La división que ha habido, y hay todavía aunque mitigada, en la Renovación carismática la hemos vivido con mucha dureza entre otras razones porque estamos muy acostumbrados a moralizar todos nuestros actos. Hay actos o reacciones naturales que no hay por qué juzgarlos siempre moralmente inyectándoles una carga de veneno y de mala fe. Como decían los antiguos moralistas: hay actos humanos y actos del hombre. También decían que todo juicio debe ser favorable a no ser que se demuestre lo contrario. No tienes por qué cometer pecado si aceptas unos estatutos ni tampoco si no los aceptas.
Todos estamos de acuerdo en que no es buenos politizar las cosas porque se sacan de quicio y se falsea su juicio según determinados intereses. Un caso claro lo tenemos en la educación. Si la politizamos y la sometemos al dominio de los diversos partidos políticos, cada uno la verá según su ideología y en vez de educar al niño le adoctrinará según su manera de ver el mundo. Con esto creamos niños sectarios y les hemos formado una personalidad poco equilibrada.
En la división de la Renovación hubo algo de esto. Los que rechazaron el asociarse y no quisieron estatutos denunciaban la traición a la esencia de lo que habíamos vivido siempre, que esta acción implicaba. La identidad de la Renovación salía malparada. Por el contrario los que promovieron los estatutos y los sometieron a la Conferencia episcopal decían de los otros que estaban fuera de la obediencia y de la Iglesia. Está claro que esta moralización de las posturas estuvo fuera de lugar por ambas partes. Ni lo uno ni lo otro porque el pueblo sencillo no quería nada de todo esto y se le hizo sufrir mucho y nunca comprendió a qué venía toda la movida que se suscitó.
A lo que voy es que ahora debemos suavizar o desterrar todos aquellos juicios y no hacer más tragedias de las justas y necesarias. Es cierto que todo sucedió a causa de nuestro pecado y de desencuentros, incluso teológicos, que se venían fraguando desde hacía mucho tiempo. Es buena la autocrítica a la que el mismo Espíritu Santo nos está impulsando. La división nos vino a los treinta años de existencia aunque como digo, ya había disparidades, pero se ve que necesitábamos una más fuerte. Un compañero en el convento me preguntó al iniciarse la ruptura: ¿Es una lucha de poderes o es una tensión de crecimiento? Si es lo segundo, concluyó, no hay que preocuparse. Yo creo que hubo de todo, pero ahora en esta nueva etapa tenemos que ver las cosas bajo la luz del crecimiento.
Ahora que ya nos vamos reconciliando y queriendo, aunque la mayoría nunca dejó de hacerlo, tenemos que agradecer al Espíritu Santo que ambos bandos hayan mantenido su presencia, su alabanza, sus carismas y su unción y la gran alegría de la fe. Tenemos muy claro que el Espíritu Santo no está airado contra nosotros ni nos echa en cara nuestro pecado. A él le importa mucho más el futuro que el pasado. Nosotros, como somos hijos de la ley y del pecado, podemos mantener resquemores y resentimientos que ya están fuera de lugar. Si no nos perdonamos mutuamente y de todo corazón es que no seguimos el camino del Espíritu Santo sino el nuestro. En este caso más nos valdría no haber conocido nunca la Renovación.
A estas posturas es a lo que yo llamo moralizar porque el juicio de Dios está por encima de nuestros comportamientos y leyes y su justicia es gratuita. Lo que se nos pide ahora es olvidar el pasado y entrar en una nueva etapa. Y ¿cómo hay que hacerlo? Para esto nos ayuda el Papa Francisco en el discurso citado: ¿Pero padre, para esto tenemos que firmar un documento? ¡Déjate ir adelante con el Espíritu Santo!, reza, trabaja, ama, comparte y después el Espíritu hará el resto. Unidad antes de todo en la oración. El trabajo por la unidad de los cristianos comienza con la oración. Rezar juntos.
Lo que hay que evitar a toda costa es adoptar posturas de arrogancia pretendiendo tener razón y tratando de someter a los demás a nuestro dictado. El Papa es tajante: Nadie puede decir, nosotros y sólo nosotros somos la Renovación carismática. Esto no se puede decir, por favor hermanos, esto no es así, no viene del Espíritu, porque el Espíritu Santo sopla donde quiere, cuando quiere, y como quiere. Unidad en la diversidad y en la verdad, que es el mismo Jesús.
Chus Villarroel O P