El siglo XXI, sin negar por ello su amplia gama de cosas buenas, como la tecnología en materia de comunicaciones, tiene un serio problema: alergia al “para siempre”. Dicho de otra manera, al “si” afectivo y efectivo hasta las últimas consecuencias. Por esta razón, no cualquiera se casa. Suena más cómodo y atractivo, permanecer juntos siempre que no haya algún problema, porque a la primera crisis, “tú por un lado y yo por otro”. “Es que no necesito un papel que me diga que la amo”. En el fondo, dicha expresión parte de un cálculo muy meticuloso para que, si algo sale mal, el costo sea mínimo, “x”. Volviendo al tema central, parece ser que las masas se mueven en el “no sé”. Es decir, “hoy sí, pero mañana igual y te salgo con otra cosa”. Incluso, hay canciones que hablan acerca de esto sonando a cada rato. La falta de opciones bien pensadas y definitivas, brillan por su ausencia en la mayoría de los casos. Y esto no nada más está ligado al matrimonio, pues también puede decirse del sacerdote o de la religiosa. Hace poco, el Papa Francisco, recordaba –atónito- que un seminarista le había dicho que tenía planeado ejercer el sacerdocio por diez años y que ya luego vería qué sigue; es decir, un “no sé” que choca con el “si” inherente a Dios y, por supuesto, al sentido común. Es verdad que nadie tiene la vida comprada, una certeza absoluta de que todo irá bien; sin embargo, el amor es un riesgo que vale la pena correr, porque lo definitivo o, mejor dicho, la fidelidad, tarde o temprano, gana, pues nos lleva a la plenitud. Esto no quita choques, problemas, dolores, pero se asumen con tal de llegar a la meta y superar el hecho de vivir dando vueltas en círculo, ya seamos casados o solteros, porque esto aplica para cualquier persona que quiera tomarse enserio su fe.
En medio del “no sé”, del agnosticismo, porque muchos tampoco saben si creen o no en Dios, aparece el “si” de una mujer tan antigua como actual: la Virgen María. Cuando supo cuál iba a ser su tarea en la historia de la salvación, del cristianismo, dijo una cosa y se mantuvo en ella en todo momento, a pesar de que no la tuvo nada fácil. De entrada, la acusaron injustamente, al grado que José pensó en abandonarla de un momento a otro. Luego, estando embarazada y tomando en cuenta el transporte tan incipiente de la época, aguantó montada en un burro infinidad de kilómetros. De ahí, buscó un lugar para instalarse con un presupuesto muy pobre y, por si esto fuera poco, tuvo que huir a Egipto ante el peligro inminente que corría su hijo a manos de Herodes. Algunos dirán, “¡vaya vida la que tuvo!”, pero ella no lo veía así, porque estaba construyendo su felicidad en clave de apertura a los demás, al mundo. Bien pudo haberse “salido por la tangente”, claudicar, echarle la culpa a José, pero ella tenía una sola palabra y, además, la había meditado delante de Dios, lo que le daba la certeza suficiente para seguir adelante. Hace falta discernir, pesar y pensar las cosas, guiados por el Espíritu Santo, en la línea de sabernos acompañar por alguna persona con experiencia en la materia, logrando una decisión vital; es decir, existencial.
Una vez que damos el paso definitivo, hay que saber volver a Dios varias veces al día, porque la oración nos cualifica de un modo misterioso y, al mismo tiempo, real. Aunque el trabajo también cuenta, es necesario darse algún momento a solas para profundizar en el Evangelio y, desde ahí, conectarlo con lo que vamos viviendo, disfrutando, descubriendo, trabajando y, en algunos casos, sufriendo. No porque nos guste el dolor, sino para conseguir pasar del “¿por qué?” al “¿para qué?”. Una dificultad bien llevada, sostenida a partir de la oración, se convierte en un área de oportunidad, de entrenamiento, de un aumento considerable de virtudes y habilidades. Si, por el contrario, salimos corriendo cuando la situación se torna algo difícil, faltamos a esa respuesta que un día le dimos a Dios, no por miedo, sino por amor que se hizo convicción. Entonces, como María, ser fieles y hacerlo de un modo creativo, con “chispa”, disfrutando las cosas buenas de la vida, manteniendo el buen humor y, sobre todo, sabiendo que vale la pena continuar hasta llegar a la meta aunque cueste. Si, por ejemplo, aceptamos, luego de haberlo discernido, trabajar en pro de la educación cristiana de los jóvenes, entonces, nos la jugamos por ellos pase lo que pase. Y así en las demás áreas de la vida. La Virgen María, Madre de Dios, es un punto de referencia, clave, humano y accesible.
En medio del “no sé”, del agnosticismo, porque muchos tampoco saben si creen o no en Dios, aparece el “si” de una mujer tan antigua como actual: la Virgen María. Cuando supo cuál iba a ser su tarea en la historia de la salvación, del cristianismo, dijo una cosa y se mantuvo en ella en todo momento, a pesar de que no la tuvo nada fácil. De entrada, la acusaron injustamente, al grado que José pensó en abandonarla de un momento a otro. Luego, estando embarazada y tomando en cuenta el transporte tan incipiente de la época, aguantó montada en un burro infinidad de kilómetros. De ahí, buscó un lugar para instalarse con un presupuesto muy pobre y, por si esto fuera poco, tuvo que huir a Egipto ante el peligro inminente que corría su hijo a manos de Herodes. Algunos dirán, “¡vaya vida la que tuvo!”, pero ella no lo veía así, porque estaba construyendo su felicidad en clave de apertura a los demás, al mundo. Bien pudo haberse “salido por la tangente”, claudicar, echarle la culpa a José, pero ella tenía una sola palabra y, además, la había meditado delante de Dios, lo que le daba la certeza suficiente para seguir adelante. Hace falta discernir, pesar y pensar las cosas, guiados por el Espíritu Santo, en la línea de sabernos acompañar por alguna persona con experiencia en la materia, logrando una decisión vital; es decir, existencial.
Una vez que damos el paso definitivo, hay que saber volver a Dios varias veces al día, porque la oración nos cualifica de un modo misterioso y, al mismo tiempo, real. Aunque el trabajo también cuenta, es necesario darse algún momento a solas para profundizar en el Evangelio y, desde ahí, conectarlo con lo que vamos viviendo, disfrutando, descubriendo, trabajando y, en algunos casos, sufriendo. No porque nos guste el dolor, sino para conseguir pasar del “¿por qué?” al “¿para qué?”. Una dificultad bien llevada, sostenida a partir de la oración, se convierte en un área de oportunidad, de entrenamiento, de un aumento considerable de virtudes y habilidades. Si, por el contrario, salimos corriendo cuando la situación se torna algo difícil, faltamos a esa respuesta que un día le dimos a Dios, no por miedo, sino por amor que se hizo convicción. Entonces, como María, ser fieles y hacerlo de un modo creativo, con “chispa”, disfrutando las cosas buenas de la vida, manteniendo el buen humor y, sobre todo, sabiendo que vale la pena continuar hasta llegar a la meta aunque cueste. Si, por ejemplo, aceptamos, luego de haberlo discernido, trabajar en pro de la educación cristiana de los jóvenes, entonces, nos la jugamos por ellos pase lo que pase. Y así en las demás áreas de la vida. La Virgen María, Madre de Dios, es un punto de referencia, clave, humano y accesible.