Lo reconozco. Hoy es uno de esos días en los que las cosas vienen torcidas, y no tienes ganas de buscarle el lado bueno. De los que estás fastidiado, pero con “j”. De los que dices “mejor no me pongo a escribir, porque no va a salir nada bueno”. De los que te crecen los enanos, de los que pare la abuela.
Y en este tipo de días, te llega por Facebook una carta viral del tipo “quiero estar soltero/a, pero contigo”, y ya te acuerdas de la madre de Panete…
Es más que la vuelta, es la revuelta a lo mismo. A vendernos un ideal de vida sin compromisos, sin ataduras, sin complicaciones. Qué bonito es permanecer soltero; tener alguien ahí para cuando necesitemos cariñitos, o satisfacernos, pero sin promesas, sin nada oficial, ¡y sin anillos! Vaya, parece ideal. Te quitas los malos rollos, las broncas, los quebraderos de cabeza… y eres libre, como cuando acabas la permanencia de tu compañía: puedes dejarte querer por cualquiera. No hay un contrato, no hay ataduras. No hay malos despertares, no hay ropa por lavar, platos por fregar. No hay niños, monstruitos que te quitan el sueño, literalmente, desde que nacen. Una fuente de eterna preocupación, un sufrimiento mientras vivas. Pequeños seres que vienen a robarte tu propia vida. Y no hay responsabilidades económicas, una familia a la que mantener, una hipoteca que pagar, un trabajo frustrante en el que tengas que aguantar sí o sí a clientes maleducados o jefes exigentes. Es fantástico, puedes dejar el trabajo cuando quieras y buscar otro tranquilamente…
Si es que ya lo dice la canción: “te casaste, la cagaste”.
Pues bien, ante la moda de la aversión al compromiso, de la liberalización de las relaciones, de la pérdida del pudor y los convencionalismos, de la exaltación del yo, y de un carpe diem hedonista hasta el extremo, tengo unas palabrillas para opinar. Aún en un día negro como hoy.
Y es que uno no es hombre hasta que descubre su lugar donde entregar la vida, negándose a sí mismo. Una familia es uno de esos lugares; busque cada cual el suyo. Porque, al contrario de lo que diariamente nos venden, no estás hecho para adorarte, para reverenciarte, para satisfacerte, para buscarte; esto sólo lleva a la más efímera de las felicidades, a la más profunda de las frustraciones. Sin embargo, el largo camino de la entrega, de la donación, de perder aparentemente toda libertad para que otros vivan con tu diario sacrificio, ése lleva también ciertamente a frustraciones diarias, pero a la más profunda y auténtica de las felicidades. Es el misterio de descubrir que no vives tus sueños, todo cuando imaginaste y deseaste un día, sino que te encuentras recorriendo sendas que no habías imaginado, y que otro ha trazado para ti… Es vivir en la voluntad de Dios, en sus sueños para nuestra vida.
Me quedo con las palabras de Luis Cernuda:
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta.
La única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.