Es importante, en vistas a tener las ideas claras y erradicar confusiones, que la mistagogia, es decir, la explicación teológica y espiritual de los ritos, oraciones y signos de la liturgia, se haga y se transmita en catequesis.
La liturgia no es complicada ni extraña ni fría ni irracional. Es cuestión de conocerla, ser adentrados en ella, y entonces impregna nuestra existencia y nos abre su universo simbólico llenando el alma.
El rito sacramental de la Confirmación, que es sencillo, contiene en su brevedad momentos, ritos y gestos distintos, que en numerosas ocasiones no son explicados, sino que simplemente, se ensaya para un desarrollo más o menos correcto, e insistiendo en lo periférico y secundario (tales como las ofrendas o las moniciones), en lugar de ayudar a vivir en toda su plenitud, la parte sacramental.
Esta parte sacramental se desarrolla así:
-Aleluya y Evangelio
-Presentación de los candidatos al Obispo por parte del párroco o catequista
-Homilía
1) Renovación de las promesas bautismales
-2) Oración del Obispo con la imposición de las manos
-3) Crismación en la frente, con la señal de la cruz, a cada confirmando
-Oración de los fieles.
"Si volvemos ahora al conjunto de nuestra meditación, me parece que la estructura en tres partes de la confirmación es también un símbolo de nuestra vida de cristianos.
En la sucesión de las promesas, de la plegaria, después de la signación, los actos son sucesivamente nosotros mismos, después Cristo, por último la Iglesia y el Espíritu Santo.
Podemos describir también estas tres partes como palabra, respuesta y acción. Y estos tres elementos -nosotros, Cristo, la Iglesia- se relacionan en la acción. Esta estructura del sacramento reproduce como en un espejo el ritmo de la vida: al comienzo, el acto se pone sobre la invitación a actuar nosotros mismos. Ser cristiano aparece como una decisión, como una llamada hecha a nuestro valor y a nuestra capacidad de renuncia y decisión. Esto parece penoso, y la vida de los otros parece más confortable. Pero cuanto más entramos en el "sí" de las promesas del bautismo y de la confirmación, tanto más experimentamos que somos llevados por la Iglesia entera.
Aquello que tenemos, hacemos y podemos nosotros mismos, comienza a deshacerse. Es esto lo que comienza a mostrar el fruto de nuestra respuesta. Allí donde, para el hombre que no conoce a Dios, la vida se convierte en una cáscara vacía, que a uno le gustaría mejor lanzar, es ahí donde se muestra cada vez más que es verdad que no estamos solos. E incluso cuando la oscuridad se hace poco a poco, incluso allí el camino conduce a este Amor que nos tiene y que nos lleva en brazos allí donde ningún hombre podría llevarnos.
La fe es el fundamento sólido para la casa de nuestra vida; se mantiene firme incluso en un futuro que nadie puede prever (cf. Mt 7,24-27).
Así, la confirmación es una promesa que llega hasta la eternidad. Pero es sobre todo una llamada a nuestro valor, a nuestra audacia. Una llamada a atrevernos, con Cristo, a fundamentar nuestra vida sobre una fe que se sostiene libre para Él y que lo espera, incluso si otros lo encuentran ridículo o desfasado. El camino conduce a la luz. Asumamos el riesgo. Digamos "sí". Esta hora en que recibimos el sacramento nos da el valor. "¡Elige la vida!". Amén"
(RATZINGER, J., "Choisis la vie!", en: Communio, ed. francesa, VII (1982), n. 5, p. 69).