Así pues, hoy, en el cumpleaños de Nuestra Madre, como madres, recordemos a nuestros pequeños quién es Ella y dediquémosle el amor de nuestros hijos, que a Ella tanto agrada, por ser el más puro, limpio e inocente de todos. Podemos ir a una ermita y cantarle el ´cumpleaños feliz´, o llevarle un ramo de flores a una capilla que tengamos cerca, o dedicarle un misterio del Rosario con los mayores de la casa. Algún detalle que a la Virgen haga sonreír y a nuestros hijos recordar quién es su Madre del Cielo, que les acompaña siempre, como acompañó a Cristo, tan en silencio pero tan cerca, desde su Encarnación hasta su muerte en la Cruz.
Y, de paso, pidámosle ser un poco más como Ella es: sencilla, dulce, piadosa, alegre, humilde, sincera, generosa, fuerte, paciente, prudente... Personalmente, en mi caso, hay algo de María, como Madre, que me parece especialmente difícil: la capacidad de corregir sin perder la calma. Cuando me imagino a la Virgen riñendo a Jesús Niño por alguna travesura (realmente no sé si las haría, pero entonces me la puedo imaginar riñendo a cualquiera de nosotros), me viene a la cabeza una imagen de María muy firme y seria, pero, a la vez, completamente dueña de sí y llena de amor, la visualizo en mi mente corrigiendo con ternura, con la paz interior propia del que tiene, en todo momento, la presencia de Dios. Y lo mismo en sus conversaciones con San José: si alguna vez tenían alguna discrepancia (que tampoco sé si las tenían), María nunca gritaría, ni se enfadaría, ni se pondría nerviosa o haría sentir mal a San José, sino que le explicaría las cosas con serenidad y paciencia, buscando el Bien para ambos, y no su victoria en la batalla...
Así que hoy, en el cumpleaños de María, le pido que me enseñe a acercarme más a su Hijo para poder parecerme cada día un poco más a Ella.