Pero vivir en comunidad no es sencillo; es complicado. Supone saber qué compartimos en común y cómo tratar todo lo que no es común. Ser comunidad implica un compromiso de hacer común una serie de dones y no utilizar lo que no es común como herramienta de separación. Se es comunidad cuando se comparten una parte sustancial de nuestras vidas y nos comprometemos de forma libre y profunda con todos los que forman la comunidad.
Los católicos solemos llamar comunidad a estructuras sociales que no lo son realmente. Llamar de forma errónea a algo, nos lleva a confusiones y frustraciones. Muchas veces sólo llegamos a ser un grupo. Pensemos en una comunidad parroquial que sólo englobe a las personas que hayan sido bautizadas y asisten a misa en dicha parroquia. Estar bautizado e ir a misa no supone ser parte de una comunidad, sino de un grupo definido por estas dos circunstancias.
A veces tenemos a un grupo de personas que se sienten unidas por un hecho común, como puede ser la devoción a un santo o realizar una peregrinación a determinado santuario. Tendríamos un colectivo de personas que se reúnen por tener una realidad vivida como nexo de unión.
Cuando hay actividades que realizar y un grupo de personas trabajan unidos con un objetivo operativo común, tenemos un equipo. Los equipos comparten objetivos claros y un compromiso limitado en tiempo y forma. Nadie puede decir los componentes de un equipo de futbol tengan que compartir actividades sociales más allá de los entrenamientos y los partidos. Un equipo pastoral no es una comunidad por el hecho de trabajar juntos con un objetivo común.
Cuanto más se comparte y existe mayor compromiso, es más complicado convivir. Esto lo tenía claro San Agustín, que nos habla de la comunidad que fundó en torno a la regla escrita por él.
[San Agustín exhorta a vivir en comunidad y pobreza a sus hermanos…] Pero, si no quieren, si es que hay alguno, yo he sido quien estableció, como sabéis, que no ordenaría de clérigo [monje] a nadie más que a quien quisiera permanecer conmigo, de forma que, si deseara abandonar su propósito, le quitaría el clericato, puesto que desertaría de la santa comunidad y de la compañía en que había comenzado a vivir; mas ved que, ante la presencia de Dios y vuestra, cambio de parecer: quienes quieren poseer algo como propio, aquellos a quienes no basta Dios y su Iglesia, permanezcan donde quieran y donde puedan, que no les quitaré el clericato. No quiero tener hipócritas. Mala cosa es — ¿quién lo ignora? —, mala cosa es dejar de hacer un propósito, pero peor es simularlo. Mirad lo que digo: cae quien abandona la sociedad de la vida común ya abrazada, que es alabada en los Hechos de los Apóstoles; cae de su voto, cae de la profesión santa. Mire al juez; pero a Dios, no a mí. Yo no le quito el clericato. He puesto ante sus ojos el peligro en que se halla: haga lo que quiera. Sé, en efecto, que, si quiero degradar a alguien que se comporte así, no le faltarán abogados, no le faltarán defensores, e incluso entre los obispos, que digan: « ¿Qué mal ha hecho? No puede tolerar esa vida contigo; quiere permanecer fuera de la casa del obispo, vivir de lo suyo. ¿Por eso ha de perder el clericato? » Yo sé cuán malo es profesar algo santo y no cumplirlo. Prometed, dijo, al Señor vuestro Dios y cumplidlo; y: Mejor es no prometer que prometer y no cumplir (San Agustín, Sermón 335, 6)
Cuando intentamos ser una comunidad nos encontramos con problemas considerables. Como dice San Agustín: “mala cosa es dejar de hacer un propósito, pero peor es simularlo”. La postmodernidad da gran valor a lo que aparentamos y desprecia lo que somos. Simular es tan cotidiano que a veces no sabemos si una propuesta que hagamos es realmente bien recibida o no. La simulación suele terminar en simulacro. Es decir, mantener las apariencias cuando su significado se ha perdido o no nos importa. Aparentamos ser una comunidad, pero en realidad cada cual va por su lado. Aquí tenemos una de las consecuencias directas de la hipocresía y del verdadero fariseísmo. Muchos creen que el fariseísmo es cumplir con rigor la ley. Cristo fue el primer cumplidor y lo dejó claro muchas veces. Lo que el Señor afeaba de los fariseos es ser “sepulcros blanqueados”, es decir hipócritas que simulan y crean simulacros a su alrededor.
La falta de compromiso real genera hipocresía. Querer aparentar lo que no se desea realmente. Cuando estamos simulando una pertenencia, aparecen comportamientos que degradan la comunidad. Algunos de ellos son:
- Atizar a los demás con la cruz personal que Dios nos ha dado. Nos fastidia que los demás no den valor a lo que para nosotros es tan importante. Si utilizamos la cruz personal para señalar a los demás y condenarlos, no podremos vivir en comunidad. Si una persona tiene necesidad de oración constante es porque necesita sentir a Dios en su vida cotidiana. A lo mejor otras personas sienten a Dios de forma más natural y no necesitan estar siempre arrodillados orando. El problema de la oración no es de los demás, sino de quien la necesita. No podemos estar señalando a los demás cuando nosotros somos los que necesitamos tener la oración constante.