Para mejor comprender y entender los cometidos de las órdenes e institutos religiosos, lo primero de todo, es tener una idea concreta acerca de lo que es y significa el “carisma fundacional” de una orden o instituto religioso. La palabra carisma, tiene su origen en el griego y en plural se expresa por el término charismata, la palabra o término carisma, ha conocido una historia larga y movida. Carisma es un término que significa regalo, don, donación de Dios. Aparece diez y siete veces en el Nuevo testamento, de las cuales son diez y seis en San Pablo y una en San Pedro. Según escribe Vicente Borregón Mata, entre los años 380 al 390. San Jerónimo, dio la última mano a la traducción de la Vulgata. De las diecisiete veces que aparece el término griego carisma, en once ocasiones lo tradujo por gracias, dos por donación, tres por don, y una sola vez por carisma. Como la Vulgata fue la traducción oficial de la Iglesia se comenzó a hacer desde entonces una teología de dones y de gracias, pero no de carismas. Incluso Santo Tomás de Aquino raramente empleó la palabra carisma, siguiendo el uso de la Vulgata, llamó a los carismas gratiae, gratis datae, es decir, “gracias dadas gratuitamente” Y cabe preguntarse: ¿Es que puede haber una gracia que no sea gratuita? Todo lo que somos y valemos cada uno de nosotros, lo hemos recibido. San Agustín, exclamaba: ¿Qué tienes tú, que no hayas recibido? Para poder definir que es un carisma, vemos que la Real Academia de la lengua española en su primera acepción de este término, nos dice que: es un don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad. Pero para poder ver la definición más imprescindible de este término, hemos de acudir a San Pablo, que concretamente en su primera carta a los corintios, nos define el carisma diciéndonos que es: “Una manifestación del Espíritu Santo para el bien común”. (1Cor 12,7). Ampliando el sentido de esta definición, se puede decir tal como la teoría clásica lo explicita, que el carisma es: “Un don gratuito del Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Se trata, por lo tanto, de una gracia o una serie de gracias, destinadas al bien común, más que a la santificación personal del que las recibe. Los carismas, no son gracias santificantes del alma, sino gracias sociales, para el bien de la Iglesia. Están abiertas al mundo entero. El que las recibe no es su destinatario final, sino un canal trasmisor hacia los demás, Por eso, ni el que los recibe es más, ni el que no los posee es menos, puesto que la gracia derramada sobre unos revierte en beneficio de los demás. Todos somos instrumentos de Dios, pero mucho más el que recibe unos carismas, porque lo recibe con la obligación de cumplimentarlos y transmitirlos a los demás, el ejemplo más corriente, es o son en este caso, los denominados carismas fundacionales, o carismas que Dios otorga al fundador de una orden o instituto religioso, para la fundación de esa orden o instituto religioso de que se trate. Y este fundador, no tiene necesariamente que ser canonizado a toda costa, como si fuese un deshonor pertenecer a una orden religiosa cuyo fundador no ha sido aún canonizado, o se está demorando su canonización, o se llegue al absurdo de recolectar fondos para la canonización de alguien. Hay en esto algo que me chirria y me hace pensar en las “simonías”. Cuantas sorpresas no vamos a llevar, cuando nos enteremos que las mayores glorías alcanzadas en este mundo, muchas veces, lo han sido por muchos desconocidos nunca canonizados y de los que nunca hemos oído hablar, y posiblemente estos se sentarán más cerca del Padre que otros santos que ahora veneramos en los altares. El carisma fundacional de una congregación o instituto religioso, no está necesariamente ligado a la a persona del fundador, este no ha sido nada más que un instrumento de Dios. El carisma fundacional subsiste con independencia del fundador de la orden o instituto. Se dan casos de hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan fundado una congregación religiosa. Un carisma por tanto, es solo una gracia especial que el Espíritu Santo dona a alguien o a una serie de personas para el bien de la Iglesia. En la definición de San Pablo, hay quienes exprimiendo más el sentido de sus palabras manifiestan: que la palabra