No es fácil se oveja perdida. No tardamos mucho tiempo en darnos cuenta que nos llueven palos por todas partes. Sólo Cristo se complace en buscarnos y llevarnos al redil. Cuando recibimos palos, soberbia suele hacernos pensar en “lo malo” que es el mundo, que nos acribilla con por envidia. No digo que haya veces que esto ocurra, pero la mayoría de las veces somos nosotros quienes nos metemos directamente en la boca del lobo.
Señor Jesucristo, Dios nuestro, yo tengo un corazón que te busca con inquietud, ni arrepentido, ni lleno de ternura por ti, ni nada de eso que hace volver a los hijos a su heredad. Maestro, yo no tengo lágrimas para orarte. Mi espíritu está en tinieblas a causa de las cosas de esta vida y, en su dolor, no tiene la fuerza necesaria para tender hacia ti. Mi corazón está frío en las pruebas, y las lágrimas de amor por ti no pueden calentarlo. Pero tú, Señor Jesucristo, mi Dios, tesoro de todos los bienes, dame un arrepentimiento total y un corazón apenado, para que, con toda mi alma salga en tu búsqueda, porque sin ti estaré privado de todo bien; oh, Dios bueno, dame tu gracia. Que el Padre que, fuera del tiempo, en la eternidad, te engendra en su seno, renueve en mí las formas de tu imagen.
Yo te he abandonado; tú no me abandones. Yo he marchado de ti; sal tú a buscarme. Condúceme hasta tu pradera; cuéntame entre las ovejas de tu rebaño preferido. Con ellas aliméntame con la hierba verde de tus misterios divinos que moran en el corazón puro, este corazón que lleva en sí mismo el esplendor de tus revelaciones, la consolación y la dulzura de los que se han esforzado por ti en los tormentos y ultrajes. Que nosotros podamos ser dignos de un tal esplendor, por tu gracia y amor hacia el hombre, tú, nuestro Salvador Jesucristo, por los siglos de los siglos. Amén. (Isaac el Sirio.Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 2)
La oración del Monje Isaac el Sirio (S. VII) es preciosa. Muestra la debilidad que nos atormenta. Nuestra incapacidad de dar un paso sin la Gracia de Dios. Lo que Isaac pide a Dios es que le de el arrepentimiento necesario para salir en busca de Cristo. Todos oímos a Cristo llamar a la puerta de nuestro corazón, pero nuestra voluntad no siempre está dispuesta. Tememos que algo cambie en nosotros y tengamos que sacrificar lo que nos parece más importante en nuestra vida. Nos pasa como al Joven Rico, que fue incapaz de seguir a Cristo porque su voluntad no fue capaz de rechazar sus riquezas.
Solemos ver a nuestros hermanos y llenarlos de críticas, antes de despreciarlos con la indiferencia. Es curioso que nos cueste unirnos a quienes tienen los mismos defectos y pecados que portamos nosotros. Nos da vergüenza reconocer que nada podemos sin Cristo.
Para levantarnos y abrir la puerta a Cristo, necesitamos valor, confianza y esperanza. Sin estas tres virtudes, no nos moveremos del cómodo asiento en el que vivimos. Pero aún teniendo valor, confianza y esperanza, tenemos que dar el Sí a Cristo y aceptar que entre en nuestro corazón y coma con nosotros. Muchas personas llegan a abrir la puerta y la cierran nada más contemplar los cambios que requerirá dejar pasar al Señor. El pecado siempre está dispuesto a destrozar nuestra libertad y sumirnos en la oscuridad.
La oración nos permite acercarnos a Cristo cada día y dejarle entrar en nosotros un rato. Decía San Patricio de Irlanda, que somos como piedras hundidas en el barro. El Señor espera que le llamemos para sacarnos, limpiarnos y ponernos sobre lo alto de un muro. Pasar de ser nada a sentirse lavado y llevado por las manos de Dios, es un milagro maravilloso. Hacer de nuestra vida una oración a Dios, es lo más hermoso que podemos ofrecer al Señor y una de los milagros que la Gracia de Dios consigue.
Señor hazme oveja de tu rebaño para poder alimentarme “con la hierba verde de tus Misterios Divinos que moran en el corazón puro, este corazón que lleva en sí mismo el esplendor de tus revelaciones, la consolación y la dulzura de los que se han esforzado por ti en los tormentos y ultrajes.”