Me habían invitado muchas veces a conocer, in situ, todo lo que se vive en aquel lugar de El Escorial que se llama “Prado Nuevo”. Por distintas circunstancias nunca había podido desplazarme a Madrid con esta intención. La oportunidad surgió en el día de El Pilar, fiesta de la Patrona de la Hispanidad. Con un grupo de amigos pude gozar unas horas de aquel ambiente peculiar.
Llegamos a un prado con el adorno natural de encinas y fresnos. Rezamos un Avemaría ante la imagen de la Virgen, y nos dirigimos a la capilla para saludar al Señor. Antes de entrar estuvimos hablando con el jardinero, que era el portero de la finca en donde Luz Amparo trabajaba de empleada de hogar desde sus años mozos. Nos dijo que el nunca ha sido un hombre religioso, más bien escéptico. Trataba a esta mujer con el respeto que merecían sus convicciones. Un día, estando en la portería, se acercó ella y en un momento de la conversación vio que algo extraño estaba ocurriendo. De la frente, de las manos y de las rodillas de Luz Amparo empezó a brotar sangre. El se asustó. Por su cabeza pasaron muchos pensamientos fugaces, uno de ellos de miedo por si pudieran pensar que el la habría agredido. Hizo lo que pudo para limpiar la sangre. Ella le dijo a el que tenía que volver a Dios. Desde su primera comunión el portero no se había confesado. Empezó a rondarle en la cabeza que tenía que volver a Dios. A los pocos días se fue a una iglesia y entró llorando. Se confesó y empezó a ser cristiano en serio. Hoy está consagrado al Señor en una de las comunidades que fundó Luz Amparo.
Entramos en la capilla y recé al Señor y a la Virgen pidiendo por la conversión de tantos que están fríos y distantes de Dios, como lo estuvo el hortelano. En uno de los costados de la Capilla al exterior está el sepulcro de Luz Amparo, siempre con flores y luces.
Luz Amparo –no quiero llamarla vidente hasta que la Iglesia no se defina- fundó varias comunidades de almas consagradas. Sudeseo era difundir el espíritu del Evangelio, tal y como lo vivían las primera comunidades cristianas. Tuve ocasión de visitar un de las residencias de ancianos atendida por la Comunidad de Religiosas Reparadoras fundada por ella. El ambiente de un verdadero hogar: limpieza, belleza, amor, y un entorno bucólico. La superiora nos contó el origen, el espíritu y el estilo de vida que llevan. Son ocho hermanas para dieciocho ancianos. Las veo alegres, primorosas, piadosas, como les inculcó la Fundadora. La Superiora nos contó su conversión y su vocación. Todo un testimonio de apertura al Espíritu Santo. No quería por nada del mundo ser monja, pero la Virgen la cautivó y lo dejó todo. Y allí está, como buena madre, dando vida a aquel hogar.
Llama la atención de Prado Nuevo la exuberancia de vocaciones sacerdotales. Todo un edificio para sacerdotes y seminaristas que estudian en el Centro Teológico San Dámaso de Madrid. Se ordenan para la Diócesis, y los sacerdotes ejercen con ilusión su ministerio que aquellas parroquias o tareas encomendadas por el Obispo. Salen temprano y vuelven cada día para comer juntos y convivir. Hablé con algunos de ellos y se les nota felices. Los hay de distintas nacionalidades. Siguen asiduamente la página Religión en Libertad.
Pero lo que más me llamó la atención por lo insólito es la Comunidad de Familias Reparadoras. Una gran residencia en donde conviven familias enteras: padres, abuelos, jóvenes, niños… Un régimen de vida común. Una caja común en donde ingresan sus dineros. Cada uno gasta lo que deba gastar y el resto para el mantenimiento de la Obra. Comienzan la vida comunitaria con la oración de Laudes y la Santa Misa. Desayuno y cada cual a su trabajo. Un momento importante del día es la comida familiar. Los oficios van rotando, y así se atiéndela cocina, el servicio de las mesas, la limpieza, el lavado de ropa, el orden en la casa, etc. Comí con en una de las mesas, y allí estaba uno de los sacerdotes, y Pedro que es el miembros de la comunidad de raza negra que hace de trabajador social. Es de fácil palabra y estuvo todo el tiempo contándonos detalles de la vida de ellos con gran entusiasmo. Sus pequeños de pelo rizado andaban por allí. Fue un momento gozoso. Y pensé que aquello que estaba viviendo con estas familiar tenía un gran sabor a primitiva cristiandad: todo en común, nadie decía esto es mío, cada cual aporta a ese gran hogar lo mejor de su persona y su destreza. Por allí estaba el duelo de aquella finca de El Escorial en la que trabajó Luz Amparo. El ha aportado bastante dinero, pero allí es uno más.
No sé si todo ello es exportable a otros ambientes. Pero al menos el espíritu con que se vive sí, ya que es el Evangelio. Si a la Iglesia le preocupa la Familia, considero que hay que fomentar esta unión que haga posible que todos nos queramos más y mejor. Hacen falta comunidades de familias que compartan el amor, la amistad, los bienes materiales que se precisen, que puedan contar unos con otros… ¿No debería ser esto la Parroquia? ¿No debería ser esto la Iglesia? Queda mucho terreno por andar, pero veo que en Prado Nuevo lo están intentando. Al menos incorporemos a nuestra vida algo de su espíritu, que es el Espíritu Santo.
En uno de los folletos informativos leo: “La alegría del Evangelio proclamada por el papa Francisco, podemos decir que se hizo vida en Luz Amparo, que, en medio de tantos padecimientos nunca perdió la alegría y la paz del corazón, signo de su inmenso amor al Señor y a las almas. El epitafio grabado en su sepulcro lo recuerda con agradecimiento: Ella es la que nos enseñó a mar”.
Sobre el resto de las manifestaciones sobrenaturales que se pudieron dar allí, la Iglesia tiene la última palabra. Yo solamente he contado algo de lo que visto. “Por sus frutos los conoceréis”
juan.garciainza@gmail.com