Me congratulo con la noticia de esta semana en la que se nos cuenta que las Clarisas de Lerma han abierto un convento en San Pedro Regalado, en La Aguilera, Burgos. Me consta que llevaban tiempo intentando fundar, ante la avalancha de vocaciones y toda la Iglesia tiene que estar de enhorabuena por esta excelente noticia.
En Lerma he estado tres veces y siempre ha sido una experiencia fascinante ver a esas monjas que comparten su testimonio, te dan pastas y cantan para Dios y se vuelcan en quienes se acercan a visitarlas.
Hay muchas cosas que me gustan de Lerma. Para empezar, lo que ha ocurrido es la historia de una joven monja, Verónica Berzosa, que sintió la vocación de ingresar en un convento donde las hermanas estaban ya entraditas en años. Durante años perseveró, sin que llegaran más jóvenes, hasta que por fin, se dio el boom. Estoy seguro de que para ella, esto fue una auténtica prueba, y también para la comunidad, que el Señor bendijo cuando y como quiso. La comunidad tuvo la sabiduría de nombrarla maestra de novicias, con sólo 28 años.
Lo que ocurrió después merece una reflexión. Una vocación llama a otra vocación, y así, en pocos años, había más de cien monjas abarrotando un convento capaz de albergar muchas menos.
Hay algo que cambió en Lerma, a la vista del camino por donde les llevaba el Señor. Por un lado el hecho de ser franciscanas les dio la libertad para vivir una fraternidad que es clave en un convento. Alguien dijo una vez que a la Iglesia se entra por Cristo, pero te quedas en ella por las amistades. Algo de esto también tiene que haber en la vida religiosa, y de eso sabían un rato San Francisco y Santa Clara, y tantos que les siguieron.
Por otro lado, lo que más me fascina, es que las clarisas te cuentan como el Señor les está llevando por un camino un poco peculiar, dentro del mundo de las contemplativas. Se han convertido en una especie de centro de evangelización, de manera que siempre están abiertas a las visitas de cuantos quieran acercarse a su convento. Cualquiera que vaya puede verlas, hablar con ellas y disfrutar de sus pastas. Por supuesto ellas darán testimonio, cantarán y bailarán juntas, y compartirán esa locura de amor que les ha llevado a encerrarse tras una reja y dejar otras cosas, aparentemente más atractivas para la sociedad de hoy.
De alguna manera han sabido sacar lo mejor de su tradición franciscana, y han tenido la frescura de estar atentas a la voz del Espíritu, que siempre es nuevo, y han hecho algo nuevo en el mundo conventual. Se han hecho contemplativas dedicadas a evangelizar no sólo con la oración, sino con la palabra y la presencia.
No digo que sean las únicas, sólo señalo que han tenido cintura para hacer algo nuevo, sin perder la esencia de las cosas…a vino nuevo, odres nuevos.
A mí el hecho de que sean jóvenes, universitarias, dejaran novios y trabajos, me parece comidilla de periodistas que queda muy bien en los titulares, aunque anecdótica. Es verdad que es noticia que alguien se meta en un convento, cuando tiene algo que dejar.
Contaban una anécdota del hermano del hermano Rafael, que siendo cartujo estuvo viviendo en la trapa de Venta de Dueñas por causa de promover el proceso de beatificación de su hermano. Cuanto siendo novicio le llegaba un aspirante le preguntaba: “¿tienes novia?”. Si la respuesta era negativa, preguntaba “¿tienes trabajo?”; y si la respuesta era “no” le decía: “pues vete al mundo, y cuando tengas algo que dejar vuelve”.
De alguna manera las clarisas de Lerma hacen bueno aquello que se decía de los Jesuitas: “quien no vale para el mundo, no vale para la Compañía”.
¿Cuál es la clave a mi entender de tanta vocación? Humanamente son muchas. De alguna manera las de Lerma reflejan lo mejor de los movimientos actuales, pues tienen gente de todo “pelaje” eclesial (dentro de lo que son los movimientos y algunas parroquias en auge). Pero lo importante es ver cómo han sabido buscar primero el reino de Dios, y todo lo demás se les ha dado por añadidura. Sin agobios, ni obsesiones con el tema de las vocaciones, y con mucha docilidad a la inspiración del Espíritu, sin miedo a hacer cosas nuevas, ni a romper paradigmas monacales.
Dicho esto, ojalá que sigan fundando, e innovando, y no se acomoden en el “éxito” que supone tanta vocación, para que así crezca este camino que el Señor ha querido hacer mediante ellas en el mundo conventual español.