El papa Francisco dedica el último capítulo de la Encíclica a este asunto.
Al inicio nos llama a una reflexión personal. “Cuando las personas se vuelven autorrefenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el tiende a dominar en una sociedad, las normas solo serán respetadas en la medida que no contradigan las propias necesidades. Por eso, no pensemos solo en la posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando solo unos pocos puedan sostenerlo, solo podrá provocar violencia y destrucción recíproca”.
No todo está pedido; las personas siempre tienen posibilidad de reacción por su libertad, don precioso del Señor. Comprar no solo es un acto económico, sino moral.
Perder el sentido autoreferencial nos facilita la salida hacia el otro. Tampoco es bueno que una