En la Iglesia se habla por todas partes de la misericordia, lo que está bien mientras no utilicemos esta palabra como slogan de marketing. Es decir, salir a la calle y vender el Evangelio ofreciendo una promoción especial para todo aquel que llegue: “todo gratis, nada cuesta”. 



Por otra parte, hablar de justicia es aparecer como el “malvado” hermano del Hijo Pródigo. Aquel que nos dicen que tenía envidia y estaba lleno de rencor. La justicia está mal vista, porque el marketing no puede vender algo cuando ese algo conlleva un sacrificio. 

Hablar de justicia es mucho más que pedir sacrificios y esfuerzos. Justicia es juicio, entendimiento y como claramente nos dice San Agustín: verdad. Sin verdad estamos a merced del marketing espiritualista postmoderno, tan de moda. Quien desea que la justicia desaparezca, quiere que perdamos el buen juicio y la capacidad de aceptar el entendimiento de Dios.

Así pues, si practicáis la misericordia y la justicia para con mi señor, decídmelo. Esas dos palabras, misericordia y justicia, que aparecen tantas veces en otros pasajes de las Santas Escrituras, y sobre todo en los Salmos y lo mismo vale para la misericordia y la verdad, ya comienzan a usarse a partir de este pasaje. (San Agustín, Cuestiones sobre el Génesis, LI, 66) 

Hoy en día parece que andamos de rebajas y promociones, ofreciendo misericordia para que los que se sienten mal o rechazados, vuelvan a la Iglesia. Lo que no nos entra en la cabeza es que la misericordia sin justicia, se convierte, con mucha facilidad, en complicidad y complacencia. Esta es la trampa de que el marketing nos tiende. Intentamos separar la cara de la cruz de la misma moneda, que es el Amor de Dios. Las cara y la cruz deben estar juntas y si no lo están, lo que nos ofrecen es una moneda falsa. 

La misericordia y la verdad nunca se aparten de ti; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón. Así hallarás favor y buena estimación ante los ojos de Dios y de los hombres. Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y El enderezará tus sendas. (Proverbios 3, 3-6) 

La justicia nos enseña la senda por la que transitar. Nos dice que ir campo a través es peligroso y cansado. No nos resta libertad, sino que nos hace más libres a ofrecernos el entendimiento de Dios. Pero, tendríamos que dejar nuestros entendimientos a un lado y aceptar el entendimiento del Creador. Eso ha sido complicado siempre, pero en estos tiempos postmodernos, es más complicado aún. Tendríamos que reconocer las sendas que ha trazado el Señor y eso nos hace sentir que perdemos opcionalidad, que es la pseudo libertad de moda. Si dejamos a un lado nuestro entendimiento, Él enderezará las sendas que no son las que Dios espera que utilicemos. 

Lo que es evidente es que ir por las sendas trazadas por Dios es imposible para nosotros. Somos limitados e inconstantes. Distraídos y recelosos. Necesitamos de la Misericordia de Dios. Misericordia que parte de la humildad y el reconocimiento de nuestra incapacidad de ir demasiado lejos sin el apoyo de la Gracia de Dios. Esta es la Misericordia de Dios, que es muy diferente a la versión edulcorada, postmoderna y promocional que vemos con demasiada frecuencia. 

Llevar en nuestro corazón impresas la justicia y la misericordia es un milagro que tiene mucho que ver con la conversión que Cristo nos reclama. Nacer de nuevo del Agua y del Espíritu, adorar a Dios en Espíritu y Verdad, tomar nuestra cruz y negarnos a nosotros mismos, marca el corazón con justicia y misericordia. Justicia que conoce y señala el camino. Misericordia que ayuda a quien necesita andarlo y no tiene fuerzas suficientes.