Es, desgraciadamente, frecuente escuchar de boca de algunos (que se tienen por buenos cristianos) frases como estas: "Acepta a los que te rodean como son y no quieras cambiarles", "Que cada cual viva su vida", "Quien soy yo para juzgar y corregir a otro"….
Cristo, sin embargo, nos dice en el Evangelio:
«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18, 15).
Y no sólo nos pide que lo reprendamos, sino que nos da un auténtico método (con varias fases) para hacerlo como Él quiere:
«Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos» (Mt 18, 16).
Y añade:
«Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano» (Mt 18, 17).
¡Impresionante!... ¡Todo un manual práctico de cómo se debe corregir, y oído de boca de Nuestro Señor!
Cristo corrigió en bastantes ocasiones a sus discípulos. Y los primeros cristianos bien que lo tuvieron presente. No en vano en la carta del apóstol San Pablo a los tesalonicenses se lee:
«Si alguno no obedece lo que decimos en esta carta [...] no le miréis como a enemigo, sino corregidle como a un hermano” (2 Ts 3, 14- 15).
Por otro lado, todos vemos lógico que un padre corrija a su hijo en lo que hace mal; o que alguien advierta a un amigo de que lo que hace no está bien o de que se está equivocando. Precisamente es algo que vemos como un detalle de amor (el uno) o de amistad (el otro). Y si no se hiciera así, todos pondríamos en duda ese amor y esa amistad.
Entonces, ¿cómo se puede concebir a un cristiano que no corrija a otros cristianos? Si no lo hacemos así, aparte de desobedecer a Cristo, tendríamos que poner en duda el amor que supuestamente nos tenemos como cristianos, a los que Cristo dijo:
«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35).
Los Tres Mosqueteros