"Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros... El que come mi carne habita en mí y yo en él." (Jn 6, 53-57) |
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Cristo se nos ofrece como verdadera comida que repone nuestras fuerzas y nos invita a “comerle”, nos invita y anima a que utilicemos el alimento que nos ofrece y que es su propio cuerpo y su propia sangre, su propia vida, Él mismo. Es decir, Jesús nos regala el don de la Eucaristía y nos pide que vayamos a comulgar. No hacerlo –cuando se está preparado para ello- es algo que va contra nuestros propios intereses. Pero tras este regalo del Señor lo que queda patente es su amor. Cristo nos ama y porque nos ama desea ayudarnos, sostenernos en nuestras luchas. Consolarnos en nuestras tribulaciones, acompañarnos en los momentos de dolor y de alegría. Cristo nos ama y la Eucaristía es una de las pruebas mayores de ese infinito amor. Sabiendo esto, debemos preguntarnos: ¿Le amamos nosotros? ¿Correspondemos a su amor con todas nuestras fuerzas? ¿Le decimos que puede contar con nosotros lo mismo que Él nos dice que podemos contar con Él?. La respuesta al amor es el amor. Por eso, aprendamos a amar a Cristo intentando tener su misma medida. Vivamos en Él, comulgando y rezando, trabajando y ayudando al prójimo, estando en gracia de Dios con la confesión. Vivamos en Él para que Él pueda disfrutar de vivir en nosotros. Vivamos con Él, con su fuerza, para poder dar la respuesta de amor que él tiene derecho a esperar de nosotros. Vivamos por Él, movidos por el agradecimiento a Él, que ha hecho tanto por nosotros. Así cumpliremos lo que decimos en la Misa: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. |