Se llega a extremos donde se defienden comportamientos realmente dañinos. ¿Cuántas veces vemos a personas poniendo su vida en riesgo por tan sólo sentir la descarga de adrenalina de ese momento? Preguntémonos si esto es lo que quiere Dios de nosotros.
¿Hasta cuándo esperamos para decidirnos a obedecer a Cristo, que nos llama a su Reino celestial? ¿No nos vamos a purificar? ¿No vamos a dejar de una vez este género de vida que llevamos para seguir a fondo el Evangelio?
Aún más, por la vanidad de nuestro espíritu, sin preocuparnos lo más mínimo por observar los mandamientos del Señor, nos creemos ser dignos de recibir las mismas recompensas que aquellos que han resistido al pecado hasta la muerte. Pero ¿quién, en tiempo de la siembra ha podido quedarse sentado y dormir en casa y después recoger con los brazos bien abiertos las gavillas segadas? ¿Quién ha vendimiado sin haber plantado y cultivado la viña? Los frutos son para los que han trabajado; las recompensas y las coronas para los que han vencido. ¿Es que alguna vez alguien ha coronado a un atleta sin que éste ni tan sólo se haya revestido para combatir con el adversario? Y, por consiguiente, no sólo es necesario vencer sino también “luchar según las reglas”, como lo dice el apóstol Pablo (2Tes 114,5), es decir, según los mandamientos que nos han sido dados…
Dios es bueno, pero también es justo…:”El Señor ama la justicia y el derecho” (Sl 32,5); por eso “Señor voy a cantar la bondad y la justicia (Sl 100, 1)… Fíjate con qué discernimiento usa la bondad el Señor. No es misericordioso sin más ni más, no juzga sin piedad, porque “el Señor es benigno y justo” (Sl 114,5). No tengamos, pues, de Dios una idea equivocada; su amor por los hombres no debe ser para nosotros pretexto de negligencia. (San Basilio. Grandes Reglas monásticas, prólogo)
La sociedad actual entiende la vida como algo que debemos gastar a cambio de sensaciones. Pero Dios no es negligente, sino plena y totalmente justo. Da la misma paga a los trabadores de la hora undécima (Mt 20, 116, pero no a los que no han querido venir a trabajar en su campo. La misericordia es para quienes aceptan el llamado del Señor y no porque el Señor condene a los demás, sino porque no han llegado a decir de corazón el sí que desea de nosotros.
San Basilio indica con claridad que es necesario cumplir las reglas. ¿Por qué? Porque las reglas son la primicia de la justicia que se ofrece misericordiosamente. Quien no indica lo que quiere no puede exigirlo y por lo tanto, sería totalmente injusto. Quien indica las reglas, puede ayudarnos a cumplir por amor a nosotros. Por eso Dios es justo y misericordioso al mismo tiempo y de forma plena.
Cuando alguien habla de la justicia de Dios, se le tacha de rigorista, fundamentalista y otras lindesas peores. Quien tacha a un hermano de rigorista no se da cuenta que señalar lo que Dios desea de nosotros, es lo que nos permite decir el sí. Quien te señala es camino es el mejor amigo, quien te quiere bien, quien desea que abras tu corazón a la Gracia de Dios. Aunque no lleguemos a tiempo, aunque no seamos capaces de ir muy lejos, hemos dicho el sí y la Gracia de Dios puede hacer posible lo que para nosotros es imposible. Esto no me lo invento. Lo ha dicho Cristo mismo:
Al oír esto, los discípulos estaban llenos de asombro, y decían: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Pero Jesús, mirándolos, les dijo: Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible. (Mt 19, 25-26)
Hacer puenting es una experiencia que se ofrece como una algo único y vitalizante. Dejarse en manos de Dios y confiar en sus promesas requiere más valentía y constancia que un salto al vacío carente de sentido. No me cabe duda alguna que te sientes más vivo y libre "perdiendo" nuestra vida por Cristo, porque al hacerlo, la ganaremos con plenitud y sentido.