El sufrimiento del Señor en su pasión y su cruz fue un sufrimiento redentor y vicarial: por nosotros y en nuestro lugar; así fuimos salvados con el alto precio de la sangre del Cordero. Él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, fue inmolado por nosotros.
La redención, motivo de la Encarnación del Verbo, se obró por la pasión y la cruz del Señor que miraba a nuestro bien.
Pero hoy, en este tiempo, su sufrimiento es compartido también por los miembros de su Cuerpo; incluso algunos especialmente han sido elegidos para que, viviendo una existencia martirial de múltiples formas, completen en el presente la redención en favor de la totalidad del Cuerpo (cf. Col 1,24).
Somos asociados todos, de una manera u otra, al sufrimiento redentor de Jesucristo. El cristiano también está llamado a participar de ese sufrimiento, vivido de manera redentora, expiatoria, ofrecida por todos. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
"La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 1819; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35)" (CAT 618).
Éste es, en definitiva, el sentido último de aquella exhortación paulina que invitaba a ofrecer como hostia viva, santa, sacrificio racional (cf. Rm 12,1).
El sufrimiento que abate la vida y la golpea cobra en Jesucristo un nuevo valor y un nuevo sentido para quien tiene que padecerlo: alcanza un sentido redentor si se ofrece, si se comparte con Cristo. En su pasión y cruz ha dado un sentido y un valor al sufrimiento personal.
"Cristo, al tomar sobre sí la carga del pecado, cambia el sentido del sufrimiento y de la muerte los convierte en actos redentores" (GALOT, J., Jesús, liberador. Cristología II, Madrid 1982, p. 324).
Saber vivir y ofrecer el sufrimientoe s una gran lección, difícilmente aprendida, pero altmente fructuosa para la vida cristiana. Cuesta aprenderlo, pero una vez entendido su sentido, entonces se vive y se ofrece con otro tono y calidad, uniéndolo a Cristo y sabiendo que es útil en cualquier confín de la Iglesia, a cualquier hermano nuestro, en solidaridad con Jesucristo redentor.
El problema del sentido del sufrimiento revela una nueva perspectiva cuando es iluminado por el sufrimiento de Cristo y su sentido redentor y vicarial.
"La revelación del designio redentor nos permite plantear más correctamente el problema, al suministrarnos la luz esencial sobre el sentido del sufrimiento. Es preciso ante todo considerar el gesto del Padre donando a su Hijo en sacrificio. En este gesto se ve que el Padre no sólo permite el sufrimiento, sino que lo quiere, integrándolo en su plan de salvación. No lo quiere por ira sino por amor hacia la humanidad, de tal manera que todos los dolores humanos deben ser considerados, desde la perspectiva del plan redentor, como don divino" (Id., p. 333).