El Papa Francisco ha iniciado su viaje apostólico dentro de los Estados Unidos de América (22 al 27 de septiembre de 2015). El itinerario cubre tres destinos: Washington, Nueva York y Filadelfia. Sin duda, está en el “corazón” del mundo capitalista. La prensa secular ha especulado mucho acerca del pensamiento económico del Papa; sin embargo, vale la pena aclarar que la Doctrina Social de la Iglesia no toma partido por ningún modelo en particular. Su apuesta va en la línea del respeto a la dignidad de la persona humana. Hay doctrinas económicas intrínsecamente malas, como el modelo de Estado nazi; sin embargo, existen otras vías que dependen de la forma o medio de aplicación para poder considerar sus elementos de moralidad.
Ahora bien, ¿hay algo bueno en la “praxis” capitalista? Como en casi todos los casos, existen elementos que conviene reconocer y valorar en su justa medida. Por ejemplo, la calidad de la infraestructura en materia de seguridad social, así como el acceso a la educación pública superior. Además, del alto nivel de sus vías de comunicación y transporte. Tener ciudades bien trazadas y una política de respeto hacia la autoridad, favorece el desarrollo sustentable. Por lo tanto, el nivel organizativo de los Estados Unidos de América, así como los avances científicos, son un aspecto positivo que no podemos menospreciar, bajo slogans de tipo socialista y/o anárquicos.
La crítica del Papa Francisco –en la misma línea de sus predecesores- hacia las sociedades de consumo, no significa que descarte de tajo la totalidad del modelo capitalista, al punto de exaltar la pobreza material en contra del progreso. Esto hay que tenerlo muy en cuenta, pues el Papa ha declarado varias veces que su postura nada tiene que ver con el comunismo, cuyo fracaso a partir de la caída del muro de Berlín en 1989, acabó con la vana ilusión de considerarlo la respuesta a las necesidades de los menos favorecidos. Un Estado capitalista sabe recaudar impuestos y, a su vez, invertirlos en favor de la infraestructura de los tres niveles de gobierno. Lo que habría que cambiar, siguiendo el magisterio social del Papa Francisco, es el enfoque meramente consumista. Llevar a cabo una justa recaudación, no implica hacer de las personas un numero o recurso. Ciertamente, a falta de consumidores, ninguna economía puede subsistir, pero lógicamente la idea es que continúa la circulación de bienes y servicios, aunque evitando lo superfluo, lo innecesario. Por ejemplo, las raciones exageradas de comida en los restaurantes que terminan siendo desechadas. No se trata de desperdiciar, sino de saber distinguir entre lo esencial y lo accesorio.
El Papa Francisco exalta –con justa razón- la pobreza en el sentido evangélico de la palabra. Es decir, aboga por el sano desprendimiento para evitar perder los pies del suelo y terminar llenándonos de cosas innecesarias que nos distraigan y, por ende, desvinculen de los demás, provocando lo que él llama “globalización de la indiferencia”. Pensar que el Papa apoya la falta de vivienda, salud y educación, por una suerte de idolatría hacia el pauperismo, es desconocer y distorsionar su pensamiento. Él no defiende una ideología. Simple y sencillamente, recuerda lo que falta por resolver a nivel socioeconómico. El que critique el desempleo, es una prueba más de que, junto con toda la Iglesia, busca el desarrollo, aunque evidentemente no a costa de la humanidad de las personas. El progreso, entendido desde la DSI, exige respeto por los valores fundamentales ya que de otra forma sería retroceder en vez de avanzar. Ante la ideología de género, ampliamente arraigada en las sociedades con mejor nivel económico, hay que recordar que la DSI no se opone a la mejora de la calidad de vida, pero entiende y asume que el progreso debe ser de tipo antropológico; es decir, centrado en la dignidad de la persona humana.
Como católicos, no buscamos el pauperismo, sino un modelo de mayor inclusión social que, entre otras cosas, incentive el desarrollo empresarial para poder contar con un mayor número empleos a nivel local, regional, nacional e internacional. El Papa Francisco, como intérprete de la DSI, le está dando voz a los que no la tienen, precisamente porque busca el progreso, un modelo económico sustentable y, por ende, inclusivo.
Ahora bien, ¿hay algo bueno en la “praxis” capitalista? Como en casi todos los casos, existen elementos que conviene reconocer y valorar en su justa medida. Por ejemplo, la calidad de la infraestructura en materia de seguridad social, así como el acceso a la educación pública superior. Además, del alto nivel de sus vías de comunicación y transporte. Tener ciudades bien trazadas y una política de respeto hacia la autoridad, favorece el desarrollo sustentable. Por lo tanto, el nivel organizativo de los Estados Unidos de América, así como los avances científicos, son un aspecto positivo que no podemos menospreciar, bajo slogans de tipo socialista y/o anárquicos.
La crítica del Papa Francisco –en la misma línea de sus predecesores- hacia las sociedades de consumo, no significa que descarte de tajo la totalidad del modelo capitalista, al punto de exaltar la pobreza material en contra del progreso. Esto hay que tenerlo muy en cuenta, pues el Papa ha declarado varias veces que su postura nada tiene que ver con el comunismo, cuyo fracaso a partir de la caída del muro de Berlín en 1989, acabó con la vana ilusión de considerarlo la respuesta a las necesidades de los menos favorecidos. Un Estado capitalista sabe recaudar impuestos y, a su vez, invertirlos en favor de la infraestructura de los tres niveles de gobierno. Lo que habría que cambiar, siguiendo el magisterio social del Papa Francisco, es el enfoque meramente consumista. Llevar a cabo una justa recaudación, no implica hacer de las personas un numero o recurso. Ciertamente, a falta de consumidores, ninguna economía puede subsistir, pero lógicamente la idea es que continúa la circulación de bienes y servicios, aunque evitando lo superfluo, lo innecesario. Por ejemplo, las raciones exageradas de comida en los restaurantes que terminan siendo desechadas. No se trata de desperdiciar, sino de saber distinguir entre lo esencial y lo accesorio.
El Papa Francisco exalta –con justa razón- la pobreza en el sentido evangélico de la palabra. Es decir, aboga por el sano desprendimiento para evitar perder los pies del suelo y terminar llenándonos de cosas innecesarias que nos distraigan y, por ende, desvinculen de los demás, provocando lo que él llama “globalización de la indiferencia”. Pensar que el Papa apoya la falta de vivienda, salud y educación, por una suerte de idolatría hacia el pauperismo, es desconocer y distorsionar su pensamiento. Él no defiende una ideología. Simple y sencillamente, recuerda lo que falta por resolver a nivel socioeconómico. El que critique el desempleo, es una prueba más de que, junto con toda la Iglesia, busca el desarrollo, aunque evidentemente no a costa de la humanidad de las personas. El progreso, entendido desde la DSI, exige respeto por los valores fundamentales ya que de otra forma sería retroceder en vez de avanzar. Ante la ideología de género, ampliamente arraigada en las sociedades con mejor nivel económico, hay que recordar que la DSI no se opone a la mejora de la calidad de vida, pero entiende y asume que el progreso debe ser de tipo antropológico; es decir, centrado en la dignidad de la persona humana.
Como católicos, no buscamos el pauperismo, sino un modelo de mayor inclusión social que, entre otras cosas, incentive el desarrollo empresarial para poder contar con un mayor número empleos a nivel local, regional, nacional e internacional. El Papa Francisco, como intérprete de la DSI, le está dando voz a los que no la tienen, precisamente porque busca el progreso, un modelo económico sustentable y, por ende, inclusivo.