Para mejor comprender el contenido o la esencia de lo que voy a escribir, tenemos que partir de la consideración, de que la naturaleza de los goces espirituales, está siempre muy por encima de la naturaleza de los goces materiales y ello, por la sencilla razón de que orden espiritual, está por encima del orden material. Somos cuerpo y materia y consecuentemente podemos gozar y sufrir, espiritual y materialmente. No es lo mismo, ni tiene nada que ver la satisfacción que proporciona una buena comida, que la que le proporciona a uno, el amor de una madre el de un hijo o hija, o el amor de una esposa o de un esposo enamorado, marginando en este último supuesto, porque no es del caso, el aspecto sexual. De la misma manera también son más intensos y más destrozan a una persona, los sufrimientos psíquicos que los materiales; los primeros pueden llegar a ser de por vida, los segundos no. El goce que se puede llegar a lograr, no ya en el futuro que esperamos y que ahora nos resulta inimaginable, sino también aquí abajo amando a Dios plenamente y con entrega total, esto puede resultar y resulta increíble. El amor a Dios, en la medida que va aumentando su intensidad, en el alma de una persona, va produciendo en esta unos anhelos y dichas que son difíciles de narrar. Y ello por dos razones básicas: la primera, es porque el amor de Dios a un alma elegida, no se manifiesta siempre de la misma forma. Dios se nos manifiesta en su amor a cada uno de nosotros de forma diferente. Todos somos criaturas diferentes y cada uno tenemos un distinto camino para llegar a Dios, aunque este camino siempre sea, caminando sin separarse de las normas marcadas por Dios mismo. En este caso a través de su santa Iglesia católica. La segunda razón fundamental, es la de que el amor a Dios genera en el alma que lo alimenta una íntima relación, que ni Dios ni ella quiere que se comparta con terceros, por muy santos que estos puedan ser. Ningún santo nos ha explicado los goces de su vida íntima con Dios y si alguno lo ha hecho, ha sido en razón de obediencia a su superior, escribiendo lo que se le ordenaba escribir. En el orden humano las intimidades de un noviazgo, suelen ser unas confidencias íntimas, y a nadie le cuentan los novios de qué hablan, mientras están pelando la pava. El amor requiere intimidad y secreto. Las manifestaciones de gozo que un alma obtiene en sus relaciones con Dios, tienen muchos grados y características diferentes. Pero de una cosa si podemos estar seguros y es que nunca debemos amar a Dios en razón de estos goces, o pedirle que se repita aquel goce, que un determinado día obtuvimos sin pedirlo, Dios administra los goces y las penas, sobre todo a sus almas predilectas de una forma exquisita y claramente ordenada hacia un fin, que es el que Él desea para cada uno de nosotros, para que amándole a Él ya en esta vida, sentemos las sólidas bases de nuestra eterna felicidad, que solo Él puede proporcionárnosla. El santo maestro en estos temas San Juan de la Cruz, nos viene a decir que más hemos de desear los momentos de sequedad y aridez en nuestras relaciones con Dios, que los goces inefables que en determinados momentos el Señor nos pueda proporcionar. Las arideces y sequedades nos fortalecen en nuestra vida espiritual, nos enseñan a perseverar, y a aumentar nuestra fe, porque al contrario, con los goces que Dios nos puede proporcionar en el ejercicio de nuestro amor a Él, hallaremos deleite y complacencia, pero la fortaleza de nuestra fe, es en la dificultad en la aridez y la aspereza, donde más se afianza. No pensemos que los santos, como Santa Teresa por ejemplo, se pasaban el día nadando de goces, en éxtasis y en continuos arrobamientos, ¡nada de eso!. Indudablemente de cuando en cuando, les caían momentos de tal sublimidad que no podemos hacernos ni una sola idea, porque al amor de Dios es un fuego abrazador. Es un fuego que le quema a uno, le transforma y le crea un ansia de amor, una sed, de tal naturaleza, que nada en este mundo puede apagar. Dios es un Ser ilimitado en todas sus manifestaciones y cuando ve que un alma, se le entrega sin reserva alguna, que le quiere por amor a Él, que quiere abrazar la zarza ardiendo de Moisés en el Horeb, la quema en la dulzura del fuego de su amor, y esta quema si es continua, se vive solo en Él y para Él se en las contrariedades, en los sufrimientos o en los goces de su amor. Nada hay más maravilloso que el amor que emana de Dios, pero solo es posible alcanzarlo en esta vida y en una escasa, muy escasa intensidad y cuantía por aquellas almas que en esta vida han sido capaces de llegar a una plena entrega a Él. No olvides lector, cualquiera que sea la situación o el entorno material y físico que Dios ha dispuesto para ti, que nada hay en esta vida más maravilloso que el amor a Dios. Métete, zambúllete en Él, y como dice la gente joven: alucinarás en colores. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.