Antes empezar a opiniar, creo que necesario darnos cuenta desde donde opinamos o comentamos. Deberíamos hacerlo desde la humildad de saber que toda legislación humana tiene su parte positiva y su parte negativa. Cualquier cambio legislatico responderá con justicia para unos y generará injusticia para otros. Es algo que no podemos cambiar, ya que sólo Dios es plenamente justo y misericordioso.
Acuérdate de este proverbio: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Pr 3,4). Ten presente la palabra del Señor: “quien se humilla será elevado, y quien se eleva será abajado” (Mt 23, 12)... Si te parece tener una cosa buena, ponlo en tu cuenta, pero sin olvidar tus faltas; no te engríes de que hoy tú haces el bien, no apartes el mal reciente y pasado; si el presente te da motivo de vanagloria, acuérdate del pasado; ¡es así que tú percibirás el estúpido absceso! Y si tus ves a tu prójimo pecar, guárdate de no considerar en él esa falta, pero piensa también lo que hace y dónde él hace el bien; y recuerda, tú le descubrirás mejor que a ti, si examinas en conjunto tu vida y no haces el cálculo de cosas fragmentarias. Pues Dios no examina al hombre de un modo fragmentario... Estamos nosotros llamados a recordar todo eso para preservarnos del orgullo, nos abajamos para ser elevados. (San Basilio. Homilía sobre la humildad)
Creo que para tratar el tema hay que considerar tres aspectos esenciales: el matrimonio como sacramento, el sentido de la nulidad de un sacramento y las medidas que tendríamos que tomar para que no existan nulidades.
A) El matrimonio es un sacramento un tanto especial. Es especial porque se da en el consentimiento mutuo de un hombre y una mujer. Es especial porque el poder civil siempre ha estado interesado en ofrecer soluciones “apetitosas” a los problemas conyugales, tanto para los dirigentes, como para las demás personas. Los hermanos ortodoxos crearon a una “economía” sacramental, que supone nulo todo primer matrimonio que desea disolverse. Los católicos también nos hemos dado cuenta que si ligamos la validez sacramental al conocimiento, conciencia y fe, la inmensa mayoría de los matrimonios serían nulos.
El problema de esta “economía” es que se reserva sólo para el sacramento matrimonial. mientras se olvida de los demás sacramentos. Esto es un contrasentido que puede traernos problemas a la larga. Un sacerdote que haya sido ordenado sin saber plenamente a lo que se iba a enfrentar diez años después, podría reclamar la nulidad del Orden recibido. Igual sucedería con el bautismo, al que pocos han dado un sí consciente, libre y completo.
Pero hay un problema todavía más complejo. Si aplicamos la economía en toda su plenitud ¿Qué sucede con la inmensa mayoría de los matrimonios, que de una forma u otra son nulos en su origen? Esto nos lleva a la segunda consideración.
B) Anque muchos no lo vean así, los Motu Proprio no abren la puerta a los “divorcios católicos” sino que son una respuesta llena de misericordia a la situación de sufrimiento de muchos fieles. Pero la misericordia puede ser mal utilizada cuando se transforma en complicidad. La misericordia que olvida la justicia, sólo es buenismo y complicidad.
No se trata de anular los matrimonios unos tras otros sin poner problemas, sino de detectar un vicio de origen que lleva a que los matrimonios no sean válidos y corregilo. Si las causas que se aceptan para la nuliad son tan genéricas y amplias, todos los primeros matrimonios podrían ser nulos, como señala la “economía” ortodoxa. ¿Somos conscientes de las consecuencias de todo esto?
Lamentablemente, en los Motu Propio no se dice nada sobre qué hacer para que no pueda darse una nulidad generalizada.
c) Medidas a tomar para evitar la nulidad de los matrimonios. Si somos conscientes de todas las causas de nulidad indicadas en los Motu Proprio, es necesario hacer algo para que no se produzcan. No es lógico reconocer que algo se hace mal sin poner las bases para remediarlo.
¿Qué hacer? Lo primero es ser humildes y aceptar que la naturaleza humana no puede dar el salto hacia la santidad por sí misma. Necesitamos la Gracia de Dios, apertura de corazón y herramientas humanas que propicien el discernimiento pre-sacramental. Esto sería imprescindible en todos los sacramentos, pero en el matrimonio lo necesitamos ya mismo.
Humildemente se me ocurren tres propuestas: Formación antes y durante el noviazgo. Solicitar a las personas se sienten llamados a la vocación matrimonial, que se comprometan a cimentar su fe y conciencia de la vocación que tienen. Esto se debería poner en práctica dentro de la pastoral juvenil y con unos cursillos prematrimoniales de calidad y que cuesten un poco hacerlos. Quien algo quiere, algo le cuesta. Otra medida sería un itinerario de discernimiento personal y en pareja. Cuando una pareja decide que desea casarse debería ser ayudada espiritualmente a ser consciente de lo que el sacramento significa. Como pareja, es necesario reflexionar y discernir apoyados por la Iglesia. La tercera medida un verdadero apoyo posterior al matrimonio. Un apoyo que sea real y comprometido. La pastoral familiar necesita ser una realidad que apoye y cimiente que los matrimonios. Hay que lograr que las familias puedan sentirse dentro de una comunidad que les apoya y ayuda.
¿Qué quieren que les diga? Si del Sínodo de la familia salen indicaciones y medidas reales para que no existan nulidades o que sean muy, muy, muy, pocas, empezaré a creerme que este Sínodo tenía un objetivo sustancial. Si del Sínodo salen vaguedades muchos quedaremos decepcionados. No se monta el parto de los montes para que termine por salir un ratón.