos. Concepción Cabrera de Armida, desde su profunda relación espiritual con Jesús presente en la Eucaristía, entendió que no podía limitarse a una que otra devoción, sino que lo principal implicaba entrar de lleno en el misterio de la fe, contemplándolo, descubriéndolo y, sobre todo, aplicándolo. A veces, por una mala interpretación, muchos piensan que para ser un buen laico, alguien congruente, debe descuidar sus responsabilidades familiares o laborales; sin embargo, lo cierto es que justamente en esos dos rubros, debe dar su aporte, implicándose como prolongación de lo que vive en la Misa. ¿Se puede seguir a Cristo entre la casa, el trabajo, las idas, los viajes o el cine? Por supuesto que sí. La oración es para todos. De hecho, como laico, es lo que toca, impregnar el ambiente social con la vitalidad de la experiencia de Dios. Encerrarse en la sacristía, caer en un estado de reflexión sin implicación o evadir cuestiones familiares, lejos de ayudar, frena el crecimiento espiritual, esa madurez que Dios quiere para cada uno. Por esta razón, Concepción Cabrera de Armida, interesa, despierta e invita a tomar conciencia. Sin duda, es el perfil dibujado por el Concilio Vaticano II. En ella, encontramos el sacerdocio bautismal aplicado, definido, concreto.
Recordemos algunas de sus frases –todas extraídas del libro Diario de una Madre de familia del P. Philipon- que nos dejan entrever cómo Dios la fue formando en la línea que estamos planteando:
"Ante mis ojos se desarrolla mi vida como un film: alegrías y sufrimientos, mi matrimonio y mis hijos, y las obras de la Cruz". ¿No es acaso el equilibrio, el punto medio que la Iglesia pide? Es decir, saber administrar el tiempo a modo de integrar las diferentes facetas y actividades. En palabras de Mons. Luis María Martínez, “simplificarse” y “amar con el Espíritu Santo”. Ante un amplio sector que considera incompatible la vida matrimonial y social con la fe, aparece la Sra. Armida, quien deja claro la necesidad de hacerlo, porque son realidades que, en la mayoría de los casos, se encuentran un tanto abandonadas, siendo que resultan claves para la formación de las nuevas generaciones. La familia, como base de la sociedad, no necesita creyentes rígidos o relativistas, sino católicos de verdad; es decir, equilibrados, alegres en medio de las dificultades. Dejar que la vida sea una palabra para el mundo de hoy, sumando las diferentes responsabilidades para unirlas al hecho de dar a conocer a Dios. Como ella, integrar, cuidar, alternar y, desde ahí, reconciliar la fe con lo cotidiano.
"Ser esposa y madre no me impidió jamás la vida espiritual". En su tiempo, se pensaba que para poder llevar una vida de oración, la única opción era el convento; sin embargo, en Concepción Cabrera de Armida, se dio algo interesante. Por una parte, su aprecio por las órdenes y congregaciones de clausura. Tanto que, de hecho, fundó una de ellas: las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús en 1897 y, por otro lado, la consciencia progresiva de que desde la casa, con su marido e hijos(as), podía encontrarse con el Dios que sabe atraer de un modo siempre nuevo, fascinante, pues no cabe en ninguna definición. ¿Por qué hay tantos niños, adolescentes y jóvenes desubicados, faltos de atención y cariño? Sin duda, porque muchos padres de familia por diferentes motivos, algunos más serios que otros, han “abdicado” y puesto su tarea en manos de terceros. Necesitamos, a ejemplo de la Sra. Armida, papás y mamás que sepan tener una relación especial con Cristo y, desde ahí, cuenten con elementos para encarar las dificultades, siendo formadores de verdad.
“Todos los misterios se encuentran en la cruz”. La fe católica busca que seamos capaces de desarrollarnos como personas, siendo felices a partir de la lógica de Jesús, quien fue más allá de lo aparente y superficial; sin embargo, es un hecho que parte del camino, de la búsqueda, de la construcción de las decisiones vitales, incluye dificultades, pruebas que nos dan fuerza y carácter. Por esta razón, Concepción Cabrera, como inspiradora de la Espiritualidad de la Cruz, recuerda que el dolor, sin ser fin, es un medio que no debe buscarse deliberadamente, pero sí ser aceptado cuando se presenta a partir de la confianza que provoca Dios en las personas, manteniendo el buen humor y el valor de saber ofrecerlo en favor de otros; especialmente, de los sacerdotes. ¡Cuántos, ante un día difícil, deciden “tirar por la borda” sus esfuerzos y desanimarse hasta tocar fondo! En cambio, quien vive la espiritualidad de Jesús Sacerdote y Víctima, sabe que por encima de todo está Dios que nos lleva por caminos tan misteriosos como seguros. De ahí la clave para poder vivir con alegría y audacia, siendo fieles, a ejemplo de María que no se dejó vencer por la tristeza de aquel Viernes Santo que fue el medio para alcanzar la salvación, el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad.
La Venerable Concepción Cabrera de Armida, es un buen punto de referencia. De ahí el creciente interés por su proceso de canonización. Hizo de lo ordinario algo extraordinario, interesante, capaz de atraer a innumerables personas a la fe. No se quedó con los brazos cruzados y eso es algo que nos sirve de lección. Encontró su lugar en la Iglesia y en la sociedad, viendo en el proyecto de las Obras de la Cruz la manera de aportar y dejar claro cuál es el papel de los laicos en el aquí y el ahora.
