En estos días, nos mandan y recibimos por teléfono innumerables videos sobre la Navidad.
Y a veces pagan justos por pecadores. Son tantos los videos que nos mandan que ya no abrimos todos y, entre éstos, se nos van unos muy buenos.
Ayer me llegó un video que envían los monjes cistercienses de Zamora, Michoacán, como felicitación de Navidad. 16 monjes entre 24 y 90 años posan sonriendo con sus hábitos blancos y sus manos recogidas, como si estuvieran rezando. El video es sencillo, puro. Y para mí tiene un valor especial porque entre los monjes, está José Ignacio.
Conocí a José Ignacio cuando él tenía 15 años. Hicimos un click especial. Desde entonces se fraguó entre nosotros una amistad mucho más allá de la relación entre sacerdote y joven que quiere vivir su fe.
Inquieto, generoso, muy buena onda. Compartimos muchos momentos juntos, sobre todo en misiones, y yo veía en él “algo” y se lo decía: “Tú tienes algo, no sé qué sea, pero algo traes adentro, campeón”. Y él se reía y me respondía siempre con tino: “Lo único especial que tengo es que quiero ser feliz, padre”.
Le gustaba cantar y bailar. Pero lo que más le gustaba era ayudar, servir, echar la mano a los demás. Quería encontrar una ONG para irse lejos y ayudar donde hiciera falta. Pero la ONG se transformó en Monasterio. Y el servicio que quería prestar se transformó en oración, trabajo y sacrificio, para gloria de Dios y beneficio de todos nosotros.
No he ido a verlo todavía. Pronto iré. No lo había visto con su hábito cisterciense y ayer, al verlo en el video entre los demás monjes, con su mirada tan pura y su sonrisa tan centelleante, me vino un escalofrío de arriba abajo. Y recordé a aquel muchacho de pantalones vaqueros, pelo largo y pulseras de cuero y de trapo. Sus vaqueros se han vuelto un hábito blanco, su melena rubia en pelo rapado, y sus pulseras se han convertido en un escapulario…
¿Quién habla de José Ignacio en estos días? ¿Quién hablará de su primera Navidad lejos de casa en el silencio del Monasterio? ¿Le dedicarán algún espacio los periódicos o los telediarios?
Claro que no. Que un muchacho lleno de cualidades deje todo y se vaya al Monasterio renunciando a sí mismo, parece no interesar a quienes nos informan.
Por eso, gracias a portales como Religión en Libertad que nos dan noticias como las de José Ignacio, buenas nuevas llenas de esperanza. Y conste que no es propaganda, ni mucho menos; es sincero y hondo agradecimiento.
Navidad es la mayor buena nueva que pueda existir, la que nos llena de alegría y de esperanza. Y nuestra vida, como la de José Ignacio, debería ser como la Navidad: esa buena nueva que trae al mundo la esperanza que tanto necesita.