Para aquellos que no siguieron la trama en su momento, recomiendo leer las últimas cuatro entradas de este blog publicadas en Julio de 2014.
Sonidos leves lejanos.
Murmullo de voces ahogadas.
El sabio comienza a despertar.
La consciencia es un don de Dios al hombre, un regalo, un privilegio. Los muertos no son conscientes. Hay muertos que viven y otros que mueren. Los muertos vivientes, respiran, hablan, trabajan y parecen ciudadanos normales. Pero, en realidad, están muertos por dentro. Es la muerte ontológica, la muerte del ser. Lo peor de estar muerto y respirar, es que como respiras no te das cuenta de que estas muerto. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo pensando en el dinero. En el propio, y lo que es más lamentable, en el ajeno. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo, quejándote, y lo que es peor, con razón. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo pensando en vicios, ambiciones y rencores, y lo que es peor, creyendo que ese estado de mediocridad es lo connatural al ser humano. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo imaginando otra vida diferente a la que tienes, imaginando que se cumplen por fin, tus espectativas de felicidad sean las que sean. Y lo que es peor... sabes que es pura imaginación y que cuando abras los ojos volverás a sentir la insoportable sensación de miedo, cobardía e inseguridad de siempre. La consciencia es un don que hay que pedir para salir de ese estado de embriaguez alienante que llena los espacios y los tiempos con risas vacías, ocios desesperados y ambiciones estresantes. Recuperar la consciencia es el primer paso para estar vivo, para estar en donde tienes que estar y afrontar lo que venga con humildad y confianza. La consciencia es dura, difícil y arriesgada, pero lo contrario es... vagar por el infierno.
El sabio se despereza.
Recuerda sus últimos momentos de consciencia. En una misión de locos, él y sus compañeros descendieron al infierno, salvando todas las barreras teológicas, filosóficas y espirituales posibles, para rescatar almas en un estado de semiinsconciencia, que eran salvas pero no lo recordaban. Habían terminado con sus huesos en el infierno en un último juego macabro de las potencias malignas. A la hora de morir, los demonios hicieron que olvidaran que su destino era el cielo, que habían visto la luz, que habían hecho las paces con Dios, con su vida y con ellos mismos. El equipo de rescatadores celestiales habían hecho un gran trabajo salvado a las almas designadas de antemano por el Padre. Las habían localizado de entre los muertos, habían entablado con ellas un diálogo y lograron que recordaran que en su vida mortal habían abrazado la paz. Los peligros se sucedieron y el riesgo de perderse en aquellos laberintos infernales era demasiado real. La potencia demoníaca era descomunal y aquel era su territorio y los rescatadores, además, eran almas débiles en proceso de purificación en el purgatorio. Por eso precisamente habían sido elegidos para descender en aquella misión suicida. Su débil luz celestial les permitió no llamar mucho la atención en aquel submundo pero si completaban su misión, les permitiría acelerar el proceso de purificación y llegar a los cielos superiores.
Pero algo salió mal en el último momento.
Miguel, el arcángel, se vio obligado a descender, al verse el grupo envuelto en una situación muy delicada. Después de cargar con rescatados y rescatadores, millares de demonios agarraron al grandioso Miguel mientras huían y la única solución que contempló el sabio para escapar del agujero infernal fue... soltarse. Con ello logró que los demonios se entusiasmaran con una presa fácil y asequible y permitieran que el grupo ascendiera con el camino libre hasta las regiones celestiales.
Un último sacrificio.
Un último acto de amor.
Una sentencia.
El sabio intenta ver algo pero la oscuridad es total. Oye algún sonido indescifrable a lo lejos. No pude moverse. Se encuentra en algún lugar del submundo lejos de todo, lejos de cualquier lugar, entre dos paredes. No se puede mover. Se encuentra aplastado por delante y por detrás. Apenas logra mover su materia espiritual unos milímetros. Una sensación de agobio y opresión le invade. Nota su cuerpo espiritual apagado y desfallecido.