Lo dijo en positivo mi buena amiga y hermana Teresa Valero, delegada de Nueva Evangelización de Solsona, en unas palabras que dirigió en la asamblea de Fe y Vida, y cuánta razón tiene. Asistimos a todo un cambio de época y de paradigma en la Iglesia, en donde se intuye que muchas cosas van a cambiar.


La Nueva Evangelización no se trata de una serie de actividades programadas con motivo de la temática eclesial para un año, ni de poner la coletilla de Nueva Evangelización a todo lo que hacíamos desde hace décadas. Tampoco se trata de empezar a salir de nuestros templos a intentar ganar todo lo que hemos perdido en el último siglo, para volver a aquellos felices e idealizados tiempos en los que las iglesias estaban llenas.


Se trata de la conversión pastoral de toda la Iglesia, y esto no es algo que se haga de la noche a la mañana.


Tampoco es algo que se pueda hacer sin dolor, pues muchas de las que  Aparecida denominaba  “estructuras caducas” están llamadas a desaparecer.


La cuestión no es si van a desaparecer estructuras, modos de hacer pastoral y costumbres que hemos absolutizado hasta el punto de sacralizarlas y hacerlas poco menos que imprescindibles para la salvación. La verdadera cuestión es si seremos capaces de reconocer que están caducas a tiempo, antes de que el inexorable paso de los años y la decadencia que tanto nos afanamos en gestionar, acaben por derribarlas cuando ya sea demasiado tarde para reaccionar.


No se trata simplemente de la tensión entre el mantenimiento y la evangelización, pues la conversión pastoral a la que nos invita la Evangelii Gaudium es algo tan esencial a la Iglesia como su identidad misma.


No se trata de que la Iglesia tenga una misión, sino de que la misión de Cristo tiene una Iglesia, la cual ha de volver a sus inicios y configurarse como una iglesia de discípulos, en vez de como una máquina de hacer cristianos a base de bautizar e impartir sacramentos indiscriminadamente haciendo oídos sordos a algo tan básico como el hecho de que la fe de los recipientes brilla por su ausencia.


La nueva Iglesia que está naciendo de la Nueva Evangelización no es la que llama la atención de los titulares de los periódicos religiosos, empeñada en tener números, hacer actividades fuera de las cuatro paredes del templo, reformular planes de pastoral, maquillar estilos y contentarse con las estadísticas aparentes, sin profundizar en la raíz de las cosas.


Es una Iglesia profundamente interesada en volver al primer momento, a la primera hora del Espíritu Santo, reencontrarse con Jesucristo, reconstruir la comunidad básica que es la célula y apoyarse en los obispos y sacerdotes renovando en ellos la figura del padre y el pastor, aferrándose al tesoro que es tenerlos.


Es una Iglesia que no cree en el mantenimiento de unas estructuras que ya no dan vida y que lucha por no morir ahogada en el estéril intento de aguantar como se pueda un edificio que se tambalea e inexorablemente se va a caer.


Y lo mejor es que lo hace con fidelidad y amor leal a la Iglesia y a sus legítimos pastores, sabedora de que lo que sea que venga, ha de partir de una vivencia cristiana lo suficientemente madura para reconocer que a quien seguimos es a Jesucristo y lo hacemos dentro de la Iglesia, porque fuera de ella estamos perdidos a nosotros mismos.


No es fácil hablar de una Iglesia que nace, porque aunque no se diga, esto significa que hay una Iglesia que se está muriendo. Reconocer el dolor que esto conlleva y el quebrantamiento que supone es la única manera de empezar a poner fundamentos. Sin absurdas contraposiciones, ni pretensiones de tener la verdad absoluta. En fidelidad y sintonía con lo que está pidiendo el Papa y el Magisterio. Con valentía y gallardía para mirar al presente y preguntarnos a dónde nos lleva lo que estamos haciendo. Sin protagonismos, ni personalismos, pues en esta guerra todos somos peones y sólo hay un estratega y un general, y este es Cristo.


Muchos no lo entenderán y hasta se escandalizarán, apresurándose a anatemizar a todo el que les quiera sacar de su comodidad y de la seguridad de lo de siempre.


Otros lo malinterpretarán, haciéndose una Nueva Evangelización a la medida de sus aspiraciones y esquemas mentales o simplemente quedándose en lo exterior sin profundizar en lo que realmente importa.


Otros creerán que las tienen todas consigo porque sí lo han entendido, pero la inspiración del Espíritu Santo y su labor son como el viento que nadie sabe de dónde viene ni a dónde va.


La cuestión para todos, y me incluyo el primero, es si sabremos rezar el hágase tu voluntad de verdad y tendremos la gracia de no estorbar mucho a lo que Dios quiere hacer, no vaya a ser que unos y otros acabemos por ahogar al Espíritu, encerrándolo en las cuatro paredes de nuestra corta visión.


Al final, una nueva iglesia es aquella que busca la santidad y el Reino de Dios por encima de todo, sabiendo dejar a Dios ser Dios...pero ojo que no es por decir Señor, Señor...sino por hacer lo que Él nos manda, como nos convertimos en verdaderos discípulos de Cristo y piezas útiles —hechas de puro impedimento, pero redimidas por su gracia— en este apasionante cambio de juego que es la Nueva Evangelización.