Sí ya saben Vds. soberbia, avaricia, ira, lujuria, gula, envidia y pereza, los siete pecados así llamados por ser generadores de otros pecados, con los que el español del s. XXI mantiene una curiosa relación que es la que, emulando la magna obra del gran Fernando Díaz Plaja “El español y los siete pecados capitales”, voy a intentar analizar en los próximos minutos.
Para empezar la soberbia. Nunca ha llevado el español bien el pecado de la soberbia en los demás, pero menos que nunca en este momento de la historia. Las personas soberbias irritan a los españoles en grado tal, que hasta los más soberbios intentan disimular su pecado y presentarse como si no lo fueran. Lo cual es muy positivo salvo por una derivada que no es en modo alguno deseable: es tal la aversión que siente el español hacia todo aquél que se presente como mejor que ni siquiera los que son realmente mejores pueden hacer gala de ello, lo que redunda en un escaso aprecio en España por el mérito y por la excelencia, y en consecuencia, en que haya personas que pudiendo hacerlo, no los alimenten, y hasta prefieran pasar desapercibidos escondidos en la masa antes que descollar y asomar la cabecita. Un detalle: ¿han visto Vds. cuántas personas en España, a la pregunta "¿es Vd. el jefe?", responden "más o menos"?
La avaricia. El español no es especialmente avaro, expresando una cierta repugnancia a estimar el dinero, no siempre real pero siempre aparentada. Se atribuye el “pecadito” a una determinada región española, pero lo cierto es que los españoles son generalmente desprendidos con el dinero, y algunos hasta llevan a gala exhibir su dispendio cuando no dilapidarlo. Lo que así dicho se presenta como muy virtuoso tiene, sin embargo, una derivada para nada deseable: no valoramos en nada el dinero público, y somos muy poco exigentes respecto de él. Siempre me ha maravillado que cuando se producen elecciones generales, todos los partidos hablen de nuevas prestaciones, de nuevas subvenciones, de nuestros dispendios, y nadie pregunte nunca de dónde va a salir el dinero para pagarlas. A nivel privado, nos encanta hacer fondos comunes de cuya administración nos desentendemos inmediatamente, y en los que todo el mundo mete la mano sin ofrecer la menor explicación.
La ira. En este particular momento de la historia, los españoles llevan muy mal el pecado de la ira. Muy en relación con lo que ocurre con el primero de los pecados capitales, la soberbia, con el que está indudablemente relacionado, siendo como somos un pueblo gritón que habla en voz muy alta, de lo que son buena prueba nuestros bares y restaurantes, no soportamos que nadie nos grite, no soportamos que nadie se ponga por encima de nosotros valiéndose para ello de su tono de voz, ni aun cuando sus méritos o cualificaciones pudieran hacer el hecho más asimilable. Algo positivo en un pueblo que, como el nuestro, tantas veces se ha enfrascado en luchas fratricidas.
La lujuria. Habiendo sido como lo ha sido en España el pecado por antonomasia, aquél que se combatía en familias y escuelas por encima de cualquier otro, más en las niñas que en los niños, bien entendido, la lujuria es tan común en esta generación de españoles de la que hablamos que hoy ni siquiera se tiene por pecado. Antes al contrario, el sexo sin medida, el sexo indiscriminado en cualquiera de sus formas, se tiene por elemento de prestigio, lo que no obsta para que sus consecuencias sean tan indeseadas como en cualquier otro momento de la historia, con la diferencia de que hoy, esas consecuencias, se combaten taxativamente sin reparar en consideraciones ni morales ni de ningún otro tipo.
La gula. El español peca de gula. No creo que en ningún momento de su historia los españoles hayan conseguido contemplar la gula como un pecado, algo a lo que sin duda, ha contribuído también el mucho hambre que se ha pasado en España, no ahora gracias a Dios. La variada dieta española y la calidad de los productos sobre todo agrícolas de nuestro país ha permitido que este pecado, para suerte de los españoles, no se vea excesivamente castigado con la primera de sus penitencias, la obesidad. Tiene el pecadito una derivada, el consumo de productos no estrictamente alimenticios como bebidas alcohólicas, tabaco, drogas, que tampoco hemos concebido nunca como el gravísimo pecado que es, aunque precisamente en este momento de nuestra historia empecemos a hacerlo.
La envidia. El pecado nacional, qué duda cabe. El español es muy envidioso. Lo ha sido siempre y las generaciones actuales no lo son menos Tengo para mí que el cultivo de la envidia forma parte de nuestra herencia árabe, que siete siglos largos son muchos siglos, pero si sí como si no, la envidia nos caracteriza como españoles. Se manifiesta en todos y cada una las facetas de nuestra vida: está presente en el discurso político, está presente en nuestros hábitos diarios, lo vemos a diario en tantos programas de televisión, en el trato de nuestra historia y en el reconocimiento de nuestros próceres... ¡qué decir del cotilleo, la octava de las bellas artes en España! Y tiene como principal y peor de sus consecuencias el castigo que inflige a las personas que intentan destacar y están capacitadas para ello. Y no me extiendo más porque el seguidor leal de esta columna sabe que analizo las diferentes derivadas del pecadito en muchas ocasiones, que le invito a conocer pinchando
aquí o
aquí, sólo a modo de ejemplo.
La pereza. ¿Qué decir de la pereza? Por un lado siempre sostengo que los españoles ni somos tan divertidos como creemos, ni somos tan malos trabajadores como pensamos. Se trata quizás del pecado que más nos separa y que, en consecuencia, menos nos identifica como españoles: los
habemos muy trabajadores, entre los más trabajadores del mundo diría yo, y los
habemos muy poco trabajadores, entre los más perezosos del mundo diría también, en una proporción que prácticamente nos divide por la mitad. Tal vez sería más interesante hablar de una derivada de la pereza, cual es la organización del trabajo, algo en lo que según general consenso, tenemos mucho que mejorar. Sobran cafés, sobran tapitas, sobran bocadillos en el trabajo español, como sobran también horas extraordinarias, reuniones innecesarias. Una nueva organización de nuestra jornada diaria es uno de esos retos que el español debe acometer más pronto que tarde.
Y bien amigos, son unas consideraciones generales, apresuradas, y desde luego muy mejorables. Ayúdenme a hacerlo: disponen Vds. de la casilla de comentarios para hacerlo. Y entretanto se deciden, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Eso siempre.
©L.A.
Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día, o bien ponerse en contacto con su autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es.
En Twitter @LuisAntequeraB
Otros artículos del autor relacionados con el tema
(haga click en el título si desea leerlos)
De la inexacta e incompleta definición de la envidia en el Catecismo de 1997
De la envidia en los Evangelios
Del nihilismo, la envidia y la pereza
Del efecto medicinal del egoísmo sobre la envidia
De la envidia y del egoísmo