La encíclica “Laudato si” (2015) del Papa Francisco, es una lección muy completa que puede ser abordada desde un enfoque interdisciplinar; sin embargo, el punto medular es que la fe incida en la vida de cada uno. Es decir, entender que el Evangelio no solamente se vive los domingos, al estar de misiones por Semana Santa o los jueves en la reunión del grupo de oración, sino en todo tiempo, modo y lugar. No se puede ir a Misa y, al mismo tiempo, ser de los que arrojan basura a la calle, porque esto choca contra el bien común. Luego viene la temporada de lluvias y se provocan inundaciones por las alcantarillas tapadas.
Recibir a Dios, supone comprometernos con el medio ambiente, pues él nos ha hecho administradores de los recursos que hay en el mundo. Dicho compromiso, debe comenzar por respetar la dignidad de la persona humana, pues esto es la clave de la paz. No olvidemos que dañar la vida, termina por generar tensiones, desencuentros y violencia. Por lo tanto, necesitamos una “ecología integral” (cf. Laudato si, capítulo IV, 137). Nuestra profundidad espiritual debe ser directamente proporcional al compromiso que tengamos con el cuidado de lo que, en palabras del Papa Francisco, se denomina como “casa común”. De otra manera, la fe queda reducida a un sentimiento momentáneo, desencarnado y, por ende, abstracto.
Comulgar, implica el compromiso de tocar la realidad, contribuir a una mejor administración de lo que se tiene, tomando en cuenta el destino universal de los bienes, tal y como lo enseña la Doctrina Social de la Iglesia. Se va haciendo necesario vincular la fe católica con el compromiso ciudadano a fin de poder alcanzar o construir una sociedad mejor, integrada y marcada por la justicia. Entonces, no basta con tener buenas intenciones. Hay que intervenir, participar y, sobre todo, empezar el cambio por uno mismo, a título personal. De otra manera, criticaremos sin implicarnos. La experiencia de Dios, presente de modo especial en los sacramentos, nos hace humanos, hombres y mujeres conscientes; es decir, abiertos a los retos de cada época.
La espiritualidad, en su sentido auténtico, conecta con la realidad circundante, generando un vínculo que provoca respuestas contundentes, centradas en recuperar los valores y favorecer una identidad inspirada por la fe en Jesús, quien nos quiere bien formados, educados, preparados y, sobre todo, decididos para hacer bien las cosas. Cuidar el medio ambiente es una forma concreta de corresponder a su ser y estar a lo largo de nuestra historia. En síntesis, hay que ir a Misa y, al mismo tiempo, evitar acciones como tirar basura, pues la Eucaristía tiene que comprometernos a ser mejores ciudadanos.
Recibir a Dios, supone comprometernos con el medio ambiente, pues él nos ha hecho administradores de los recursos que hay en el mundo. Dicho compromiso, debe comenzar por respetar la dignidad de la persona humana, pues esto es la clave de la paz. No olvidemos que dañar la vida, termina por generar tensiones, desencuentros y violencia. Por lo tanto, necesitamos una “ecología integral” (cf. Laudato si, capítulo IV, 137). Nuestra profundidad espiritual debe ser directamente proporcional al compromiso que tengamos con el cuidado de lo que, en palabras del Papa Francisco, se denomina como “casa común”. De otra manera, la fe queda reducida a un sentimiento momentáneo, desencarnado y, por ende, abstracto.
Comulgar, implica el compromiso de tocar la realidad, contribuir a una mejor administración de lo que se tiene, tomando en cuenta el destino universal de los bienes, tal y como lo enseña la Doctrina Social de la Iglesia. Se va haciendo necesario vincular la fe católica con el compromiso ciudadano a fin de poder alcanzar o construir una sociedad mejor, integrada y marcada por la justicia. Entonces, no basta con tener buenas intenciones. Hay que intervenir, participar y, sobre todo, empezar el cambio por uno mismo, a título personal. De otra manera, criticaremos sin implicarnos. La experiencia de Dios, presente de modo especial en los sacramentos, nos hace humanos, hombres y mujeres conscientes; es decir, abiertos a los retos de cada época.
La espiritualidad, en su sentido auténtico, conecta con la realidad circundante, generando un vínculo que provoca respuestas contundentes, centradas en recuperar los valores y favorecer una identidad inspirada por la fe en Jesús, quien nos quiere bien formados, educados, preparados y, sobre todo, decididos para hacer bien las cosas. Cuidar el medio ambiente es una forma concreta de corresponder a su ser y estar a lo largo de nuestra historia. En síntesis, hay que ir a Misa y, al mismo tiempo, evitar acciones como tirar basura, pues la Eucaristía tiene que comprometernos a ser mejores ciudadanos.