La Sra. Sheimbaum, en una manifestación más de un proceso recurrente ya que consiste en agraviar al Rey de España para convertirse en presidente de alguna república hispanoamericana, ha decidido no invitar al monarca español a su toma de posesión.

             Sin entrar, todavía, en el fondo de la cuestión, hacia donde primero apunta la misma es hacia la debilidad que, en la escena internacional, exhibe nuestro querido país, convertido en el muñeco del pim pam pum al que todos disparan sin que tengan que pagar ningún precio por ello. España es, hoy día, lo que a principios del s. XX fuera Turquía, “el enfermo de Europa”: agredirla no sólo sale gratis, sino que incluso, en un extraño ejercicio de masoquismo, parece agradar a muchos de sus dirigentes y a gran parte de sus ciudadanos.

             Puestos a realizar agravios gratuitos e innecesarios, Méjico tiene mejores deudores que la monarquía española. No sólo por haberle conferido mayores daños y humillaciones que España (si es que la labor de España en Méjico puede definirse precisamente como de "humillante", algo en lo que deliberadamente no voy a entrar hoy en este artículo), sino por ser, todas ellas, más recientes que las que nuestro país pudiera haberle infligido alguna vez.

             Para empezar, las cinco repúblicas centroamericanas que tiene al sur -Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador y Costa Rica-, que el 1 de julio de 1823 despreciaron olímpicamente “el proyecto mexicano”, declarándose independientes de Méjico, con la que venían componiendo el Virreinato de Nueva España fundado por los españoles, y produciéndole, ya de entrada, una merma de medio millón de kilómetros cuadrados.

             En segundo lugar, Francia, que ataca al naciente México en hasta dos ocasiones, la llamada Primera Intervención entre 1838 y 1839, y la llamada Segunda Intervención entre 1862 y 1867, que le va a dejar más de 30.000 muertos, no es bagatela.

             Y en tercer lugar, ni más ni menos que su "amigable y cariñoso" vecino del norte, que en 1848 va a “aligerar” a Méjico del 60% de su entero territorio, hasta dos millones y medio de kilómetros cuadrados, los que le birla en una sola guerra que ni guerra cabe llamar, porque no fue otra cosa que un paseo militar yankee que apenas necesitó producir a México cinco mil bajas en combate para derrotarla y entrar en la mismísima Ciudad de Méjico. Unos kilómetros cuadrados que, por cierto, México había recibido, precisamente, de España.

             Pero no: la ofensa gratuita no se dirige contra Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador, Costa Rica, Francia, ni mucho menos contra el Tío Sam. Seguro que a la Sra. Sheinbaum, la representación yankee en su toma de posesión hasta le pareció escasa para la que habría ambicionado tener. Va contra España, el muñeco del pim pam pum… ¡Qué pena haber llegado a situación tal!

             Entrando, ahora sí, en el fondo de la cuestión, el proceso en el que México transita desde la presidencia del Sr. López Obrador es, de todo punto de vista, absurdo, surrealista. No conduce a sitio alguno reclamar las excusas, ni siquiera ningún tipo de indemnización pecuniaria, por hechos acontecidos hace ya más de dos siglos. Si la sociedad internacional se involucrara en algo de naturaleza tal, la guerra sería universal, planetaria, todos nos hemos agraviado los unos a los otros a lo largo de doscientos años. Sería probablemente, el fin de la Humanidad.

             Pero incluso si Méjico desea “restañar”, ¡por fin!, las “heridas incicatrizables” que le causó el paso por su territorio de personas provenientes de España, dicho proceso es, en el caso mexicano, un proceso muy doméstico y barato.

             Precisamente porque España, al revés que las demás potencias a lo largo de la Historia, no llegó a los territorios que halló, los explotó, y marchó, sino que se quedó en ellos, "se fusionó" con ellos. México no necesita cruzar el Atlántico para que esas personas “responsables de tanto oprobio” le pidan perdón, una ventaja que no tienen, por ejemplo, la India, Pakistán, Haití, Jamaica o el Congo Belga, donde las potencias despreciaron completamente a sus moradores, y jamás les regalaron ni una sonrisa. En una sociedad como la mexicana donde el mestizaje entre españoles e indígenas supera amplísimamente el 50% de su población, basta con que la mitad de sus miembros le pida perdón a la otra mitad. El magno evento se puede llevar a cabo, incluso, casa por casa. La pareja anfitriona invita a los suegros a comer, y una vez todos juntos, los abuelitos más blancos le piden perdón a los abuelitos más oscuros. Y ya está. Los españoles “responsables de tanto estropicio”, señora Sheimbaum, todavía están con Vds., se hallan entre Vds., búsquenlos ahí, en sus ciudades y en sus pueblos, que aquí volvieron muy pocos, créame. Muchos de ellos puede que hasta la hayan votado a Vd. o se hallen entre sus ancestros, o, con mayor probabilidad, entre los de su predecesor.

             Claro está, de cara a resultar definitivamente "reparatorio", el proceso debería ser lo más amplio posible. No puede ni debe quedarse en los aztecas antropófagos con cuya vida acabaron los españoles, sino que, según estimo, debería alcanzar también a los apaches exterminados por los propios mejicanos en los años 40 del s. XIX, cuando ya las autoridades españolas habían desaparecido completamente del escenario y no tenían la menor jurisdicción en él. Tal vez, aunque sólo se trate de un gesto de buena voluntad, devolver a los pocos apaches mexicanos sobrevivientes, los dólares que se pagó por las cabelleras de sus ancestros en los mercados mejicanos de Sonora.

             Están también los mayas, la famosa Guerra de Castas o Guerras Indias de Méjico, un conflicto interracial de blancos mexicanos contra indígenas mayas, en la península del Yucatán, entre los años 1847 y 1901, más de medio siglo de sangre y de dolor, -¡qué andaría haciendo por aquel entonces el Rey de España!-, las cuales se llevan la vida de ¡más de un cuarto de millón de mexicanos! (¿costó la quinta parte  la conquista de Cortés?), y por lo que se refiere concretamente a la población de indios mayas, la dejan reducida a no más de 15.000 almas, desde las casi cien mil que eran cuando las guerras inician.

             Señora Sheimbaum. Vd. envía un mensaje cobarde a sus ciudadanos, y lo hace desde el principio de su mandato, cuando todavía no tiene nada ni de lo que responder (¡qué será cuando si lo tenga!). En palabras obtusas, les viene a decir que Vd. “no es responsable de nada”, -tampoco de los casi cincuenta mil asesinatos que se producen anualmente en su país, ahora, en pleno s. XXI, doscientos años después de que el Rey de España dejara de regir los destinos de aquellas tierras-, que pocos resultados pueden esperar sus votantes de su gestión de gobierno, porque, pase lo que pase, seguirá siendo culpa de "los españoles". A lo mejor deberían preguntarse sus votantes para qué sirve tener un presidente como Vd..

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

  

            ©Luis Antequera

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