H. Miguel Balerdi Gorostiaga, S.J.
(Arriba, Navarra, el 05/02/1927– Loyola, Guipúzcoa, 25.08.2015)
 
Homilía de la misa de funeral del 26 de agosto 2015 en Loyola.
2 Tesalonicenses3, 610. 1618
Mateo 23, 27-32
 
Son las lecturas del día: miércoles de la XXI semana del T.O. El evangelio nos puede
resultar un poco extravagante para la circunstancia pero haremos también alguna
alusión. No me gusta cambiar las lecturas, cuando se pueden adaptar al marco adecuado.
La de san Pablo a los tesalonicenses es también muy elocuente si se la atribuimos a
Miguel Balerdi: Recordad hermanos nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y
noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el evangelio de Dios.
 
Pero hablemos primero de Miguel: Yo tenía una granja en África… como en el relato de
Karen Von Blixen en la película y novela “Memorias de África”. Miguel Balerdi,
horticultor, avicultor y hasta ganadero también podría haber comenzado así su relato.
 
Yo conocí a Miguel en el Congo. Cuando llegué en 1968 él llevaba ya tres años pero
estaba en otro país, en Burundi, en el colegio Saint Esprit de Bujumbura. Miguel vivió
allí la época más traumática de su vida. Enfermero de los alumnos, en un colegio de
mayoría tutsi, a pesar de ser un país de mayoría hutu aunque gobernado por los batusis y
tener que asistir a persecuciones perpetradas en el mismo colegio motivadas por
denuncias realizadas por los mismos alumnos entre ellos. Viendo como los soldados del
ejército nacional venían a llevarse a los alumnos en camiones y de los que no se volvía
ya a saber nada, con el fin de eliminar las élites intelectuales de la etnia hutu. Algunos
refugiados universitarios llegaron hasta nuestra casa en Lubumbashi (Katanga), en la
que vivían algunos jesuitas burundeses de la misma etnia, después de haber recorrido
más de mil kilómetros a pie.
 
Miguel tuvo que dejar el país Burundi traumatizado por el dolor y ya no volverá más. Es
destinado a Kikwit en 1972, en el entonces Zaire (ahora de nuevo Congo). Yo me
encuentro con él en 1979, después de los estudios de teología en Bilbao, él llevaba ya 7
años en Kikwit ejerciendo de dentista, ciudad de 250.000 habitantes, el único dentista
de la región de Bandundu. Vienen hasta su gabinete de dentista, incluso desde la capital
Kinshasa distante de 520 kms., antiguos clientes suyos que apreciaban la calidad de sus
cuidados. Allí permanecerá todavía cinco años más, hasta 1984.
 
Yo pude acompañarle en dos momentos de toma de decisión importante en su vida en
Kikwit:
 
 
1. Al dejar de ser dentista en 1984, con 57 años de edad. Decía que su mano
comenzaba a temblar y que honestamente no podía seguir ejerciendo para no
cometer una fechoría.
 
2. En 1988 cuando decide solicitar el poder dejar el Congo y volver a Loyola. Algo
que, según me dijo, no lo había considerado nunca. Pero fue una decisión que
tomó con mucha paz y viéndolo bien claro. Esto ocurrió después de haber
recorrido en cuatro años, cuatro destinos bien distantes unos de otros (entre 800
km y 1.500 km de separación entre ellos), con lenguas y costumbres diferentes,
para volver de nuevo a Kikwit antes de retirarse de África. Miguel hizo la
constatación, a sus 63 años, que ya no tenía la misma facilidad de adaptación a
lugares, culturas y personas nuevas.
 
Así como fue que Miguel pudo estar todavía rindiendo servicio en:
1. Portugalete, un año.
2. Bilbao (residencia san Ignacio) como sacristán, diez años y administrador.
3. Loyola, como portero y ayudando en la portería, nueve años y luego en la
enfermería orando por todos nosotros.
 
Vine a verlo en 2012 en una de mis visitas de vacaciones desde el Congo, queriendo
comunicar con él de alguna manera, en castellano, en kikongo, en euskera y no había
forma. Miguel me miraba fijamente a los ojos sin que pudiera yo saber si me reconocía.
Hasta que me acordé de algo que Miguel me había dicho en Kikwit, que él solía
reconocer a la gente menos común, si habían sido clientes suyos en la dentistería y si
abrían la boca, al ver sus dientes. Quise probar la técnica enseñándole mis dientes pero
no reaccionó, luego le dije en kikongo: kangula nwa, songila mono meno na nge, abre
tu boca y enséñame tus dientes y entonces pude observar cómo comenzó a hacer muecas
y movimientos de mandíbula como queriendo complacerme pero sin lograrlo, y entendí
que me había comprendido.
 
Acabar volviendo al evangelio del día. Nos puede sorprender el ver a Jesús irritado.
Jesús condena aquello que oculta el verdadero rostro de Dios. En este caso se trata de la
hipocresía de los fariseos. Miguel Balerdi no tenía nada de hipócrita, al contrario. Lo
que si podía ser es un tanto suspicaz. Miguel podía ver segundas y hasta terceras
intenciones allí donde otros solo veíamos fachadas blancas. Yo que soy más bien
ingenuo, paradojas del destino, me pude entender muy bien con aquel hombre discreto,
que no buscaba el aparecer lo que no era y que, como Jesús, no podía soportar el creer
descubrirlo en otros. Aquí podemos de nuevo parafrasear el pasaje leído en san Pablo y
atribuírselo también a Miguel en justa medida: vosotros sois testigos y Dios también, de
lo leal, recto e irreprochable, que fue nuestro proceder con vosotros los creyentes.
 
Pidamos al Padre el poder descubrir más y mejor su rostro y este mayor conocimiento
divino nos permita el poder comunicar nuestra fe de una forma sincera; que podamos
anunciar el Dios de misericordia que hemos conocido en nuestro corazón.
 
Xabier Zabala Rodríguez, S. I.
San Sebastián, 02.09.2015

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Tomás de la Torre Lendínez