¿Es sentirse bien un objetivo? ¿Es un criterio moral aceptable? ¿Puede ser guía para nuestras decisiones?
La verdad es que no es algo que pueda decirse malo, todos queremos sentirnos bien, buscamos con desesperación aquello que nos hace sentirnos bien y rehuimos de todo aquello que nos hace sentirnos mal. En realidad, lo que esconde debajo es que todos buscamos la plenitud del ser, el bien. En definitiva, lo que buscamos, aún sin saberlo, es a Dios y hasta que no gocemos de Él plenamente, bien, lo que se dice bien del todo, no vamos a estar. Nos lo dicen los santos: «Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (San Agustín, Confesiones I, 1)
El problema está en cuando ese sentirse bien se convierte en nuestro objetivo último y nuestra guía y hacemos los que sea por sentirnos mejor. Entonces se convierte en una esclavitud y nos trae una insatisfacción aún mayor.
Rod Dreger nos habla en su libro «La opción benedictina» del «deísmo moralista terapéutico». De entre las características que señala el autor de esta falsificación de la verdadera religión católica podemos fijarnos en esta:
«El objetivo central de la vida es ser feliz y sentirse bien consigo mismo»
Sentirme bien conmigo mismo'. Esto sería bueno si se tratara de paz interior, pero no van por ahí los tiros. Es más bien una frase de serie de televisión o de spot publicitario: «Si te sientes bien, hazlo»
Cuando si me siento bien o mal es una guía para mi comportamiento esto deviene en una pendiente muy resbaladiza.
Me siento bien cuando, por ejemplo, inicio una relación romántica estando casado, es emocionante y me hace sentir vivo. Además de ser un pecado grave, desgraciadamente esto suele terminar como el rosario de la aurora, varias vidas y familias destrozadas por sentirme bien en ese momento.
Me siento bien cuando pido un préstamo de tipo de interés desorbitado y me puedo comprar lo que quiero, desgraciadamente suele acabar con la ruina económica y la vida destrozada.
Me siento bien cuando me tomo dos copas y me achispo un poco porque me siento más desinhibido, porque se me olvidan las preocupaciones… Normalmente suelo acabar exactamente igual de fatal que los anteriores ejemplos.
Los anuncios también explotan esta necesidad de sentirnos bien: si tienes este coche, este móvil... o, lo que es peor, este cuerpo de modelo anoréxica te sentirás bien contigo misma. Obviamente esto no sucede, pronto se desinfla como un globo y nos crea una insatisfacción aun mayor, y finalmente nos sentimos mal, muy mal.
Veo también dos peligros de esta obsesión por sentirme bien en la fe:
El primer peligro es la emotividad como fundamento de la fe. Una persona hace un retiro, tiene una primera conversión, y se siente emocionada. Ve a Dios en todas partes y siente a Dios en cada momento. La oración es un descubrimiento diario que la llena de gozo y siente un “subidón espiritual”. Esto no es malo sino bueno y normal pero el problema está en que, acabado el subidón, como no hay raíz ni ascesis, la fe se acaba. Me recuerda a la manida frase de 'mi marido o mi mujer, ya no me llena' que no quiere decir ni más ni menos que no siente las mariposas en la tripa de la luna de miel, y entonces, 'se acabó el amor'.
El segundo peligro es querer sentirse bien sin conversión. Desde hace un tiempo está de moda el tema de la sanación. Es normal y bueno buscar en Dios la sanación de nuestras heridas y es un tema fundamental porque el modo de vivir que llevamos tan alejado del Evangelio y tan sumergido en la cultura de la muerte deja terribles heridas. Acudir a Dios para que cure nuestras heridas no solo es lo mejor, es la única alternativa viable. El problema surge cuando nos acercamos a Dios no para que nos sane sino para que nos haga sentir mejor, y no estamos dispuestos a convertirnos y a cambiar nuestro modo de vida y claro, eso no funciona.
El tercer peligro es hacer el voluntariado para sentirse bien. Cuando uno hace algo por el prójimo se siente bien o por lo menos al principio. Tampoco esta mal esto, pero claro, cuando dejas de sentirte tan bien porque otros no aprecian lo que haces porque es políticamente incorrecto, cuando tienes menos tiempo libre y te viene peor, cuando las cosas se complican, cuando aquellos a quienes haces el bien a menudo no muestran el agradecimiento que esperas.. todo se viene abajo. Cuando el servicio al prójimo es por amor a Dios encarnado en el otro, todo esto se supera y hay paz interior, sino no. Por eso las ONG se van cuando hay guerra en un país, o cuando surge el pánico visceral al innombrable virus, y la iglesia no, o por lo menos aquellos que todo lo hacen por amor a Jesucristo hasta dar la vida
La felicidad es posible aunque no sea plena, y no lo será hasta que no estemos en el Cielo. Pero el camino del Evangelio es bien distinto que buscar solo «sentirse bien». La paz y la felicidad interior es resultado de la adhesión a la voluntad de Dios y nunca de una receta mágica, es la conversión que nos trae la felicidad, aunque no nos quite el sufrimiento. Dios no nos miente ni nos engaña y no nos promete algo que no se corresponde con la realidad.