«Si me preguntan qué se debe hacer para ser perfecto, lo primero que respondo es: levántate de la cama a la hora que toca; dirige tus primeros pensamientos a Dios; haz una buena visita al Santísimo Sacramento; reza el Ángelus devotamente; come y bebe a mayor gloria de Dios; reza bien el Rosario; recógete; mantén fuera los malos pensamientos; haz bien un rato de oración; examínate diariamente; vete a la cama a tiempo, y serás casi eres perfecto».
¿A qué se refería Newman cuando decía que el Rosario hay que rezarlo bien?
Podemos encontrar una respuesta en el sermón que predicó San John Henry Newman en la misa dominical del 5 de octubre de 1879.
Newman ya estaba en la fase final de su vida: había sido creado cardenal en el Consistorio del 12 de mayo de 1879. Desplazado hasta Roma, permaneció allí hasta junio debido a graves problemas de salud: primero un resfriado, luego una neumonía, y finalmente malaria. Newman tenía 78 años, y a pesar de los graves problemas de salud se recuperó gracias a una gran dosis de quinina y regresó a Birmingham.
De regreso a casa, Newman participó en numerosos eventos para celebrar su recién cardenalato: visitó las escuelas misioneras del Oratorio en septiembre y en octubre fue al St. Mary's College, en Oscott, el domingo antes de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Allí predicó sobre la devoción del Santo Rosario a partir del texto de San Lucas 2, 26: "Y encontraron a María y José y al Niño acostado en el pesebre":
“Sabéis que hoy celebramos la Fiesta del Santo Rosario y me propongo explicaros lo que sé sobre este gran tema. Ya sabéis cómo surgió esa devoción; cómo, en un momento en que la herejía estaba muy extendida y era ayudada por el sofisma, tan capaz de ayudar con fuerza a la infidelidad contra la religión, Dios inspiró a Santo Domingo para instituir y difundir esta devoción. Parece tan simple y fácil… pero sabéis que Dios elige las cosas pequeñas del mundo para humillar a los grandes. Por supuesto, fue antes que nada para los pobres y simples, pero no solo para ellos, puesto que todos los que han practicado esta devoción saben que hay en ella una reconfortante dulzura que no se encuentra en nada más. Es difícil conocer a Dios por nuestras propias fuerzas, porque Él no se puede comprehender. Para empezar, es invisible. Pero podemos conocerlo en cierto sentido, ya que incluso entre los paganos había algunos que habían aprendido muchas verdades acerca de Él; pero incluso ellos encontraron difícil conformar sus vidas a lo que conocían de Él. Y así, en su misericordia, Dios se nos ha revelado a sí mismo al venir entre nosotros, para ser uno de nosotros, con todas las relaciones y cualidades de la humanidad, para salvarnos. Bajó del cielo y habitó entre nosotros y murió por nosotros. Todas estas cosas están en el Credo, que contiene lo principal que nos ha revelado acerca de sí mismo. Pues el gran poder del Rosario reside en esto, en que convierte al Credo en una oración. Por supuesto, el Credo es ya en cierto sentido una oración y un gran acto de homenaje a Dios; pero el Rosario nos ofrece las grandes verdades de su vida y muerte para que las meditemos, y las acerca a nuestros corazones.
Y así contemplamos todos los grandes misterios de su vida y su nacimiento en el pesebre; y también los misterios de su sufrimiento y de su vida en la gloria. Pero incluso los cristianos, con todo su conocimiento de Dios, tienen generalmente más temor que amor hacia Él, y la virtud especial del Rosario radica en la forma especial en la que mira estos misterios; porque con todos nuestros pensamientos sobre Él se mezclan los pensamientos sobre su Madre, y en las relaciones entre Madre e Hijo contemplamos a la Sagrada Familia, el hogar en el que Dios vivió. La familia es considerada, incluso en un plano meramente humano, algo sagrado; cuánto más la familia unida por lazos sobrenaturales y, sobre todo, aquella en lo que Dios habitó con su Santísima Madre. Esto es lo que más deseo que recordéis en los próximos años.
Os pido que cuando salgáis al mundo, como pronto deberéis hacer, hagáis de la Sagrada Familia vuestro hogar, en el que podéis escapar de todas las penas y cuidados del mundo y encontrar consuelo y refugio. Y os digo esto, no como si yo tuviera alguna autoridad propia, sino con la autoridad del Santo Padre, cuyo representante soy, y con la esperanza de que en el futuro recordaréis que estuve aquí con vosotros y os dije esto. Y cuando hablo de la Sagrada Familia no me refiero solo a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, sino también a San José; porque del mismo modo que no podemos separar a Nuestro Señor de Su Madre, tampoco podemos separar a San José de los dos; pues ¿quién fue su protector en todos los momentos de los primeros años de la vida de Nuestro Señor? Y con José deben incluirse a Santa Isabel y San Juan, a quienes naturalmente consideramos como parte de la Sagrada Familia. Que vosotros, mis queridos muchachos, a lo largo de vuestras vidas encontréis un hogar en la Sagrada Familia; en el hogar de Nuestro Señor y Su Santísima Madre, de San José, de Santa Isabel y de San Juan Bautista.”