Sobradamente conocido es que Venezuela recibe su nombre de la preciosa ciudad italiana de Venecia, a la que, según se dice, asemejarían las ciudades sitas en su territorio: así pues, Venezuela como “pequeña Venecia”, pues ese sufijo “uela” no tiene otro objeto ni función que de la de un diminutivo, cuando no un peyorativo.
Menos conocidas son las circunstancias precisas en las que el territorio recibe el nombre. El caso es que el nombre aparece ya en el famoso mapa de
Juan de la Cosa, -quien por cierto acompañaba a
Alonso de Ojeda, jefe de la expedición que primero pone pie en Venezuela-, confeccionado en 1500. A
Ojeda acompaña también
Americo Vespuccio, quien en 1505 afirma:
“Encontramos una población fundada sobre el agua, como Venecia; eran cerca de 44 habitaciones grandes, en forma de cabañas, sostenidas sobre palos muy gruesos, con sus puertas de entrada a manera de puentes levadizos, y de una casa se podía ir a todas, pues los puentes levadizos se tendían de casa en casa”.
Mucho más tarde, en su obra
“Relaciones topográficas de los pueblos de España, hechas de orden de Felipe II”, de 1578, el cosmógrafo
Juan López de Velasco explica:
“Llamose esta provincia Venezuela por la similitud que tiene con Venecia una población que está en medio del Lago de Maracaibo, puesta sobre el agua, encima de una peña llana”.
Como parece que Venecia, a su vez, podría derivar del término acadio “enu” y del semítico “ain” con significado de río, Venezuela no sería sino el país de los pequeños ríos. Lo que no deja de ser una paradoja en el país bañado por gigantes como el Orinoco, el Apure, el Mete, el Caroní, el Caura o el Catacumbo.
También es fácilmente reconocible que Colombia no es otra cosa que un homenaje postrer a la figura del descubridor del continente,
Cristóbal Colón. El nombre, que debió de ser el del continente y no América, le es dado en el
Congreso de Angostura celebrado el 15 de febrero de 1819 a un territorio mucho más amplio que aquél al que le vemos denominar hoy, pues comprendía todos los espacios del hasta entonces Virreinato de Nueva Granada, que abarcaba los actuales países de la propia Colombia más Ecuador y Panamá, y hasta los de la Capitanía de Venezuela, separada del virreinato en 1777. Y es creación personal de
Simón Bolívar, que lo había propuesto en la llamada
Carta de Jamaica escrita por él el 6 de septiembre de 1815, y en la que dice:
“Esta nación se llamaría Colombia como un tributo de justicia y gratitud al criador de nuestro hemisferio”.
Y dado que “colombo” es raíz latina que significa “paloma” en muchas de las lenguas romance, Colombia finalmente no viene a significar por esta vía otra cosa que “país de las palomas”.
Particularmente divertida es la etimología de Bolivia, como vamos a ver. Fácilmente identificable es el hecho de que el nombre no es otra cosa que un homenaje a la figura del emancipador del país y de otros territorios americanos, el mismo del que hablamos arriba,
Simón Bolívar. Curioso que el otro gran emancipador del continente americano,
José de San Martín, no haya sido objeto de similar homenaje, aunque si no un país, sí son muchas las ciudades americanas que llevan su nombre.
La decisión de llamar así al país es del prócer
Antonio José de Sucre, que decide hacerlo cuando de acuerdo con Bolívar, decide conformar en el país una república independiente y no unirla a la recién formada República del Perú o a las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Sucre la llamará República de Bolívar. Unos días después, el diputado
Manuel Martín Cruz realizaba la siguiente propuesta:
“Si de Rómulo viene Roma, después de Bolívar viene Bolivia”, aprobándose la propuesta de nombre el 3 de octubre de 1825.
Lo que seguramente no sabían ni Sucre ni Cruz es que Bolívar era un apellido vasco que de acuerdo con los significados eminentemente topográficos y agrícolas de casi todos los apellidos vascos, no significa otra cosa que
“valle del molino”, de boli=molino y ar (arán)=valle, como de hecho el Valle de Arán en España no significa otra cosa que Valle del Valle. De donde, por lo tanto, Bolivia no significa otra cosa que el Valle del Molino. Ignoro la cantidad de molinos que puedan existir hoy día en el pais, pero al más antiguo de todos habría que otorgar el alto honor de darle nombre, eso sí, siempre que se halle dentro de un valle.
Si ésta relación les ha gustado, me propongo continuarla con los nombres de otras repúblicas hispanoamericanas, que por hoy, pongo fin a ésta, no sin desearles, eso sí, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Y no se olviden Vds. de visitarme mañana, aquí, a la sombra de la columna, donde, como siempre, les espero.
©L.A.
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