Es decir, el marxismo, cuando le llegó su hora porque ya no podía seguir engañando a nadie con sus mentiras sobre la justicia social, se camufló con diversos disfraces para poder seguir existiendo. Eran los mismos perros a los que les ponían otros collares. Por ejemplo, en Iberoamérica se transformó rápidamente en un populismo que decía defender a los indígenas y a todos los marginados, con algunos matices de ecologismo aportados por ex sacerdotes como Leonardo Boff. En cambio, en Europa y Estados Unidos la mutación dio lugar a lo que se ha llamado la "ideología de género" que, con la excusa de amparar a los homosexuales, se ha transformado rápidamente en una auténtica dictadura que quiere imponer su visión relativista de la vida a todos, al precio que sea.
Esto es lo que ha denunciado el obispo Munilla y lo ha hecho apoyándose en un libro muy querido y citado por el Papa Francisco, "El Señor del mundo", de Benson, para recordar no sólo que vivimos ya bajo el acoso de una dictadura -la semana pasada, por ejemplo, un obispo ha sido denunciado por citar las frases de la biblia donde se habla de la homosexualidad-, sino que la ideología de género no es más que adaptación del viejo marxismo a la nueva realidad histórica.
Claro que Munilla ha hecho algo más. Ha dicho que esta mutación es cancerígena. La ha diagnosticado como una "metástasis". Es decir, el cáncer que era el marxismo ha degenerado tanto que ha invadido ya todo el cuerpo y las células sanas que quedan se baten en retirada. Munilla tiene razón y el hecho de que inmediatamente haya sido criticado por los líderes de Podemos -los populistas españoles de izquierda que no esconden su admiración por los comunistas soviéticos por los comunistas venezolanos- despeja toda duda y sirve para confirmar que su disparo ha dado en el blanco.
La pregunta es. ¿Si hay metástasis, no hay ya solución? Creo que sí la hay. Eliot, el premio Nobel, decía: "Están intentando un experimento: construir un mundo sin Dios. Fracasarán. Pero, mientras tanto, salvemos a nuestras familias, para que no les caigan encima los cascotes del edificio que se derrumba". Salvemos a nuestras familias. Salvemos la familia. Ahí, como en unos oasis en medio del desierto, sobrevivirán las células sanas que podrán reconstruir el tejido social, una vez que las cancerígenas hayan acabado su tarea asesina.