No me salgo, no, de los temas sobre los que voy hablando. Mi respuesta es que el Estado puede subvencionar a la Iglesia como a cualesquiera otras entidades, siempre que se trate de apoyar y fomentar el bien común en función del cual está el Estado. No lo olvidemos.

Hay una cuestión que quisiera exponer, porque se oyen, dentro y fuera de la Iglesia, opiniones que no me parecen correctas. Muchos dicen que la Iglesia se subvencione sus gastos, desde la manutención del clero hasta la conservación de sus monumentos. Es una opinión; pero hay otras, por ejemplo la mía y de muchísima gente, y es que el Estado no tiene por qué dejar de contribuir a la manutención de la Iglesia y de sus instituciones. ¡Vaya con qué nos sale Ud. ahora!, pensará alguien.

Antes de tratar este punto, pongo unos ejemplos: Un anciano que no quiere que el Estado gaste en deportes porque él ya no está para deportes; un matrimonio que no quiere que gaste en educación porque no tienen hijos; unos ciudadanos que no quieren que gaste en museos porque ellos nunca salen de su pueblo; otros que no quieren que gaste en armamento porque son pacifistas... y así podríamos hacer una larga lista.

Dentro de las necesidades de los ciudadanos que el Estado puede subvencionar, ¿por qué no se pueden incluir las necesidades religiosas, aún en el supuesto de que no fuese creyente ningún gobernante? Si vale lo que se oye decir en ocasiones: el que vaya a misa, que se la pague, valdría también decir: el que esté enfermo que se lo pague, o el que quiera que sus hijos estudien, que se lo pague y el que quiera circular por una carretera, que se la pague.      Si los tributos son una imposición del Estado para atender las necesidades del ciudadano, entre ellas, la sanidad, la educación, la jubilación, la justicia… ¿por qué no ha de atender también la dimensión moral y religiosa? ¿O es que el Estado se apropia de los tributos de los ciudadanos para invertirlos en lo que les parezca al grupo gobernante? Pregunto: ¿Dónde está el bien común en función del cual está la autoridad?

Las subvenciones y ayudas que pueda dar el Estado a la Iglesia o a otras confesiones religiosas ¿no las está dando a los ciudadanos para atender a las necesidades morales y religiosas de los mismos, aunque las dé a través de las instituciones correspondientes? ¿Y quién es el Estado para decir: estas necesidades sí las atiendo y éstas no, si los ciudadanos reclaman esta atención dentro del bien común? ¿Y quién es el Estado para decidir que no va a atender al desarrollo de los valores morales y religiosos de los ciudadanos si los ciudadanos lo quieren?
Me dan risa si no me dieran pena, las decisiones que van tomando algunas autoridades nuevas; parecen juegos de niños lo que están haciendo: ahora mando yo y hago lo que quiero porque para eso me han elegido. No te han elegido para eso, sino para que fomentes el bien común y te diría, además, que lo fomentes especialmente para los pobres.

La atención a los ministros del culto de cualquier religión implantada en el Estado ¿no es atender a las necesidades religiosas de quienes son creyentes, católicos o no católicos?

Este principio lo podemos aplicar perfectamente también al caso de la subvención del Estado a la escuela católica o de cualquier otra confesión religiosa. En el caso de la enseñanza, sucede que los que quieren una educación laica ¿pueden tenerla gratuita y quienes la quieren confesional, no? ¿Es que los alumnos que van a la escuela católica no son hijos de tan buena madre como los que van a la escuela pública? ¿Es que el dinero que gasta el Estado en la enseñanza estatal proviene sólo de quienes quieren ese tipo de enseñanza, o proviene de todos los ciudadanos? ¿Es que sólo los ricos optan por la escuela católica? Y aunque fuesen sólo ellos quienes optasen, ¿se les podría negar ese derecho? ¿Es que, acaso se les niegan a los ricos las atenciones de la seguridad social? En una democracia hay que jugar a igualdad de derechos.
  
Y la iglesia ¿a callarse? Nadie lo espere; que no se callará. Podrá ser perseguida o marginada (que parece que ya lo empieza a ser), pero no se callará. Algunos querrían hacerla desaparecer, pero miren la Historia, y no sueñen poder conseguirlo.

Ha habido también algún comentario sobre la Iglesia que parece de chiste: "La jerarquía debería tener cuidado exquisito en intervenir en la vida pública. La sociedad está suficientemente representada por los partidos y otras organizaciones a las que corresponde este papel".
Lo que faltaba. Que se calle todo el mundo que no haya sido elegido para un cargo público. Aquí somos nosotros solos los que hablamos. Si les gusta lo que hacemos, que nos entonen un cántico de alabanza; y si no les gusta, que se callen.

No hace falta decir que la Jerarquía, como cualquiera, tiene perfecto derecho a opinar cómo funciona la vida pública y a dar a sus fieles criterios morales, lo mismo que a enjuiciar la moralidad de la vida pública. Faltaría más. La moralidad he dicho.

José Gea