Ha comenzado el Sínodo ordinario sobre la familia. La Iglesia dispone de una radiografía de la familia en el mundo, y puede aportar soluciones para los casos difíciles en beneficio de la familia como institución clave de la sociedad y camino de santidad para los fieles.
Porque para Jesucristo el matrimonio no es un sueño de adolescentes o una utopía imposible para la mayor parte de los mortales. Las experiencias de las últimas décadas causadas por los intentos de redefinir el matrimonio y la familia resultan penosas y nadie las desea. De ahí que el Sínodo ponga en un escaparate el sentido original del matrimonio pues la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad.
En definitiva, los matrimonios cristianos ofrecen su testimonio al mundo de que Dios puede estar en el centro del hogar con todos los sucesos ordinario y extraordinarios. De modo que el gran drama del matrimonio es que Dios no cuenta para muchos y su proyecto vital camina en dirección distinta al plan del Creador, en vez de los casos particulares que desean una solución mediante una pastoral no apoyada en la verdad. Insiste el Papa una y otra vez en que debemos vivir la caridad con verdad, acogiendo y ayudando a quienes están en situación irregular y reconocen el valor de la gracia y del plano inclinado.
Radiografía de la familia
Durante los últimos años la Santa Sede ha pedido a las diócesis datos concretos e información sociológica para saber la dimensión real de problemas muy variados. Ahora dispone de una fotografía de la familia en el mundo, y además una radiografía de las actitudes entre los fieles respecto al matrimonio y la familia. En el Sínodo de octubre de 2014 se abordaron esos problemas a fin de encontrar respuestas pastorales para desarrollar, dentro de lo posible, un plan integral para defensa de la familia, de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia acerca de la santidad a que están llamados todos los fieles, siendo para la mayoría el matrimonio el camino real para encontrar a Dios.
Pastoral sin recetas generales
Como ha señalado el Vaticano, una cosa es el Sínodo mediático -y bien que lo vemos con esa extravagante pirueta del sacerdote homosexual apareciéndose en el día de la inauguración-, y otra el Sínodo real, donde se estudian los problemas y se buscan soluciones con la participación de 270 participantes, más 18 matrimonios y diversos expertos, que no buscan salir en los platós. Como es sabido, este Sínodo no tiene como finalidad revisar los planteamientos doctrinales sobre el sacramento del matrimonio y sus fines o sobre la naturaleza de la familia como institución esencial de la sociedad. Porque todo ello ha sido abordado repetidas veces desde el Concilio Vaticano II, en documentos específicos de Pablo VI, san Juan Pablo II, de Benedicto XV, otros de la Conferencia Episcopal Española, y naturalmente en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Porque la acción pastoral no busca ofrecer recetas generales. Los sacerdotes tienen experiencia de que cada caso es distinto y cada persona vive de manera única sus aspiraciones y su fe. Pienso, por ejemplo, en el caso de un divorciado y casado civilmente que manifestaba su pleno acuerdo con la pastoral de la Iglesia en estos casos. Declaraba que su vida no ha sido precisamente un camino de rosas, con varias pruebas que ha podido sobrellevar gracias a la oración. Reconoce que en su situación personal no puede recibir por ahora la Eucaristía ni el sacramento de la Reconciliación, pero lo considera como un camino de purificación y una oportunidad para valorar más esos sacramentos. Reconoce que por ahora «no recibir los sacramentos -digamos de manera oficial y visible- no significa ser rechazado, absolutamente no». Sabe que la praxis de la Iglesia es para él camino de humildad porque con frecuencia nos preocupa más lo que los demás opinen de nosotros que lo que piensa Dios, de modo que «nada ni nadie nos puede impedir amar a nuestro Dios y elegirle a Él. Doy gracias a Dios».
Comprobamos así que esa actitud responsable lleva a la serenidad después de los errores y pruebas, aleja del victimismo de echar las culpas a los demás e incluso a la misma Iglesia, que actúa como experta en humanidad. Por ahí debe ir la madurez humana y la santidad personal.