El buen olor de Cristo es perfume, ungüento. "¡Correremos tras el olor de tus perfumes!", decía la esposa del Cantar de los Cantares. Su olor es delicioso, un olor que atrae por amor y lleva a la vida; el pecado y la muerte no tienen perfume, sino un hedor que repugna.
 
 
Aquí el santo Crisma es la materia del sacramento. De nuevo el aceite, santificado por la oración del Obispo junto con su presbiterio en la Misa crismal, la Misa de bendición de los óleos en la mañana del Jueves Santo. El aceite, por sus cualidades, incluso por su color y olor, mezclado además con bálsamo y aromas, es un instrumento precioso de la Gracia del Espíritu Santo.
 
Sabemos el santo Crisma es venerado: se guarda con todo honor y respeto -así lo definían los antiguos Pontificales- en el baptisterio, en una urna, o arqueta. Desde luego el santo Crisma no se ofrece "simbólicamente" en una procesión de ofrendas de una Misa cualquiera, ni otros inventos tan creativos. Es materia sacramental que tiene el máximo rango después del Santísimo Sacramento.
 
Ahora el Obispo, con el santo Crisma, este bendito aceite con perfumes, va a sellar a cada confirmando trazando en su frente la señal de la cruz. Tanto la forma de hacerlo del obispo, despacio, expresivamente, como la clara conciencia y respuestas del confirmando ("Amén", "Y con tu espíritu"), hará que este momento no pase desapercibido, sino sacramentalmente elocuente.
 
 

Pasemos entonces a la mistagogia del Crisma y de la crismación, para ser explicada en la catequesis previa y también a posteriori, no vaya a ser que pongamos más interés y fuerza en otras cosas (p.e. muchas moniciones, muchas preces, ofrendas "simbólicas" en lugar de ofrendas reales de pan y vino y para los pobres) y pasemos por alto lo principal.
 
"D. Se nos traza este signo [la cruz] sobre la frente, con el óleo santo que el obispo consagró el Jueves santo para todo el año y para toda la diócesis. Esto nos señala muchas cosas.
 
En la Antigüedad, el aceite era un producto de belleza; era la base de la alimentación; era el remedio más importante; protegía el cuerpo del calor. Era así al mismo tiempo fuente de fortaleza, de conservación de la vida. De esta manera, se convirtió en la expresión de la fuerza y de la belleza de la vida en general, y por eso, el símbolo del Espíritu Santo. 
 
Los profetas, los reyes y los sacerdotes recibían una unción de aceite, de manera que el aceite se convirtió también en el símbolo de estas funciones. El rey, en la lengua de Israel, era llamado simplemente "el ungido" -en griego se dice "christos". La unción significa entonces una vez más que es Cristo quien nos toma de la mano. Significa que nos propone la vida -el Espíritu Santo. 
 
 
"Elige la vida": es más que un mandamiento, es también un don. "Aquí está", nos dice el Señor con el signo de la cruz, que nos es dado con el óleo.
 
Lo que acabamos de escuchar es igualmente importante: este óleo es consagrado para todo el año y para todos los sitios el Jueves Santo. Proviene de la decisión de amar a los hombres que Cristo expresión de forma definitiva en la última cena. Esta decisión engloba a todos los lugares y a todos los tiempos. Quien quiera responderle no puede identificarse por entero con un grupo, con una comunidad, con un partido, con una nación. Sólo cuando nos abrimos a la fe común de todos los tiempos y de todos los lugares estamos con El. Sólo cuando creemos con toda la Iglesia, es cuando hacemos de ella nuestra regla y sólo cuando no tomamos nuestras propias ideas como un absoluto, es cuando estamos en el campo de fuerza de su vida. 
 
La confirmación es siempre también una forma de franquear las fronteras. Pide de nosotros el abandono del estrecho universo de nuestras ideas y deseos, nuestra pretensión de saberlo todo mejor que los demás, para convertirnos verdaderamente en "católicos", para vivir, pensar, actuar, con toda la Iglesia. Esto debe verse con el ejemplo de nuestra responsabilidad hacia los pobres del mundo entero; esto debe verse en nuestra oración, en la que celebramos la liturgia de la Iglesia entera, en lugar de seguir nuestras propias inspiraciones; esto debe verse en nuestra fe, que toma por regla la palabra de la Iglesia entera y su tradición.
 
Nosotros no fabricamos la fe, es el Señor quien nos la da. Se da a nosotros. La cruz que se traza sobre nosotros con el óleo santo es para nosotros la garantía de que Él nos toma de la mano y de que su Espíritu nos toca y nos conduce en una vida común con la Iglesia"
 
(RATZINGER, J., "Chosis la vie!", en: Communio, ed. francesa, VII (1982, n. 5, pp. 68-69).