El largo período cuaresmal tiene una finalidad, mira a un objetivo concreto y claro, y no se cierra en sí mismo. La Cuaresma no es un fin en sí misma, sino un medio, una preparación, para lo que luego acontece, como Misterio de gracia y salvación. Así es, la Cuaresma mira a la cincuentena pascual.
La Iglesia, desde el siglo II y III va desarrollando un tiempo festivo y gozoso, los cincuenta días de Pascua, que transcurren desde el mismo día de la Resurrección de Jesucristo (inaugurado con la Vigilia pascual) hasta el día de Pentecostés.
Este es un período que desemboca con el don del Señor resucitado, el Espíritu Santo. Éste puede venir y derramarse en todos, santificando la Iglesia, porque el Señor glorificado es el Señor del Espíritu. La ausencia de Jesús por su Ascensión permite que venga el otro Paráclito, el "Espíritu de la Verdad" que Él derramará desde el Padre.
La solemnidad de Pentecostés ni es una fiesta aislada, ni es un apéndice, sino su culminación, de manera que los cincuenta días posee una unidad. Hay un deseo a lo largo de los cincuenta días de glorificar y alabar al Resucitado y esperar y pedir que nos envíe su Espíritu Santo.
Eusebio de Cesarea habla de la cincuentena pascual, de los gloriosos cincuenta días de Pascua, explicando lo que contienen y significan.
"De este modo, terminado felizmente el tránsito, nos recibe otra fiesta aún más larga que los hebreos llamaban pentecostés, la cual es imagen del reino de los cielos... Por eso no se nos permite, durante este tiempo de fiesta, someternos a ninguna disciplina ascética. Por el contrario, se nos enseña a ofrecer una imagen del deseado descanso de los cielos.
Por este motivo, no nos arrodillamos para orar ni nos castigamos con el ayuno. Efectivamente, quienes han recibido la gracia de la resurrección no deben postrarse nuevamente en tierra; ni los que han sido liberados de las pasiones volver a mancharse con los malos deseos. Después de Pascua, pues, celebramos pentecostés durante siete semanas íntegras; de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua...
A los padecimientos soportados durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo. Sin embargo, con estas siete semanas aún no se completa el número cincuenta de pentecostés. Este número de pentecostés, que va más allá de las siete semanas, establece como sello, en el único día que resta después de las mismas la fiesta solemnísima de la ascensión de Cristo.
Con razón, pues, representando durante los días de pentecostés la imagen del reposo futuro, nos mantenemos alegres y concedemos descanso al cuerpo como si ya estuviésemos gozando de la presencia del Esposo. Por eso no se nos permite ayunar" (Eusebio de Cesarea, De sollemnitate paschali, 3).
Para el autor, y para nosotros también, las siete semanas de este tiempo pascual, son una imagen y un anticipo del descanso eterno del cielo y de la vida eterna: no tocamos la tierra postrándonos sino permanecemos en pie, no ayunamos sino comemos, el llanto penitencial se sustituye por la alegría del "aleluya". Mientras que la Cuaresma simbolizaba claramente la vida terrena, sus limitaciones, sus penitencias, la cincuentena pascual, las siete semanas, simbolizan la alegría y júbilo de la vida eterna.
Las siete semanas pascuales son el júbilo del cielo. Vale la pena destacar que en Cesarea, donde escribe Eusebio, como en África donde escribe Tertuliano o en Siria (las Constituciones apostólicas) hay costumbres comunes: orar de pie y nunca de rodillas, ausencia de ayuno y penitencia.
Los cincuenta días pascuales se viven entonces como un tiempo de fiesta, de alegre fiesta, porque Cristo está vivo, resucitado y glorioso. Vivimos con el Esposo que nos fue arrebatado pero que ha vuelto vencedor de la muerte.
Habría que mantener el tono espiritual durante las siete semanas pascuales, y cuidar la liturgia de los cincuenta días, según su condición de ser "tiempo de fiesta", tal como lo define Eusebio, tal como la Iglesia lo vivió.