La liturgia no es complicada ni rara si se la explica, si se desgrana paso a paso. Esa es la experiencia de muchos que, una vez explicada en catequesis, la viven y la entienden con gozo de su alma. Será complicada y rara allí donde no se enseña, ni se profundiza, y por tanto se le añaden pequeños inventos y creatividades personales.
Lo que significa el sacramento de la confirmación, la Iglesia nos lo explica de manera sensible con los signos por medio de los cuales se administra. Cuando se mira el desarrollo de esta ceremonia un poco más de cerca, se ve bien que se divide en tres etapas. Comienza por la renovación de las promesas del bautismo; prosigue con la plegaria que el obispo, con los brazos abiertos, pronuncia en nombre de la Iglesia; después se produce la administración del sacramento propiamente dicho: unción, imposición de las manos y beso de la paz. Miremos más de cerca estas tres partes.
El rito de la Confirmación merece ser explicado, con tono mistagógico, tanto a los fieles como a aquellos que van a ser crismados. No es solamente hablar de compromisos, ni ensayar cuando llegue la hora: la catequesis de Confirmación, o un retiro preparatorio, así como los mismos ensayos, deben ofrecer también una mistagogia, una explicación del sentido de cada elemento de esta liturgia.
Ahora vamos a ser catequizados por un artículo-homilía del card. Ratzinger que es un ejercicio de mistagogia, de catequesis a partir de los ritos de la liturgia y de una mayor comprensión y vivencia de la liturgia misma.
"El ritual de la confirmación manifiesta lo que significa el sacramento: la profesión de fe realiza la promesa de vida dada en el bautismo; la oración solemne del obispo integra en la Iglesia; el signo de la cruz y la unción conforman con Cristo.
Lo que significa el sacramento de la confirmación, la Iglesia nos lo explica de manera sensible con los signos por medio de los cuales se administra. Cuando se mira el desarrollo de esta ceremonia un poco más de cerca, se ve bien que se divide en tres etapas. Comienza por la renovación de las promesas del bautismo; prosigue con la plegaria que el obispo, con los brazos abiertos, pronuncia en nombre de la Iglesia; después se produce la administración del sacramento propiamente dicho: unción, imposición de las manos y beso de la paz. Miremos más de cerca estas tres partes.
I. Al principio, se tienen una serie de preguntas y respuestas: "¿Renunciáis a Satanás, creéis en Dios Padre todopoderoso, en su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia?" Estas preguntas vinculan al bautismo con la confirmación. Se plantearon ya en el bautismo, y, para la mayoría de vosotros, fueron vuestros padres y vuestros padrinos y madrinas los que respondieron en vuestro lugar, prestándoos así su fe, como igualmente habían puesto una parte de sus vidas, para que vuestro cuerpo, vuestra alma y vuestro espíritu pudiesen despertarse y desarrollarse.
Pero ahora, lo que os prestaron debe convertirse en vuestra propiedad. Ciertamente, somos hombres, y obtenemos la vida unos de otros. La tenemos y no nos la han prestado, sino que nos la han dado. Una lleva a la otra. Pero hace falta también que decidamos por nosotros mismos. Lo que se nos dio no es nuestra hasta que lo hayamos aceptado nosotros mismos. De esta manera la confirmación continúa lo que el bautismo había comenzado. Es el cumplimiento del bautismo. Esto mismo significa la palabra "confirmación". Viene del lenguaje del derecho. Se aplica al acto por el cual un contrato entra definitivamente en vigor.
Y por este hecho, las promesas por las que la confirmación comienza tienen el aspecto de un contrato que se concluye. Recuerdan la conclusión de la Alianza entre Dios e Israel, en el Sinaí. Dios situó a Israel ante la elección: "Pongo delante de ti la vida y la muerte... Elige la vida para que vivas" (Dt 30,19). La confirmación es vuestro Sinaí.
El Señor se presenta delante de vosotros y os dice: ¡elige la vida! Cada uno de vosotros querrá vivir, querrá sacar lo máximo de la vida, querrá explotar a fondo lo que la vida nos propone. ¡Elige la vida!
Sólo cuando hemos hecho alianza con Aquel que es él mismo la vida, hemos elegido de verdad la vida. Renunciar a Satanás significa renunciar al poder de la mentira, que seduce la vida delante de nuestros ojos, conduciéndonos en el desierto. Aquel que, por ejemplo, se deja pillar por la droga busca ampliar la vida de forma inaudita, con dirección a lo imaginario e ilimitado, y al principio, cree encontrarlos. Pero en realidad se deja engañar.
Al final, no puede ya soportar la vida real, y la otra vida, esta mentira en la que se dejó enredar, termina también por hacerse polvo.
¡Elige la vida! Las preguntas y las respuestas de las promesas de la confirmación son una especie de invitación a la vida. Son como panales indicadores en la carretera que sube hacia la vida, una ascensión que no siempre es confortable. Pero lo confortable no es lo verdadero; lo único que es verdadero es la vida. Acabamos de decir que estas promesas son una especie de contrato, una alianza. Podríamos decir también que se parecen a un matrimonio. Ponemos nuestras manos en las manos de Cristo. Nos decidimos a ir acompañados con Él, porque lo sabemos: Él es la Vida (Jn 14,6)".
(RATZINGER, J., "Choisis la vie!", en: Communio, VII (1982), nº 5, pp.65-66).