carisma, en los escritos de San Pablo tienen un doble significado. En sentido amplio se refiere al "don" de la vida cristiana, en general, recibido en el bautismo. En sentido estricto significa un "don" particular, específico, recibido para el servicio y la edificación de la comunidad cristiana. El carisma de las familias religiosas, órdenes o institutos, se inscribe en el sentido estricto del término. Cada una, a través de su fundador o fundadora, ha recibido del Espíritu Santo un carisma particular, para realizar una misión específica en el seno de la Iglesia y del mundo. El carisma tiene unas determinadas características que permiten su reconocimiento. Primeramente es ante todo una entrega gratuita de Dios, y como tal don que es, no puede ser exigido ni proviene de las propias capacidades humanas, aunque estas en determinados casos puedan cooperar al desarrollo de este. También, es personal ya que se confiere al denominado fundador, capacitándole para una vocación y misión peculiar en la Iglesia. Pero al mismo tiempo es también colectivo porque implica a otras personas que se sienten identificadas con el estilo de vida del fundador en la realización de un proyecto de vida. Es eclesial, porque se ofrece, a través del fundador y sus seguidores, a toda la Iglesia, para su crecimiento y perfeccionamiento. Este carisma del fundador y el de aquellos que con él cooperan, es intransferible. Dios concede unas características únicas a aquellas personas que tienen que iniciar un movimiento en la Iglesia. El carisma del fundador es el espíritu y la forma peculiar de vida, el fin que perseguía y que heredan sus sucesores, adaptándose a las circunstancias nuevas, usando de los medios necesarios para conseguirlo. El carisma configura de una manera peculiar, la totalidad de la existencia de las personas llamadas: la manera de ser y de actuar, los aspectos del evangelio que se subrayan de una manera especial, la forma de trabajar en y para la Iglesia, los campos del apostolado que se desarrollan, y otras varias características. Al final de los tiempos, los carismas no perdurarán, los carismas pasarán: la profecía las lenguas, los milagros, las curaciones…, todo pasará. Los carismas son algo pasajero y provisional que solo durarán lo que este mundo dure. El amor en cambio nunca pasará ni envejecerá, jamás se gastará ni agotará, el amor es para ahora y para después, para esta vida y para la otra. Por eso el amor es más importante que cualquier carisma. El carisma del fundador o fundadora no se puede identificar con la "obra" que este o esta llevó a cabo, y que siempre respondían a las necesidades de su momento histórico. El carisma es un don vivo, es el aliento del Espíritu creador al servicio de una historia dinámica, que no será nunca una simple repetición del pasado. Esta fuerza vital, esta energía espiritual deben desplegarse, encarnarse, adaptarse a los tiempos y a los lugares, a los contextos socioculturales y a las necesidades de las gentes y de los pueblos, pero siempre que no se pierda la esencia del carisma fundacional de la orden. Al amparo de la ola, y el ansía de apuntarse a algo nuevo, solo por el afán de lo novedoso, malinterpretando las recomendaciones del Concilio Vaticano II, hemos sido testigos de ver, como una serie de órdenes e institutos religiosos han dado la espalda a su carisma fundacional, y lentamente han ido perdiendo su energía caminando hacia su desaparición. Al tiempo que otros han salido reforzados de esta prueba. En general las órdenes de carácter contemplativo, han sido más fieles a su carisma fundacional, y no han sufrido ni merma ni desmoldamiento alguno. En la historia de la salvación, Dios ha formulado, para cada familia religiosa, un designio de amor, que constituirá su razón de ser, su identidad y misión propia, sin que esto signifique, en absoluto, reducirla a un mero instrumento ya determinado de una estrategia divina. El carisma de la vida religiosa no es un programa ni una estructura rígida. Es una energía que brota del Espíritu, la fuerza de una vida destinada a comunicarse. Un dinamismo que incorpora al religioso o a la religiosa, a una familia dotada con un don especial del Espíritu para una misión específica en la Iglesia. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.