La liturgia es una acción sagrada, un drama sagrado, con una continua interacción entre el sacerdote y los fieles, de manera que éstos no son pasivos y mudos espectadores, que miran de lejos lo que un sacerdote hace en el altar y reza en silencio, aguardando a que todo acabe.
Las Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia sobre la Oración de los Fieles ya advertían que “de suyo ha de ser un solo ministro el que proponga las intenciones, salvo que sea conveniente usar más de una lengua en las peticiones a causa de la composición de la asamblea. La formulación de las intenciones por varias personas que van turnándose, exagera el carácter funcional de esta parte de la Oración de los fieles y resta importancia a la súplica de la asamblea” (n. 9).
El Misal, garantizando el orden y el decoro, insiste más en la oración como tal de los fieles que en los lectores de las intenciones: un diácono, y si no lo hay, un cantor o un lector: en todo caso, una sola persona señala a todos los fieles los motivos y necesidades para que oren.
“La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores” (SC 48).
Desde el principio, la acción litúrgica se configura con un constante diálogo entre el sacerdote y los fieles, o entre el diácono y los fieles, que responden, que aclaman o que rezan juntos en alta voz. Es una acción común en la que todos los fieles toman parte participando así con sus respuestas, su asentimiento o su plegaria con una sola voz y un solo corazón. No hay que minusvalorar esta forma de participación, antes bien, resulta el modo adecuado de implicarse en la acción litúrgica.
“Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese claramente y se promueva como acción de toda la comunidad.
Otras partes muy útiles para manifestar y favorecer la participación activa de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son principalmente el acto penitencial, la profesión de fe, la oración universal y la Oración del Señor” (IGMR 35-36).
Ha de contestarse y rezar juntos buscando no apresurarse o retrasar a los demás, llevando un ritmo conjunto, con un tono de voz normal (ni muy alto ni muy bajo), conscientes de lo que se recita. Así el diálogo y las respuestas son constantes: “Amén”, “Y con tu espíritu”, “Yo confieso…”, “Te alabamos, Señor”, “Gloria a ti, Señor Jesús”, “Creo en un solo Dios…”, “Te rogamos, óyenos”, “Bendito seas por siempre, Señor”, “El Señor reciba de tus manos este sacrificio…” Eso en el rito romano.
Pero si acudimos, por ejemplo, a nuestro rito hispano-mozárabe, las intervenciones y respuestas son más abundante en número (más de treinta veces se responde “Amén”): “Y con tu espíritu”, “Demos gracias a Dios”, “Hagios, Hagios, Hagios, Kyrie o Theos”, “Concédelo, Dios eterno y todopoderoso”, “Lo ofrecen por sí mismos y por la Iglesia universal”, “Y de todos los mártires”, “Y de todos los confesores”, “Y con los hombres de buena voluntad”, “A Dios que es nuestra alegría”, “Toda nuestra atención hacia el Señor”…
Los fieles participan en la medida en que se integran en la acción litúrgica y contestan al sacerdote y al diácono, rezan juntos, aclaman a Cristo. Participar es esta interacción, ese diálogo constante, esa plegaria en común: todos los fieles, juntos y a la vez.
A veces se minusvalora tanto esa participación orante y dialogal de todos los fieles, que se piensa que los fieles participan sólo cuando alguno interviene. Por ejemplo, cuando se oye decir que “van a participar en la oración de los fieles”, se suele estar diciendo más bien, no que los fieles van a orar ya que esa es la participación (respondiendo “Te rogamos óyenos” o cantando otra respuesta como “Kyrie eleison”), sino que cada intención la va a leer una persona distinta, convirtiendo este momento orante en un movimiento de personas y micrófono, pensando que eso es participar en la oración de los fieles. ¿Pero no hemos quedado en que son los fieles todos los que oran y así participan? Pues acabamos confundiendo los términos, dejamos de pensar en que los fieles oren y hacemos que cada intención la lea una persona distinta soñando equivocadamente que eso es participar, ¡y no lo es!
Las Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia sobre la Oración de los Fieles ya advertían que “de suyo ha de ser un solo ministro el que proponga las intenciones, salvo que sea conveniente usar más de una lengua en las peticiones a causa de la composición de la asamblea. La formulación de las intenciones por varias personas que van turnándose, exagera el carácter funcional de esta parte de la Oración de los fieles y resta importancia a la súplica de la asamblea” (n. 9).
El Misal, garantizando el orden y el decoro, insiste más en la oración como tal de los fieles que en los lectores de las intenciones: un diácono, y si no lo hay, un cantor o un lector: en todo caso, una sola persona señala a todos los fieles los motivos y necesidades para que oren.
Los niños de Primera Comunión, o los jóvenes recién confirmados, o una cofradía en una Novena, por ejemplo, no participan más porque 6 lectores enuncien uno a uno las intenciones, sino que participan más cuando juntos oran a lo que un diácono o un lector les ha invitado. Y es que participar no es sinónimo de intervenir, ejerciendo un servicio o un ministerio, sino que participar es orar juntos, responder en común, contestar al sacerdote, elevar a Dios las súplicas conjuntamente (como el Padrenuestro) o confesar a una sola voz la fe (el rezo del Credo).