Salió hace unos días una noticia sobre el incremento observado (y previsible) en el nivel del mar, a partir de un estudio realizado por científicos de NASA. Si estoy de suficiente humor, a veces me entretengo leyendo los comentarios que realizan en la versión digital del periódico a este tipo de artículos científicos, que en el caso de los relacionados con el cambio climático rozan con frecuencia el esperpento. Los sesudos "comentaristas" aportan sus datos incontestables que echan por tierra las conclusiones del estudio en portada, datos que naturalmente los científicos autores de dicho estudio no citan, ya que están financiados por no sé sabe qué multinacional ecologista que es quien realmente promueve el cambio climático. Algunos en su delirium tremens atribuyen tal confabulación climática al "zapaterismo", o incluso al recien erigido ayuntamiento de Madrid.
En fin, la cuestión sería divertida si no fuera porque esta politización estúpida de un tema de enorme calado científico, que centra el trabajo de centros de primer nivel mundial (Max Planck, NOAA, NASA, Meteo France, Hadley Center, PIK y muchos otros), está detrás del cierto escepticismo que ante el cambio climático se observa entre personas que solo lo conocen por los medios. Extendiendo el asunto, podemos decir que algo parecido ocurre con otras cuestiones ambientales, que un cierto tipo de personas -influidas por su orientación política o cultural- considera de poca importancia, fruto de la exageración de quienes quieren, en el fondo, introducir otras cuestiones.
He observado esta misma actitud en algunas personas que reciben cordialmente las palabras y los escritos del Papa, pero que todavía andan desconcertados con la Laudato si, que o bien critican abiertamente o al menos consideran como un texto muy circunstancial, particularmente en la primera parte de la encíclica, cuando habla precisamente de los principales problemas ambientales del Planeta. Se me ocurren algunas consideraciones para estas personas:
1. No es la primera vez que un Papa habla de estas cuestiones. Hay muchos textos de S.Juan Pablo II y Benedicto XVI en terminos muy similares a los que usa la Laudato si.
2. La encíclica no apoya una visión extremista de la cuestión ambiental, sino que realiza un juicio muy ponderado de lo que actualmente se sabe sobre los principales problemas. En el caso concreto del cambio climático, hay algunos temas en discusión, pero la posición de los científicos sobre esta cuestión es bastante unánime y la encíclica la recoge con bastante ecuanimidad.
3. Todavía más importante que las anteriores, las razones de fondo para cuidar la naturaleza no son fruto de los problemas observados. Aunque la encíclica introduzca la importancia de cuidar el planeta sobre la costación de los grandes problemas ambientales que estamos generando, la razón última del cambio que propone la encíclica (de la conversión ecológica, como textualmente indica) es el reconocimiento del valor intrínseco de las demás criaturas creadas. No se trata de que cambiemos nuestra actitud de depredación ambiental hacia el cuidado porque esté en juego nuestra supervivencia (que lo está), sino porque es lo que Dios ha querido al diseñar la Creación. En pocas palabras, hubiera o no problemas ambientales, el mensaje final de la encíclica sería muy similar: ¿qué papel jugamos en la Creación?, ¿qué relaciones deberíamos tener con las demás criaturas?. ¿qué derecho a usar los recursos que compartimos con ellas? Además, a esta razón teológica, se añade otra social, fruto de que los problemas ambientales son muy severos, lo que lleva a que el cambio de mentalidad se muestre como más necesario. En definitiva a las preguntas anteriores se añade: ¿qué derecho tenemos a usar los recursos que necesitan otras personas, también las que vivirán en el futuro?
En definitiva, cambiar nuestro enfoque, de usar el planeta a ser parte de él, no se fundamenta en lo mal que van las cosas, sino en cómo quiere Dios que vayan. Aunque fueran bien, deberíamos hacer ese cambio, porque es lo más acorde con la verdad última de las cosas. Claro cuando la verdad íntima no se respeta se encienden los pilotos rojos, pero incluso negar que haya pilotos rojos tampoco justifica negar el argumento de fondo.
En fin, la cuestión sería divertida si no fuera porque esta politización estúpida de un tema de enorme calado científico, que centra el trabajo de centros de primer nivel mundial (Max Planck, NOAA, NASA, Meteo France, Hadley Center, PIK y muchos otros), está detrás del cierto escepticismo que ante el cambio climático se observa entre personas que solo lo conocen por los medios. Extendiendo el asunto, podemos decir que algo parecido ocurre con otras cuestiones ambientales, que un cierto tipo de personas -influidas por su orientación política o cultural- considera de poca importancia, fruto de la exageración de quienes quieren, en el fondo, introducir otras cuestiones.
He observado esta misma actitud en algunas personas que reciben cordialmente las palabras y los escritos del Papa, pero que todavía andan desconcertados con la Laudato si, que o bien critican abiertamente o al menos consideran como un texto muy circunstancial, particularmente en la primera parte de la encíclica, cuando habla precisamente de los principales problemas ambientales del Planeta. Se me ocurren algunas consideraciones para estas personas:
1. No es la primera vez que un Papa habla de estas cuestiones. Hay muchos textos de S.Juan Pablo II y Benedicto XVI en terminos muy similares a los que usa la Laudato si.
2. La encíclica no apoya una visión extremista de la cuestión ambiental, sino que realiza un juicio muy ponderado de lo que actualmente se sabe sobre los principales problemas. En el caso concreto del cambio climático, hay algunos temas en discusión, pero la posición de los científicos sobre esta cuestión es bastante unánime y la encíclica la recoge con bastante ecuanimidad.
3. Todavía más importante que las anteriores, las razones de fondo para cuidar la naturaleza no son fruto de los problemas observados. Aunque la encíclica introduzca la importancia de cuidar el planeta sobre la costación de los grandes problemas ambientales que estamos generando, la razón última del cambio que propone la encíclica (de la conversión ecológica, como textualmente indica) es el reconocimiento del valor intrínseco de las demás criaturas creadas. No se trata de que cambiemos nuestra actitud de depredación ambiental hacia el cuidado porque esté en juego nuestra supervivencia (que lo está), sino porque es lo que Dios ha querido al diseñar la Creación. En pocas palabras, hubiera o no problemas ambientales, el mensaje final de la encíclica sería muy similar: ¿qué papel jugamos en la Creación?, ¿qué relaciones deberíamos tener con las demás criaturas?. ¿qué derecho a usar los recursos que compartimos con ellas? Además, a esta razón teológica, se añade otra social, fruto de que los problemas ambientales son muy severos, lo que lleva a que el cambio de mentalidad se muestre como más necesario. En definitiva a las preguntas anteriores se añade: ¿qué derecho tenemos a usar los recursos que necesitan otras personas, también las que vivirán en el futuro?
En definitiva, cambiar nuestro enfoque, de usar el planeta a ser parte de él, no se fundamenta en lo mal que van las cosas, sino en cómo quiere Dios que vayan. Aunque fueran bien, deberíamos hacer ese cambio, porque es lo más acorde con la verdad última de las cosas. Claro cuando la verdad íntima no se respeta se encienden los pilotos rojos, pero incluso negar que haya pilotos rojos tampoco justifica negar el argumento de fondo.