Una tradición que hunde sus raíces en el primer milenio y arraiga con fuerza en el segundo, afirma que Santiago el Zebedeo, el hermano del evangelista San Juan, evangelizó España y, después de su martirio en Jerusalén, trasladaron su cuerpo para ser enterrado en un lugar recóndito del noroeste peninsular hispánico que, con el pasar del tiempo, se denominaría Santiago de Compostela. Más tarde, en la primera decena del siglo IX, fue descubierto el sepulcro que conservaba los restos del Apóstol Santiago.

Dante Alighieri, de quien se dice que soñaba con ir a Galicia, escribió eso tan citado de que no se entiende por peregrino sino aquel que va a la tumba de Santiago, o vuelve. También nosotros queremos hoy peregrinar espiritualmente hasta la tumba del Señor Santiago para pedir por la prosperidad material y espiritual de todos los pueblos de España.

Escuchamos hoy uno de los diálogos más impresionantes que registra el Evangelio. Jesús hizo aquella famosa pregunta: ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? Y ellos respondieron: Podemos.

Era la palabra de la disponibilidad, de la valentía; una actitud muy propia de los jóvenes, pero no solo de ellos, sino de todos los cristianos, y en particular de quienes aceptan ser apóstoles del Evangelio. La generosa respuesta de los discípulos fue aceptada por Jesús. Él les dijo: “Mi cáliz lo beberéis” (Mt 20,23). Estas palabras se cumplieron en Santiago, hijo del Zebedeo, que con su sangre dio testimonio de la resurrección de Cristo en Jerusalén…

… La disputa para conseguir el primer puesto en el futuro reino de Cristo, que su comitiva se imaginaba de un modo demasiado humano, suscitó la indignación de los demás Apóstoles. Fue entonces cuando Jesús aprovechó la ocasión para explicar a todos que la vocación a su reino no es una vocación al poder sino al servicio: “así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28)… Se trata de servir al hombre de nuestro tiempo como le sirvió Cristo, como le sirvieron los Apóstoles. Santiago el Mayor cumplió su vocación de servicio en el reino instaurado por el Señor, dando, como el Divino Maestro, “la vida en rescate por muchos” 1.

Santiago nos recuerda año tras año que la Iglesia en España ha nacido regada por la sangre de los mártires; y que en los momentos más críticos de su historia ha encontrado la fuente de su fidelidad y su inspiración apostólica en la profesión de la fe en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, vivida y renovada en la comunión de la Iglesia católica.

Afirmaba el Cardenal Suquía, siendo Arzobispo de Santiago: de los tres Santiagos del retablo de la Catedral compostelana, el maestro sedente me enseña a vivir en la verdad de la fe; el peregrino de bordón en mano me infunde esperanza para el largo y duro camino; el soldado me enardece en el amor, que puede más que el mal 2.

Por eso, Apóstol Santiago, amigo del Señor, haz que este día ofrezca al pueblo español una ocasión propicia para impulsar con renovado vigor su compromiso con los valores del Evangelio, proponiéndolos persuasivamente a las nuevas generaciones e impregnando con ellos la vida personal, familiar y social.

Desde la antigüedad, como afirmábamos al principio, está muy difundida la tradición de que Santiago había predicado el Evangelio en los confines del mundo, hasta el Finisterre. Hay encantadoras tradiciones -escribe el Deán3 de la Catedral compostelana- relacionadas con la predicación de Santiago. Lérida, por ejemplo, recuerda el suceso de la espina que Santiago se había clavado en un pie, y que un ángel le ayudó a extraer, alumbrándole con un farol, para que pudiera caminar nuevamente. Pero, sin duda, la tradición apoya a Zaragoza como el lugar en el que María, en carne mortal, vino a infundir esperanza en el corazón medianamente desilusionado de Santiago. El fruto de una dilatada predicación no alcanzó sino solo ocho conversiones, por lo que la Virgen quiso animarle. Pero lo cierto es que en Zaragoza empezó a darse muy pronto culto a María, hasta el punto de que, según piensan algunos, la capilla mariana fue el primer templo español dedicado a la Madre de Dios. Que también a nosotros, como al apóstol Santiago, la Virgen María nos anime en nuestros desfallecimientos y con la gracia y la fuerza de Cristo y la mayor humildad del mundo afirmemos: ¡PODEMOS! Vamos a intentar beber el cáliz del Señor.

 

1 JUAN PABLO II, Homilía Misa del Peregrino, Labacolla, 9 de noviembre de 1982.

2 ANGEL SUQUÍA, Artículo publicado en “La Voz de Galicia”, 25 de julio de 1979.

3 M.J. PRECEDO LAFUENTE, Santiago el Mayor y Compostela, página 33 y siguientes. (Madrid, 1999).