Se puede preguntar por qué razón, mientras los discípulos luchaban en medio del mar, se presentó en la playa, después de su resurrección, el que antes de ella había andado sobre las olas en presencia de sus discípulos. Pero la mar significa el siglo presente, que se combate a sí mismo por el choque de las tumultuosas olas de esta vida corruptible, al paso que la tierra firme de la playa significa la estabilidad del eterno descanso. Y como los discípulos luchaban todavía con las olas de esta vida mortal, se fatigaban en el mar, mientras nuestro Redentor, después de su resurrección, habiendo sacudido la corrupción de la carne, permanecía firme en la playa. (San Gregorio, In Evang. homilía 24)
El Evangelio de ayer domingo es muy interesante. San Juan tiene una forma especial de relatar lo que aconteció en aquellos días. Sabe resaltar elementos que quedaban ocultos para otros evangelistas. Pedro fue a pescar de noche y los demás lo siguieron. Pero por mucho que trabajaron, no consiguieron llevar peces a sus redes. Es el momento de la desesperanza. Cuando el alma cae a los pies y la oscuridad que precede al alba pesa sobre el ánimo y la voluntad. En ese momento llega Cristo y señala el lugar donde la pesca será maravillosa.
San Gregorio señala el significado de la escena. El mar improductivo y desesperante es el momento actual, lo cotidiano, lo rutinario, que nos atrapa y nos desgasta. Cristo llama desde la orilla, que representa la vida eterna que trasciende lo cotidiano. Pensemos en todo el desánimo que tenemos sobre nosotros. Pensemos en la dureza improductiva del trabajo de evangelización que intentamos llevar a cabo. Pensemos en las decepciones que cargamos encima. Pensemos en el mar como la sociedad líquida en la que nos ha toca vivir. Combate personal que busca la mano de Cristo, mientras luchamos para no ahogarnos entre las olas.
Las barcas sirven para dar alguna seguridad, pero esa seguridad a veces resulta engañosa. Un golpe de mar puede arrastrar a cualquier de nosotros hacia el agua. Sólo la orilla es segura. Sobre todo cuando el mismo Cristo ha preparado las brasas y nos ofrece pan y pescado para reponer nuestro maltrecho ánimo. Los sacramentos están ahí para que no desesperemos y entendamos que Cristo no nos olvida. La Iglesia nos ofrece la Eucaristía para que podamos seguir luchando contra las terribles olas y el viento que se estrellan contra las barcas y contra nosotros mismos.
Aunque hayamos caído al mar, la mano de Cristo está lista para que la tomemos. No esperemos que las manos de otros hermanos nos ayuden, ya que a veces ellos mismos andan luchando por no caer. Cristo llega al amanecer, tras la noche oscura.