Muchas personas piensan que el laico es aquel que se limita a colaborar con las lecturas durante la Misa o el que enciende las velas; sin embargo, aunque son aportes que todos podemos dar en algún momento, lo cierto es que la vocación seglar no puede reducirse a una participación de pocos minutos. Concepción Cabrera de Armida, desde su profunda relación espiritual con Jesús presente en la Eucaristía, entendió que no podía limitarse a una que otra devoción, sino que lo principal implicaba entrar de lleno en el misterio de la fe, contemplándolo, descubriéndolo y, sobre todo, aplicándolo. A veces, por una mala interpretación, muchos piensan que para ser un buen laico, alguien congruente, debe descuidar sus responsabilidades familiares o laborales; sin embargo, lo cierto es que justamente en esos dos rubros, debe dar su aporte, implicándose como prolongación de lo que vive en la Misa. ¿Se puede seguir a Cristo entre la casa, el trabajo, las idas, los viajes o el cine? Por supuesto que sí. La oración es para todos. De hecho, como laico, es lo que toca, impregnar el ambiente social con la vitalidad de la experiencia de Dios. Encerrarse en la sacristía, caer en un estado de reflexión sin implicación o evadir cuestiones familiares, lejos de ayudar, frena el crecimiento espiritual, esa madurez que Dios quiere para cada uno. Por esta razón, Concepción Cabrera de Armida, interesa, despierta e invita a tomar conciencia. Sin duda, es el perfil dibujado por el Concilio Vaticano II. En ella, encontramos el sacerdocio bautismal aplicado, definido, concreto.
Recordemos algunas de sus frases –todas extraídas del libro Diario de una Madre de familia del P. Philipon- que nos dejan entrever cómo Dios la fue formando en la línea que estamos planteando:
"Ante mis ojos se desarrolla mi vida como un film: alegrías y sufrimientos, mi matrimonio y mis hijos, y las obras de la Cruz". ¿No es acaso el equilibrio, el punto medio que la Iglesia pide? Es decir, saber administrar el tiempo a modo de integrar las diferentes facetas y actividades. En palabras de Mons. Luis María Martínez, “simplificarse” y “amar con el Espíritu Santo”. Ante un amplio sector que considera incompatible la vida matrimonial y social con la fe, aparece la Sra. Armida, quien deja claro la necesidad de hacerlo, porque son realidades que, en la mayoría de los casos, se encuentran un tanto abandonadas, siendo que resultan claves para la formación de las nuevas generaciones. La familia, como base de la sociedad, no necesita creyentes rígidos o relativistas, sino católicos de verdad; es decir, equilibrados, alegres en medio de las dificultades. Dejar que la vida sea una palabra para el mundo de hoy, sumando las diferentes responsabilidades para unirlas al hecho de dar a conocer a Dios. Como ella, integrar, cuidar, alternar y, desde ahí, reconciliar la fe con lo cotidiano.
"Ser esposa y madre no me impidió jamás la vida espiritual". En su tiempo, se pensaba que para poder llevar una vida de oración, la única opción era el convento; sin embargo, en Concepción Cabrera de Armida, se dio algo interesante. Por una parte, su aprecio por las órdenes y congregaciones de clausura. Tanto que, de hecho, fundó una de ellas: las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús en 1897 y, por otro lado, la consciencia progresiva de que desde la casa, con su marido e hijos(as), podía encontrarse con el Dios que sabe atraer de un modo siempre nuevo, fascinante, pues no cabe en ninguna definición. ¿Por qué hay tantos niños, adolescentes y jóvenes desubicados, faltos de atención y cariño? Sin duda, porque muchos padres de familia por diferentes motivos, algunos más serios que otros, han “abdicado” y puesto su tarea en manos de terceros. Necesitamos, a ejemplo de la Sra. Armida, papás y mamás que sepan tener una relación especial con Cristo y, desde ahí, cuenten con elementos para encarar las dificultades, siendo formadores de verdad.
“Todos los misterios se encuentran en la cruz”. La fe católica busca que seamos capaces de desarrollarnos como personas, siendo felices a partir de la lógica de Jesús, quien fue más allá de lo aparente y superficial; sin embargo, es un hecho que parte del camino, de la búsqueda, de la construcción de las decisiones vitales, incluye dificultades, pruebas que nos dan fuerza y carácter. Por esta razón, Concepción Cabrera, como inspiradora de la Espiritualidad de la Cruz, recuerda que el dolor, sin ser fin, es un medio que no debe buscarse deliberadamente, pero sí ser aceptado cuando se presenta a partir de la confianza que provoca Dios en las personas, manteniendo el buen humor y el valor de saber ofrecerlo en favor de otros; especialmente, de los sacerdotes. ¡Cuántos, ante un día difícil, deciden “tirar por la borda” sus esfuerzos y desanimarse hasta tocar fondo! En cambio, quien vive la espiritualidad de Jesús Sacerdote y Víctima, sabe que por encima de todo está Dios que nos lleva por caminos tan misteriosos como seguros. De ahí la clave para poder vivir con alegría y audacia, siendo fieles, a ejemplo de María que no se dejó vencer por la tristeza de aquel Viernes Santo que fue el medio para alcanzar la salvación, el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad.
La Venerable Concepción Cabrera de Armida, es un buen punto de referencia. De ahí el creciente interés por su proceso de canonización. Hizo de lo ordinario algo extraordinario, interesante, capaz de atraer a innumerables personas a la fe. No se quedó con los brazos cruzados y eso es algo que nos sirve de lección. Encontró su lugar en la Iglesia y en la sociedad, viendo en el proyecto de las Obras de la Cruz la manera de aportar y dejar claro cuál es el papel de los laicos en el aquí y el ahora.