El principal motivo de esta visita fue el Encuentro Mundial de las Familias, el cual organiza el Consejo Pontificio para la Familia cada tres años en un lugar diferente. En el 2012 fue en Milán, en el 2018 será en Dublín.
Tras días de conferencias y reflexiones, el Papa llegó a clausurar este evento. El Benjamín Franklin Parkway de Filadelfia congregó a una multitud inesperada de fieles. Veías en las largas filas a familias enteras, niños, mujeres embarazadas, ancianos, personas con discapacidades, sacerdotes, religiosos y religiosas de distintas edades, buscando testimoniar su fe, su convicción sobre los valores que nacen en el seno de una familia.
En los mares de gente que esperó por largas horas ver a pasar al Papa Francisco en el Papamóvil, aunque fuese por diez segundos, y escuchar sus palabras, se respiraba un ambiente de mucho entusiasmo, devoción y también de pocas quejas.
Entre los múltiples idiomas se escuchaba el español de tantos latinos que viven en Estados Unidos. Muchos de ellos llegaron para alimentar esa semilla de fe que les fue sembrada en sus países de origen.
Me quedé sorprendida de ver cómo esta multitud hizo silencio en el momento en que hablaba el Papa. Parecía que las calles se hubiesen quedado vacías. De las reflexiones que hizo quiero destacar un término que empleó para describir a la familia: “Fábrica de esperanza”. Esperanza que se forja en aquellos actos a veces silenciosos que fortalecen los lazos familiares, que son la base de cualquier sociedad: el sacrificio de una madre que pasa la noche cuidando a su bebé, que madruga a preparar el desayuno de sus hijos, o incluso las dificultades cotidianas de las cuales ninguna familia está exenta; la importancia de no irse a dormir sin antes pedir perdón en caso de que se haya ofendido a alguien; el valor de los abuelos que tanto aportan con su sabiduría, de los niños que representan el futuro; la preocupación por los jóvenes que no quieren casarse porque no tienen los recursos o porque están desencantados y no creen en la institución matrimonial. Y nos preguntó a los allí presentes: “En mi casa, ¿se grita o se habla con amor y ternura?” Y valoró a quienes tienen “la tenacidad para formar una familia y sacarla adelante”, una decisión que “transforma el mundo y la historia”.
El casi millón de fieles que estuvimos allí presentes (¡y los miles que no pudieron entrar por los controles de seguridad!) hemos vivido días de una fiesta sana. La fiesta que celebra la permanencia durante milenios de una institución tan bella como sagrada: la familia. No queremos que las “colonizaciones ideológicas”, como dice el Papa, trastoquen su esencia y creemos que en una familia compuesta por papá y mamá, donde primen la unidad, el respeto, el perdón. Elementos que la convierten en una excelente fábrica, productora de una esperanza de la mejor calidad. Pues es tan alto el valor de una familia que, como dijo el Papa, “Dios entró al mundo por una familia y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor”.