Hace unos días leía un artículo de donde el P. Pablo D’Ors, sacerdote, religioso claretiano, ponía en cuestión la sustancia y sentido de los sacramentos: ¿Habrá en la Iglesia alguien que se atreva? 


Aunque el artículo señala varios problemas que padecemos dentro de la Iglesia, sus propuestas y entendimiento son realmente preocupantes. En concreto señala dos problemas, el primero general: pérdida del entendimiento de los sacramentos. El segundo es una consecuencia del primero, un cierto entendimiento mágico de los mismos. En el fondo la causa de ello es la deficiente formación pre-sacramental que recibimos y la dejadez que nos impide seguir formándonos. No terminamos de entender la que aportan los sacramentos a nuestra vida. El término “gracia sacramental” es casi un desconocido: 

La gracia sacramental es la gracia del Espíritu Santo, dada por Cristo y propia de cada sacramento. Esta gracia ayuda al fiel en su camino de santidad, y también a la Iglesia en su crecimiento de caridad y testimonio. (Catecismo de la Iglesia Católica) 

Volvamos al artículo. Para tomar un poco de más contacto con las propuestas del P. Pablo D’Ors, comparto uno de los párrafos centrales de su artículo:

…¿habrá en la Iglesia alguien que se atreva? ¿Habrá alguien que presente estos símbolos y ritos [sacramentos] no solo como aquellos en los que se cifra la más genuina identidad cristiana, sino como símbolos y ritos de valor universal, aptos para todos, cristianos o no? ¿Habrá alguien, en fin, que presente el cristianismo como religión y humanismo inclusivo, no excluyente ni exclusivo? 

¿Quién se atreve? Me temo que no son pocas las personas que se atreven a proponer este tipo de entendimientos. Quizás no forma tan abierta, pero es fácil encontrar que la introducción de “peculiaridades” en la Liturgia de los Sacramentos, lleva sin duda a este tipo de propuestas. El cristianismo va caminando hacia un tipo de creencia casi agnóstica, en donde Dios está tan lejos y tan indiferente, que nos permite todo lo que queramos. Este agnosticismo cristiano ataca a la sacralidad, porque es uno de los caminos más importantes por donde Dios se hace presente. P. Pablo D’Ors parece indicar que los sacramentos son símbolos vacíos que necesitan ser rellenados de humanismo incluyente. 

Para los que tenemos fe los sacramentos no son símbolos vacíos, aunque nos demos cuenta que somos cada vez menos capaces de entenderlos en plenitud de Espíritu y Verdad. No hay que explicar los sacramentos de nuevo para darles un nuevo significado, ya que esto implicaría una ruptura con la Tradición. Se trataría de retomar las maravillosas catequesis mistagógicas de hace siglos. Tenemos olvidadas las catequesis pre-sacramentales de grandes santos como San Ambrosio de Milán o San Cirilo de Jerusalén. Que haya personas poco formadas es una realidad, pero cuidado con utilizar la ignorancia para cambiar la fe que procede desde Cristo mismo. El Pan y Vino consagrados son Cuerpo y Sangre de Cristo, reales y verdaderos, aunque haya personas que lo ignoren o que no lo quieran creer realmente. 

El peligro de hacer nuestras estas propuestas revolucionarias o de no darles importancia, es la propagación de las mismas. Todo sabemos lo complicado que es catequizar de forma tradicional en el mundo postmoderno y fácil que es ofrecer catequesis alternativas, atractivas, innovadoras. La cizaña está más viva que nunca entre nosotros. 

Existe una cosecha para las espigas de trigo material y otra para las espigas dotadas de razón, es decir, para el género humano. Ésta se realiza en los infieles y reúne en la fe a los que acogen el anuncio del Evangelio. Los obreros de esta cosecha son los apóstoles de Cristo, después sus sucesores, más tarde aún, a lo largo del  tiempo, los doctores de la Iglesia. Cristo, refiriéndose a ellos, ha dicho: «El segador ya está recibiendo su salario y almacenando fruto para la vida eterna» (Jn 4,36). 

Más, hay todavía otra cosecha: es el paso de esta vida a la vida futura que, para cada uno, se realiza a través de la muerte. Los obreros de esta cosecha ya no son los apóstoles sino los ángeles. Tienen ellos una responsabilidad más grande que la de los apóstoles, porque son los que hacen la clasificación que sigue a la cosecha y separan a los malos de los buenos, tal como se hace con la cizaña y el buen grano. (San Gregorio Palamas. Homilía 26) 

Para el católico, la Tradición Apostólica es revelación de Cristo. Procede de todas las vivencias de los Apóstoles y del entendimiento que el Espíritu Santo les dio en Pentecostés. Dudar de la Tradición, es dudar de la cercanía y vigilancia del mismo Cristo. Cristo no es un Dios lejano e indiferente, sino cercano y comprometido. Él nos dijo que: Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20) ¿Realmente creemos esto? 

La cizaña debilita al trigo y engaña al agricultor, que no sabe que está instalada en su cosecha. Cuando ya puede diferenciar trigo y cizaña, no puede quitarla sin dañar al trigo. Habrá que esperar a que venga la ciega y se separe trigo y cizaña, grano y paja. El grano se molerá para hacer harina, que mezclada con agua, sal y levadura, hará posible tener masa de trigo lista para hornear. La cizaña y la paja, servirá para otras cosas, como avivar el fuego que cocerá la masa de trigo para convertirla en pan. 

¿A que podemos aspirar los cristianos? Podemos ser grano de trigo y levadura, ya que esa el la Voluntad de Dios. Pero la cizaña nos intentará convencer de que el vínculo con le agricultor y con el panadero, es pura invención, dejándonos desprotegidos ante el maligno. 

No puedo menos que llamar continuamente a la responsabilidad de las autoridades eclesiales, a fin de hacer un poco más complicada la labor de la cizaña. Desaparecer no desaparecerá, pero que al menos no se mueva con tanta facilidad entre nosotros. Necesitamos formación para defendernos de los engaños. Necesitamos comunidad, para apoyarnos. Necesitamos los sacramentos para acceder de forma directa a la Gracia de Dios.