LA ABUELA QUE VIO A LA VIRGEN…
No sé cómo ni por qué caminos hemos conseguido llegar al pie de la diminuta capilla. Junto a la puerta, en una minúscula hornacina, se guardan, entre flores y ofrendas, muletas de cojos que dejaron de serlo, bastones de paralíticos que curaron, los restos del tronco donde surgió la Virgen a los pastorcitos de Aljustrel… A mi alrededor, todo son oraciones, lamentos, rezos, sollozos, gritos y alabanzas. Allí se ven paralíticos, la tuberculosa, el leproso, el llagado, el ciego… Todos piden, todos rezan, todos lloran pidiendo el favor divino que rescate sus vidas de dolor y de la miseria de tanto mal…
El espectáculo impresiona… Seguimos nuestra marcha, y en un rinconcito, una viejecita callada, silenciosa, llena de rosarios y crucifijos, estampas y escapularios, de rodillas y con los brazos en cruz, no tiene más que ojos para la imagen… No siente el bullicio junto a sí. Su ensimismamiento es absoluto, profundo; nada ve, nada siente, nada escucha, nada llama su atención como no sea la pequeña Virgen que sobre el rústico altar tiende sus mantos de espuma y sus crenchas de oro en el interior de la pequeña capellinha…
Esta abuela es María dos Santos Carreira, que en el mes de julio de 1917, al saber de las apariciones de los pastorcillos de Aljustrel, arrastrándose desde una aldea próxima acudió hasta el árbol sagrado, buscando alivio a sus dolencias, y sanó… Cesó de repente la añeja inmovilidad de sus piernas, y encendida por un santo fervor afirma a las gentes que vio a la Virgen de Fátima; que la Señora tocó su miserable humanidad, curó sus dolencias, consoló sus penas, y… desde aquellos tiempos, la vieja María no se apartó ya más del valle de Cova da Iria…
Pobre, miserable, vive en las cercanías del Santuario, y su única misión es estar noche y día de rodillas y con los brazos en cruz frente a la imagen milagrosa…
LA PROSA DE LA VIDA
Llevamos quince horas en los alrededores del nuevo Lourdes lusitano. No hay que pensar en el coche que nos trajo a través de estas tierras…
Allá, no sé a cuántos kilómetros, quedó enterrad entre millares de vehículos, que tardarán dos tres días en ponerse en movimiento… Nuestra misión informativa está realizada; pero no hay manera de salir de entre aquellas legiones humanas. La prosa de la vida nos recuerda que hay que comer, y después de dos horas de un batallar constante frente a aquella muralla humana, llegamos hasta el modesto albergue de Fátima…
Tratamos inútilmente de interrogarle, de que nos atienda; pero, al fin, tras mucho porfiar y correr de un lado para otros tras el hombre de mandil y el gorro gigantesco, como el que recibe una limosna…, que nos cuesta cincuenta escudos, conseguimos unos trozos de pan no muy tiernos y un pedazo diminuto de cordero asado. Pedimos más, que el hambre nuestra no tiene miramientos etiqueteros, y el cocinero se enfurece, grita, nos insulta y sigue su batallar con su piquete de pinches y marmitones…
-Excelenzas: repartió ya más de tres mil almuerzos, nos advierte una vieja mendiga, que trata de limpiar con su desdentada boca un gran hueso…
JOSÉ QUILEZ VICENTE