El lunes (santo) 15 de abril, hacia el mediodía (hora del centro de México), recibí un mensaje de WhatsApp. Al abrirlo, vi la catedral de Notre-Dame en llamas, con su correspondiente pie de página sobre la noticia que le estaba dando la vuelta al mundo en cuestión de segundos. Para mí, el hecho se resume en dos palabras: Durante y después. La noticia en desarrollo (correspondiente al “durante”) me resultó muy triste; especialmente, cuando se transmitió la caída de la icónica aguja del siglo XIX, pero, al mismo tiempo, ver a un grupo de jóvenes franceses cantando oraciones a la Virgen, me dio una buena dosis de ánimo al constatar que el cristianismo no ha muerto en Europa a pesar de las estadísticas que tienen su valor objetivo y que no hay que ignorar. Caía la aguja, pero no la fe. Y es que, aunque hubiera preferido ver dichas expresiones religiosas en un contexto que no implicara algo tan lamentable, no puedo dejar de pensar que solamente la fe cristiana es capaz de tener esperanza cuando todo se tambalea. Y esto no es ingenuidad o evasión, sino el poder ver más allá del “durante” y así dar paso al “después”; es decir, a la reconstrucción, que no solamente será material, sino espiritual, porque el incendio de Notre-Dame despertó conciencias más allá del impresionante legado cultural que trae consigo.
Por supuesto que no soy de los que piensan que el incendio fue cosa divina para que la fe vuelva, como si Dios se dedicara a vernos sufrir, pero sí creo que sabe resignificar los hechos; es decir, valerse de las realidades -algunas de ellas, como es el caso, dolorosas- para replantear puntos. La gente no solamente se lamentaba por ver un monumento en llamas, sino por su significado. Es la casa de la Madre de Dios y de varios de los acontecimientos vitales de Francia. Sin querer, muchos sintieron que algo muy íntimo se les arrancaba. Y eso íntimo no es nada más una fachada, un dato, sino todo un soporte que, aunque adormilado por el secularismo, prevalece, trasciende y nace de nuevo.
Termino mi reflexión con una oración de Mons. Munilla, obispo de San Sebastián, la cual, aborda el significado teológico del hecho en sí, cuidando tanto la parte espiritual como la necesaria restauración material: “Querida Madre, te suplicamos que esta "desgracia" se convierta en "gracia"; de forma que la restauración de tu templo, llegue a ser una parábola de la reconstrucción de la fe de Europa desde sus cenizas”.