La prueba de la dicha
es la gratitud.
-Gilbert K. Chesterton-
- Los jóvenes somos un poco raros, ¿no, profe?
- ¿Por qué, Pedro?
- Ni yo mismo me entiendo. He sacado buenas notas, tengo salud, no me escasea el dinero...pero, como que no me siento plenamente feliz.
Y si me voy de diversión hasta las tantas de la noche, peor todavía.
- Hombre, Pedro, la felicidad verdadera no la da ni el poseer ni el sólo placer. De hecho el que menos necesita es quien más tiene. Y, como no necesita, agradece todo lo que le dan. Ser agradecido es una fuente de felicidad.
Cuentan que había una familia muy pobre, con tanta abundancia de problemas como escasez de dinero... ¡un verdadero desastre! Un día el padre estaba tan desesperado que se perdió en el campo con ánimo de quitarse la vida y acabar de una vez con todos sus males. Pero allí se encontró con su Ángel de la Guarda que, en forma de caminante, le dijo:
- Hola, amigo, parece que lo estás pasando un poco mal; si me dejas, podré ayudarte, porque, si quiere, el hombre tiene energía para cambiar su estrella.
Poco a poco la familia fue cambiando; desapareció la pobreza y los vicios. Se volvieron dadivosos. Colaboraron con instituciones benéficas y hasta se acordaron de que Dios existe; pero... pero no eran felices.
El padre, ya mayor, recibió la visita del caminante:
-Ahora que tienes de todo, ¿Eres feliz? ¿Son felices en tu casa?
- No, contestó el anciano, no somos felices a pesar de tener de todo y vivir incomparablemente mejor que antes. Hasta pensamos en los necesitados y les ayudamos, pero algo falla: no hemos encontrado la felicidad en la mejora de vida. ¿Por qué?
-Os ha faltado un don.
-¿Un don? ¿A qué llamas un don? La felicidad está en el tener, en la salud, en la solidaridad, en las diversiones...
-Todo eso puede ser necesario, pero no es lo más importante. Lo más importantes es el don de la gratitud, la capacidad de agradecer. Posees muchas cosas, pero no has aprendido a dar las gracias. Y sin gratitud no hay felicidad, porque en lugar de disfrutar con lo que posees, con lo que recibes, te amargas pensando en lo que todavía te falta. La ingratitud es avariciosa y por eso no sabe gozar con lo que tiene. Por ejemplo, cada día es un regalo de Dios, ¿os habéis parado a pensarlo, a agradecerlo? ¿Que más se necesita para ser feliz?
- ¿Has comprendido, Pedro?
- Gracias, profe.