Para el Papa, y para mí también, la misericordia es la esencia de Dios. Dios es amor, dijo San Juan, resumiendo en una frase todo lo que había comprendido de las enseñanzas de Jesucristo. Ese amor, naturalmente, tiene muchas manifestaciones. Dios es amor siempre. Es amor cuando crea, es amor cuando enseña, es amor cuando juzga, es amor cuando absuelve y es amor, también, cuando condena. El Señor que separará a unos a su izquierda y a otros a su derecha el día del juicio, es amor siempre. Será amor, será misericordia, también cuando diga a los que coloque a su izquierda: "Id malditos de mi Padre". Y lo será porque, al hacerlo, estará defendiendo a aquellos que han tenido hambre y no han recibido de comer por parte de los que podían ayudarles y no lo han hecho. La misericordia de Dios es infinita y llena la tierra; esta es nuestra esperanza, pero eso no significa que la misericordia divina sea equiparable a un consentimiento de Dios para que podamos hacer lo que queramos sin consecuencias. La misericordia de Dios empieza a aplicarse con las víctimas y, precisamente por eso, no deja impune a sus verdugos.
La dialéctica, pues, entre juicio y misericordia (no entre verdad y misericordia, como equivocadamente se dice), entre castigo y perdón, llena la Biblia y aparece también reiteradamente en el Nuevo Testamento. Es una dialéctica que no se puede zanjar a favor de uno o de otro, suprimiendo al contrario. Se equivocan los que dicen que como Dios es tan bueno nadie será castigado y se equivocan los que dicen que no escaparán del castigo los que han hecho el mal. Hay que dejarle a Dios que haga de Dios, pues sólo Él sabe unir juicio con misericordia.
Volviendo a la reforma de las nulidades matrimoniales, al margen de si quedan elementos poco claros que pueden dar lugar a confusión, creo que lo que el Papa ha querido es unir juicio y misericordia. Si ha acertado o no, si la reforma es perfecta o perfeccionable, lo dirá el tiempo. Lo que sí veo es que el Santo Padre intenta ayudar al máximo a los que sufren las consecuencias de un matrimonio roto, sin dejar de defender el vínculo matrimonial en caso de que realmente existiera. Si no defendiera ese vínculo, estaría aprobando el divorcio, pero si la defensa de ese vínculo impidiera discernir con una moderada rapidez la existencia del sacramento, estaría haciendo un daño innecesario a unos fieles que ya han sufrido bastante por su fracaso matrimonial. El equilibrio es siempre difícil de conseguir. El Papa lo ha intentado con esta reforma. Debemos darle un voto de confianza. Además, esta reforma puede servir para que se debilite el entusiasmo de los que quieren abrir el acceso a la Eucaristía a todos, al margen de su estado de gracia. Es posible que esa haya sido la intención del Santo Padre al aprobar la reforma pocos días antes del Sínodo.