Cada año la Iglesia dedica ocho días a pedir por la unidad de los cristianos. Los católicos tenemos la suerte de tener una referencia con el Papa y de reconocer en la cúpula de la Basílica del Vaticano una representación visible de la Iglesia de Jesucristo. Otros hermanos nuestros en el bautismo no tienen estas referencias tan claras y universales. Hace poco la Iglesia ortodoxa de Ucrania se ha declarado oficialmente independiente del patriarcado de Moscú, último episodio de las dificultades entre las Iglesias ortodoxas, patriarcados, y comunidades autocéfalas que no logran mantener la unidad genuina entre los discípulos de Jesucristo. En el ámbito de la Reforma luterana esta falta de unidad es mayor aún: en las referencias, en la disciplina de los sacramentos o en las verdades de la fe.
Juzgar tantos hechos históricos y calamidades causadas por la incomprensión y orgullo humanos, no autoriza hoy a juzgar con severidad lo ocurrido antes; pecaríamos de orgullo al compararnos desde nuestra supuesta objetividad y una condición más evangélica. Además, el relativismo actual inclina a confundir la Iglesia con la suma de las Iglesias históricas en un régimen de equivalencia teórica y práctica.
Hace poco han sido publicadas algunas cartas de Pablo VI en el libro «La barca de Pablo», de Leonardo Sapienza. Manifiestan su gran amor a la Iglesia, su impulso ecuménico, su amor a los hermanos separados, así como su dolor por las faltas de unidad dentro de la Iglesia católica. El pasado año hemos recordado la fuerte contestación frente a la Humanae Vitae por defender la vida, la antropología del matrimonio, y el sacramento de Jesucristo. También al llevar a la práctica otras resoluciones del Concilio Vaticano II, enderezando algunos experimentos extravagantes de la doctrina y la praxis católicas.
También el año pasado se estrenó una película sobre el Apóstol Pablo -un rostro interpretado por Faulker y una vida de aventura-, quien en unión con Pedro y el resto de apóstoles luchó por vivir y acrecentar la unidad contra los ataques de los judaizantes, los calumniadores y los aprovechados. Entre otras, estas son sus palabras alentado a los de Filipo: «Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús». Tratemos hoy de vivir lo mismo pues el Espíritu Santo sigue actuando en la historia y en las almas.