Escribe una adolescente: “Recientemente me llegó un correo que, la verdad, me dejo sorprendida, no solo por mi amor a los animalitos, sino por la fuerza que estos demuestran y sobre todo la inteligencia con la que se manejan. El animalito de la imagen, que nació con un problema en sus patas delanteras, ha sabido salir adelante, se ha ganado el respeto y cariño de mucha gente... para mí es un ejemplo de fortaleza, seguridad e inteligencia… Camina con las dos patas traseras.


        Muchas veces nosotros como seres humanos "completos", por decirlo así, no tenemos tanta fortaleza ni fuerza de voluntad para seguir adelante por situaciones no tan extremas como esta, y aun así, teniendo todo al alcance de nuestras manos, nos acobardamos... nos da miedo seguir...Nos falta voluntad para decir sí.


        Tal vez para algunos este ejemplo de perrito no signifique nada, pero en este momento en el que este mensaje llego a mi vida me ha hecho ver las cosas de una forma tan diferente, y darme cuenta de que se necesita una gran fuerza de voluntad para seguir adelante...No hay que dejarse caer, tenemos todo para seguir....”

        Hasta aquí la cita que me encuentro publicada por esta chica, con profusión de imágenes curiosas. Y esto me ha llevado a pensar que tal vez venga bien hablar de un tema de gran interés. Me refiero a la educación de la voluntad. Hoy esta potencia del alma está en baja. No se enseña a querer, a decir que sí, no se aprende a tomarse las cosas con responsabilidad. Y niños, jóvenes y  muchos mayores están aquejados de una inmadurez crónica que les mantiene en una sempiterna adolescencia. Es el fruto de una educación equivocada, y de una quiebra grave de la autoridad. Parece que hoy no se puede mandar nada. Tampoco hay mucha predisposición a obedecer. Y cada cual camina de la mano de la indolencia un poco a la aventura, buscando la nada con una voluntad inepta.

        La mentalidad de hoy es propensa a ser ampliamente tolerante con las debilidades humanas. No se puede reprender, ni  corregir, y mucho menos castigar. ¿Quién tiene derecho a ello? Y, ¿en nombre de quién? Nos viene a la memoria aquella frase lanzada al viento en el mayo francés del 68: “¡Prohibido prohibir!”. Es decir, todo está permitido. Nada es bueno o malo, es relativo. Como muy bien dice el psiquiatra y psicoanalista Tony Anatrella: “En el espacio de cuarenta años hemos perdido el sentido de le educación como acto de transmisión, dejando que los niños y los adolescentes se las arreglen solos, sin el apoyo de los adultos. A estos se les ha reprochado que ejerzan influencia en los niños, hagan opciones en su nombre y les impongan una moral o una religión. En vista de ello, los adultos se han  prohibido así mismo cada vez más manifestarse frente a los chicos. Pero resulta que la educación pasa por el aprendizaje de relaciones y de códigos sociales, por la necesaria transmisión de conocimientos  y por la aceptación de coacciones múltiples para despertar la libertad. Olvidarlo es fabricar personalidades sin consistencia, sin referencias y violentamente agresivas” (“La diferencia prohibida”,  Pg. 22). La prueba no puede ser más evidente. Y seguimos soltando hilo a esas cometas que locamente surcan el aire sin ningún destino.

        Es urgente educar la voluntad si no queremos seguir alimentando falsas personalidades, juguetes de trapo, títeres grotescos que se adentran en la edad adulta sin fuste ninguno. La voluntad se fortalece con el ejercicio de la misma, sabiendo decir sí o no cuando lo exige la bondad o malicia de la oferta que se nos  presenta. Y podemos tomar decisiones firmes y duraderas. Somos capaces de dar un sí para siempre, sin el miedo al compromiso. San Juan Crisóstomo, Santo Padre de la Iglesia, dice: “¡Basta con querer! No digas que no puedes. Di sinceramente que no quieres”. San Agustín, que conocía en su propia persona la debilidad humana, y  se propuso cambiar, se decía así mismo: “Han podido levantarse estos y aquellos, ¿por qué tú, Agustín, no vas a poder?”.

        Decididamente podemos ser mejores. Hace falta voluntad y gracia de Dios. Hay que aprender a querer y enseñar a querer. Puede ser un buen programa para un hombre honrado y un cristiano responsable. Muchas cosas hay que inmolar para convertirnos en lo que Dios quiere.

        El artículo me ha salido un poco espiritual, pero no viene mal en estos momentos. “No solo de pan vive el hombre”.  

 Juan García Inza