Sin embargo, no es momento para quejas o lamentaciones. Es cierto que trabajaremos más, pero también es cierto que es un tiempo valiosísimo que debemos aprovechar para sacar lo mejor de nosotros mismos y de nuestras familias.
Sería muy triste que, al final del tan ansiado verano, el único balance que nos quede sea el ajetreo de un sinfín de trabajo: un trajín de lavadoras; incontables idas y venidas de casa a la playa y de la playa a casa con el consabido traslado de niños, manguitos, toallas, cubos y cremas solares; la preparación diaria de desayunos, comidas, meriendas y cenas para ciento y la madre con su consiguiente recogida... todo ello es inevitable e ineludible. Y tenemos dos opciones: podemos pensar en ello como en una rueda de sobrecarga agotadora de trabajo sin sentido y, lógicamente, tirarnos por el puente que pillemos más a mano de camino al lugar de veraneo, o, dicho con más lírica, -como habría hecho el príncipe danés- "tomar las armas contra un piélago de calamidades y haciéndoles frente acabar con ellas". O bien, podemos acoger de frente las vacaciones y aprovecharlas como un soplo de aire fresco, un momento único para tomar aire, respirar, preocuparnos menos de las lavadoras y más de quiénes necesitan ponerse esa ropita que ocupa todo un canasto de metro y medio.
Podemos aprovechar que, en verano, los tiempos son más lentos y las prisas quedan sometidas, únicamente, a nuestro afán por llegar a los sitios; podemos aprovechar que no tenemos más horarios que los que nosotros nos queramos imponer; podemos aprovechar esa gran ventaja que le tomamos al tiempo, con el que tanto soñamos el resto del año, para tomarnos las lavadoras con más calma, relajarnos más con las comidas y simplificarnos un poco, sufrir menos por si nos olvidamos una tumbona de playa o un par de cubos y palas, y centrarnos en sacar de cada momento, de cada rato, de cada conversación, el máximo partido, saboreándolo como si lleváramos un año sin poder hacerlo.
Podemos aprovechar que la lavadora no hace falta ponerla en tres minutos, para que sean nuestros peques los que nos ayuden a meter la ropa en la máquina y a ponerla en marcha (a ciertas edades, la magia de los botones sonoros y el agua entrando por el tambor les parece todo un espectáculo digno de admiración...); podemos aprovechar que no hay ninguna prisa para llegar a la playa (en principio), para dejar que ellos solos aprendan a ponerse la crema, o que cada uno se responsabilice de su toalla, o que los mayores enseñen a los pequeños a hinchar sus manguitos, o para hacer tranquilamente una trenza a nuestra hija la más coqueta...; podemos aprovechar que la comida pegada a la sartén no será un drama insubsanable, para dejar que sean ellos quienes nos ayuden a prepararla; podemos aprovechar que a mediodía no hay quien salga a la calle para, en vez de lamentarnos por el calor que hace, jugar partidas de cartas en familia o aprender a hacer collares con las conchas de la playa mientras charlamos sobre lo bonitas que son... podemos aprovechar, también, que la hora de acostarse no es un momento de estrés y tensión en que lo único que deseamos es que se duerman de una vez, para enseñar a rezar con más calma a nuestros hijos, más allá de las aprendidas oraciones vocales, ofreciendo a cada uno que ´invente´ una pequeña oración o le diga algo bonito a la Virgen...; podemos aprovechar, también, para cuidar de manera especial nuestro matrimonio, para tener largas conversaciones que por una causa u otra son más difíciles en la rutina del resto del año, o para salir con más calma a tomar una cerveza y disfrutar de las risas que a veces pasan a un triste segundo plano en medio del jaleo diario; podemos aprovechar para hacer más ejercicio, si se puede, y tratar de compartirlo con nuestros cónyuges o hijos; podemos aprovechar para ir a Misa más a menudo, o rezar un ratito ante el Sagrario de camino a cualquier sitio, o dedicarle a la Virgen el Rosario en familia; podemos aprovechar, también, para disfrutar más de nuestros amigos y enriquecernos humanamente con esos momentos compartidos, y que hagan lo mismo nuestros hijos.
Podemos aprovechar, en definitiva, para poner nuestra ilusión, no en lo que queremos que pase estas vacaciones, sino en lo que sabemos que seguro que va a pasar, y en poner, en cada minuto, toda nuestra ilusión, todo nuestro amor y toda nuestra alegría.
Hay taaaaantas cosas para las que podemos aprovechar esas horas de trabajo extra -o no tan extra- que sería una pena que llegara el final del verano y tuviéramos que arrepentirnos de no habernos tirado por ese puente. El verano de una familia tiene que tener un final feliz, empezando desde el principio.